Salar
Leo en este peri¨®dico que en el pueblo granadino de Salar ha habido manifestaciones para evitar la expulsi¨®n de un vecino. Se trata de un joven senegal¨¦s llamado Dieng Assane, de labios besucones y peinado a lo Tracy Chapman. Parece que el Gobierno Civil quiere convertirle en hijo pr¨®digo, mientras el Ayuntamiento opta por declararle hijo adoptivo. Nacer en el extranjero ya no basta para vivir de prestado. Los bur¨®cratas de la libertad humana saben que m¨¢s all¨¢ de sus ventanillas existe un extranjero de c¨¦sped milenario y bibliotecas de nogal que nada tiene que ver con aquel otro extranjero de moscas indolentes y palmeras ra¨ªdas. A los primeros se les llama turistas, a los segundos ni se les llama. ?Para qu¨¦ dar nombre a algo que no es m¨¢s que materia expulsable? Nunca acabar¨¢ la tr¨¢gica trashumancia de los d¨¦biles. Los que llevan el pasaporte en la piel saben que el planeta gira por el impulso de los pasos de tanta humanidad caminando de expulsi¨®n en expulsi¨®n hasta el olvido.Mientras en Salar los ciudadanos se solidarizan con su vecino, otros pueblos de Espa?a cambian de acera a la vista del negro y expiden carn¨¦s de negritud a los intrusos africanos. Intuyen una Europa con el kebab turco as¨¢ndose en los claustros g¨®ticos, el paso felino de los mandinga por los jardines rom¨¢nticos, la platea de la Scala oliendo a kif ante un coro de ber¨¦beres. Y se rasgan las vestiduras, ponen cinco cerrojos a sus puertas y exclaman que la miel europea no se hizo para la boca de seg¨²n qui¨¦n. Un nuevo mundo viene empujando por abajo, y el cromosoma de nuestro racismo vergonzante se excita como cuando expulsamos a los moriscos o entramos a saco en el call de Girona, o engordamos a nuestra burgues¨ªa indiana sobre los esclavos de los ingenios cubanos.
El gesto de Salar nos coloca una vez m¨¢s en el gozne de un Norte paranoico y de un Sur desesperado. Tal vez ah¨ª, en esa Granada de las mil culturas, se est¨¦ batiendo hoy la pen¨²ltima batalla entre el hombre y los Estados, entre la grandeza de la especie y la peque?ez de sus castillos.
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