La jaqueca de John Wayne
El conflicto PSOE-UGT pone en peligro el futuro bienestar de las clases trabajadoras, porque amenaza gravemente la creaci¨®n de empleo que acaba de iniciarse. Enfrentados en el cl¨¢sico dilema del prisionero, Gobierno y sindicatos se revelan incapaces tanto de pactar como de vencer. Desde una ¨®ptica progresista, cabr¨ªa pedirles responsabilidades. Pero parece m¨¢s ¨²til buscar salida al c¨ªrculo vicioso en que nos han encerrado a todos.Una cosa es la pol¨ªtica econ¨®mica ¨®ptimamente eficiente y otra muy distinta la pol¨ªtica econ¨®mica socialmente posible. Entre una y otra frontera existe una distancia que ha de ser pol¨ªticamente salvada por el Gobierno. Y existe margen de maniobra para ello: no porque lo eficiente sea negociable, sino porque lo posible es aleatorio e imprevisible. La frontera de lo eficiente es un dato previo inamovible, porque existe una sola combinaci¨®n de los recursos disponibles que sea capaz de maximizar su asignaci¨®n, eficiente. Y la frontera de lo posible es variable, porque depende de las expectativas racionales de los actores, que se van modificando en funci¨®n del libre juego de sus interacciones; tras el ¨¦xito de una huelga general, o tras el fracaso de una negociaci¨®n crucial, las expectativas de unos y otros cambian. Es, pues, en el margen de variaci¨®n de lo socialmente posible donde el Gobierno puede actuar.
?De qu¨¦ depende o c¨®mo lograr que la frontera de lo posible se aproxime a la frontera de lo eficiente en vez de distanciarse? Simplificando, de dos factores. Primero, de la percepci¨®n que tengan los actores; la informaci¨®n o incertidumbre que posean sobre el curso futuro de los acontecimientos determinar¨¢ su conducta, pues s¨®lo actuar¨¢n en funci¨®n de aquellos escenarios que les parezcan m¨¢s probables. Y segundo, de la resistencia que opongan al efectivo cumplimiento de lo percibido como probable. En consecuencia, el Gobierno, para aproximar lo posible a lo eficiente, deber¨ªa actuar en ambas direcciones. Debe modificar la percepci¨®n de los actores en el sentido de que vaya resultando cada vez m¨¢s veros¨ªmil la probabilidad de aproximaci¨®n a lo eficiente. Y debe, adem¨¢s, prevenir las resistencias que tal aproximaci¨®n alimente. Debe, en suma, dar una batalla tanto informativa como pol¨ªtica.
El enemigo principal es la completa ignorancia que, en materia econ¨®mica, aqueja a la opini¨®n p¨²blica. A pesar de la moda de los nuevos ricos disfrazados de tiburones financieros, la superstici¨®n y el oscurantismo predominan todav¨ªa. Incluso conspicuos intelectuales, sedicentemente progresistas, alardean en p¨²blico de no saber una palabra de econom¨ªa. Sin embargo, no hace falta ser marxista para reconocer que la econom¨ªa lo determina todo, en primera o ¨²ltima instancia. Desgraciadamente, la jerga de los tecn¨®cratas -mecanismo gremial de defensa contra el intrusismo- resulta por completo incomprensible para la opini¨®n p¨²blica, que constituye as¨ª una presa demasiado f¨¢cil para la demagogia de los sindicalistas carentes de escr¨²pulos para vender gato por liebre, afirmando que dos y dos son veintid¨®s ante una audiencia tan ignorante como cr¨¦dula. Este grave retraso mental que sufre el pueblo espa?ol debe ser tenido en cuenta por el Gobierno a la hora de explicar su pol¨ªtica. Puesto que su adversario sindical no utiliza la jerga tecnocr¨¢tica, sino que habla en plata -al pan, pan, y al vino, vino-, el Gobierno deber¨ªa hacer lo mismo, y explicar que hay que crecer el e oble que los europeos, puesto jue nuestro desempleo duplica el suyo, y que para ello hay que reduplicar la moderaci¨®n salarial. Es decir, a la demagogia de la reivindicaci¨®n salarial y la redistribuci¨®n de la renta tan eficazmente vendida por los sindicatos, el Gobierno debe oponer la demagogia de la redistribuuci¨®n del empleo y la solidarilad con los inactivos y desempleados.
Pero ?c¨®mo vender austeridad en ¨¦poca de reactivaci¨®n? Una exigua fracci¨®n de propietarios profesionales urbanos se est¨¢ enriqueciendo mientras el resto de rentas resulta casi congelado. Ante esta frustrante percepci¨®n, los sindicatos lo tienen muy f¨¢cil frente a la opini¨®n p¨²blica laculpade todo la tiene el Gobierno, que permite y encubre tinta especulaci¨®n. Y el Gobiernto responde a la defensiva con un reflejo mim¨¦tico la culpa de todo la tienen los sindicatos, que quieren traicionar al partido socialista derribando su Gobierno.
Sin emibargo, es un error intentar que la gente se crea que la culpa de todo la tengan los sindicaios. Incluso aunque fuera verdad -lo que no debiera ser el caso-, el intento de convencer le ello al p¨²blico estar¨ªa de antemano condenado al fracaso. Pero no porque resulte inveros¨ªmil una versi¨®n conspirativa de la historia -que, por el contrario, siempre encanta a cualquier audiencia sedienta de relatos-, sino porque, aqu¨ª y ahora, -resulta mucho m¨¢s cre¨ªble que los malos sean Boyer y sus yuppies especuladores que Nicol¨¢i Redondo y sus piquetes informativos. La opini¨®n p¨²blica sabe que John Wayne siempre es bueno, aunque se tome la justifica por su mano, y que el banquero es siempre el malo aunque tenga la ley de su lado.
En , lefinitiva, el Gobierno debe reconvertir su argumentaci¨®n y hacer ver que las reivindicaciones sindicales no son la causa de nuestros males, sino s¨®lo uno de los s¨ªntomas o efectos preducidos por otra causa m¨¢s profunda la existencia secular de una grave escasez de empleo. Semejante escasez, al no poder ser ya compensada por la emigraci¨®n, como suced¨ªa antes, genera y desencadena toda la actual conflictividad social, uno de cuyos s¨ªntomas visibles es la protesta sindical. Por tanto, para atajar el mal no hay que atacar al s¨ªntoma reactivo -la protesta sindical-, sino a su causa profunda: la escasez de empleo. Las jaquecas no se curan cortando cabezas.
Es preciso abrir un debate nacional que nos permita enfrentarnos a los hechos: mientras la mitad de los europeos tiene empleo, s¨®lo un tercio de los espa?oles est¨¢ ocupado. ?C¨®mo sorprendernos de que semejante desequilibrio estructural produzca conflictividad? ?Por qu¨¦ hacer recaer todo el peso de este hist¨®rico desajuste sobre los trabajadores actuales y no sobre los futuros o pret¨¦ritos? Hay que crear cinco millones de empleos. Para ello hace falta crecimiento acelerado, lo que exige austeridad, ahorro e inversi¨®n. Esto es i mpopular, pues acarrea renuncias y sacrific'os. En consecuencia, genera fuertes resistencias, desencadenadas por los agravios comparativos.
Todo proceso de cambio estructural produce como reacci¨®n determinadas resistencias en aquellas partes del sistema que amenacen experimentar p¨¦rdidas relativas. Para gobernar ese cambio hay que reconducir esas resistencias, reconvirti¨¦ndolas en sentido compatible con la direcci¨®n del cambio. Si la resistencia sintom¨¢tica es descalificada como negativa, resulta reforzada y se impide el cambio. Pero, si se logra redefinirla como positiva y necesaria, pasa a sumar sus fuerzas en sentido favorable al cambio. Es preciso hacer de necesidad virtud.
Hay que reconocer que resistencias como las sindicales forman parte de los esfuerzos necesarios que hay que soportar para salir de la crisis: no podemos ahorrarnos hoy el c¨¢liz de la resistencia sindical, como no pudimos en su d¨ªa evitar apurar el c¨¢liz de la resistencia bancaria o militar. Por ello, conviene presentar su pasi¨®n como ¨²til y funcional: gracias a la resistencia opuesta por los sindicatos lograremos, parad¨®jicamente, superar la crisis.
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