Revisi¨®n del revisionismo
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Un fantasma recorre Europa, especialmente Alemania Occidental y Francia: la revisi¨®n hist¨®rica de la tr¨¢gica peripecia nazi, en particular de la persecuci¨®n y exterminio de los jud¨ªos. El esc¨¢ndalo digamos te¨®rico de esta revisi¨®n se refuerza con significativos acontecimientos de otro orden: visita de Reagan a un cementerio alem¨¢n donde est¨¢n enterrados soldados de las SS junto a ca¨ªdos norteamericanos, defensa de Klaus Barbie basada en que los cr¨ªmenes nazis no fueron espec¨ªficamente diferentes de otros genocidios cometidos por naciones colonialistas occidentales, ascenso espectacular de la extrema derecha en las ¨²ltimas elecciones francesas, discurso escandaloso del presidente democristiano del Bundestag alem¨¢n (que le cuesta el puesto), y, ahora, triunfo electoral de los neonazis en los comicios de Berl¨ªn. ?Tienen conexi¨®n intr¨ªnseca todos estos sucesos y otros semejantes con las pol¨¦micas tesis de los historiadores revisionistas? ?Se suaviza o falsea el recuerdo de las atrocidades de la bestia como primer paso para lograr que su vientre aborrecible vuelva a ser fecundo? ?0 se trata nada m¨¢s que de hacer m¨¢s precisa y objetiva la historia de la Europa de nuestro siglo, permitiendo que Alemania reconstruya sin un mutilador complejo de culpa su conciencia nacional? Hace no mucho, en estas mismas p¨¢ginas, comentaba con tino Rafael Argullol que el calificativo fascinante aplicado por el dimitido presidente del Bundestag a la ¨¦poca nazi (y que tantas ronchas morales levant¨®) no deja de se?alar un secreto a voces y apunta un problema sobre el que se pasa de puntillas: a saber, que el v¨¦rtigo por el abismo totalitario fue una realidad incluso entre quienes no compart¨ªan la ideolog¨ªa hitleriana. Y esa fascinaci¨®n a¨²n dura, no s¨®lo entre los que pretenden reabrir el abismo, sino tambi¨¦n entre muchos que necesitan mitificar sus oscuras profundidades para as¨ª edificar a la contra sobre ¨¦l.Revisemos lo que dicen los historiadores revisionistas. Me refiero a lo que efectivamente dicen, no a lo que otros creen que dicen o se supone impl¨ªcito en sus palabras. Para empezar, digamos que hay un revisionismo duro y otro m¨¢s blando y ligero. El primero est¨¢ centrado en Francia, en torno a las tesis del profesor Robert Faurisson y de los semiclandestinos Anales de Historia Revisionista. Bas¨¢ndose en estudios topogr¨¢ficos y t¨¦cnicos de Auschwitz, as¨ª como en an¨¢lisis del testimonio, de los supervivientes, Faurisson niega la existencia de las tristemente c¨¦lebres c¨¢maras de gas exterminadoras de jud¨ªos; tampoco cree que h7,ya evidencia hist¨®rica para sostener que el "holocausto" fuese una orden precisa y deliberada de Hitler, atribuyendo la mortandad de jud¨ªos -como la de gitanos, homosexuales, comunistas, etc¨¦tera a las condiciones de la deportaci¨®n y de los campos de concentraci¨®n en ¨¦poca de guerra. En cuanto al revisionismo m¨¢s ligero, que, sin embargo, es el que m¨¢s eco p¨²blico ha tenido, viene representado por ciertas tesis de Ernest Nolte y otras parcialmente concomitantes de Andreas Hillgruber, Michael St¨¹rmer, etc¨¦tera. No resultan tan f¨¢ciles de sintetizar como las del grupo de Faurisson, pero las m¨¢s notables son que el exterminio de los jud¨ªos (ninguno de estos historiadores niega la realidad de las c¨¢maras de gas ni del holocausto) no fue sino un atroz reflejo defensivo de Hitler ante el exterminio bolchevique de los ku1aks y otros muchos enemigos pol¨ªticos (Nolte); que a fin de cuentas no consisti¨® m¨¢s que en una prolongaci¨®n de las doctrinas exterminacionistas por razones pol¨ªticas, religiosas o hasta documentadas a la ligera, has a el punto de que personafidas es que no las comparten tan tenido que intervenir en favor de que le sea respetado el derecho a sostenerlas (entre estos apoyos destacan el de Noam Chomski y Cohn-Bendit) Tambi¨¦n ha afrontado procedimientos penales en su contra, lo mismo que Pierre Guillatme, director de Anales de Historia Revisionista y su principal valedor pol¨¦mico. El resultado de todo ello, junto a varios procesos, es la prohibici¨®n de que la revista Anales sea exhibida p¨²blicamente y el hecho de que no pueda ser vendida sino por correspondencia, mientras no se ha llegado a proponer en la C¨¢mara legislativa francesa con apoyo de numerosos diputados de varios partidos- declarar formalmente delito el poner en duda la existencia de las c¨¢maras de gas homicidas nazis y del holocausto jud¨ªo. Todo ello recuerda la demanda de indemnizaci¨®n de Violeta Friedman ante tribunales espa?oles contra Leen Degrelle, al haber ¨¦ste ofendido su honor de jud¨ªa cuestionando la existencia de las c¨¢maras de gas. Pero con la diferencia de que Degrelle es un nazi convencido, mientras que Faurisson se considera hombre de izquierdas, Pierre Guillaume fue un destacado l¨ªder gauchista en 1968 y las publicaciones revisionistas aparecen en la editorial anarquista La Vielle Taupe. Y Guillaume aclara: "la puesta en cuesti¨®n de la existencia de c¨¢maras de gas no implica en modo alguno que se renuncie a la cr¨ªtica radical de las tesis nazis y a la condena del sistema concentracionario y las medidas antisemitas". En cualquier caso, lo discuta un nazi o un izquierdista, ?por qu¨¦ han de ser las c¨¢maras de gas un dogma de fe? Que existieran o no ser¨¢ una cuesti¨®n de hecho a debatir cient¨ªficamente, no algo que ha de ser cre¨ªdo bajo pena de excomuni¨®n. Y no es v¨¢lido argumento el de que tal cuestionamiento favorece a los neonazis, porque del mismo modo pueden decir -y dicen- Faurisson y Guillaume que el dogma de las c¨¢maras de gas o la doctrina oficial del holocausto son legitimaciones m¨ªticas de la persecuci¨®n del pueblo palestino por parte del Estado de Israel y el sionismo internacional. Por muy antip¨¢ticos que puedan sernos ciertos planteamientos hist¨®ricos (pero que no exhortan directamente ni al racismo ni al enfrentamiento violento entre comunidades) y por grandes que sean las reservas que nos susciten las creencias democr¨¢ticas de quienes los mantienen (sean simpatizantes del nazismo o ultraizquierdistas deseosos de probar la hipocres¨ªa del imperialismo capitalista latente bajo el humanismo burgu¨¦s), no cabe duda de que aplicarles procedimientos inquisitoriales es una ofensa patente a la libertad de expresi¨®n y de investigaci¨®n.
En cuanto a los revisionistas alemanes, el caso se presenta de modo diferente. No se trata de una versi¨®n diferente de los hechos, sino de una interpretaci¨®n distinta de los mismos, que tiende a diluir su especificidad
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Revisi¨®n del rensionismo
atroz y a convertir el nazismo en otro episodio brutal del dif¨ªcil asentamiento de la modernidad pol¨ªtica: una respuesta desmesurada y contraproducente a problemas reales. La m¨²sica de fondo es normalizar la conciencia hist¨®rica alemana y curarla de sus complejos, pues el triste episodio hitleriano no oscurece m¨¢s su pasado de lo que tantas barbaridades colonialistas ensombrecen el de Reino Unido, Francia o Estados Unidos, sus interesados verdugos en la gran contienda. Los peligros que se?ala en¨¦rgicamente Habermas en esta actitud son m¨¢s que veros¨ªmiles: no tanto apoyo al auge de f¨®rmulas neonazis (aunque este peligro no sea completamente descartable), sino relanzamiento de la gran Alemania -con poder¨ªo esta vez m¨¢s econ¨®mico que militar- como l¨ªder menos opuesto a los intereses americanos de una Europa empe?ada en su unidad supranacional. No puede olvidarse que Hitler tambi¨¦n fue partidario de la reuni¨®n pol¨ªtica de Europa... naturalmente bajo la hegemon¨ªa germ¨¢nica. Pese a ello (y valorando en todo su c¨ªvico coraje la propuesta habermasiana de "patriotismo constitucional" como el ¨²nico ya l¨ªcito tras los pasados horrores nacionalistas), sigue siendo cierto que hay algo muy recuperable en aquel viejo mitteleuropeismo que tantas correcciones y contrapesos necesitar¨ªa desde luego en la Europa posible. Claudio Magris apunta a ello en un p¨¢rrafo de su libro sugestivo sobre la cuenca po¨¦ticocultural del Danubio: "El nazismo es la inolvidable lecci¨®n de la perversi¨®n de la presencia alemana en la Europa central. Pero la presencia alemana en la Mitteleuropa ha sido un gran cap¨ªtulo de la historia, y su eclipse, una gran tragedia, que el nazismo, responsable de su degradaci¨®n y de su derrota, no puede hacer olvidar. Interrogarse acerca de Europa significa, actualmente, interrogarse asimismo acerca de su propia relaci¨®n con Aleman¨ªa".Algo se subleva en el coraz¨®n de cualquier progresista -con el estrecimiento que retrocede ante lo m¨¢s obsceno- cuando se propone revisar poco o mucho los protocolos del horror nazi. No hay que dar ni un argumento al racismo, a la xenofobia, a la anti-ilustraci¨®n autoritaria: no se puede bajar la guardia. Pero ese repel¨²s sagrado puede enmascarar la inexpl¨ªcita necesidad de un caos primigenio de cuya arbitrariedad supremamente cruel, distinta a todo lo anterior y lo posterior, provenga la temblona estructura democr¨¢tica que defendemos. Si los nazis no fueron tan malos, tan espec¨ªficamente malos, quiz¨¢ haya quien quiera reeditarlos con algunos retoques y concesiones al conservadurismo belicoso actual; pero insistir demasiado en lo ¨²nico y tit¨¢nico de su desmesura pol¨ªtica puede convertirlos finalmente en disculpa de otros abusos y otras atrocidades, en las hadas negras que murinuran ensalmos indescifrables junto a la cuna de la democracia contempor¨¢nea. Quiz¨¢ sea preferible ins¨ªstir en la banalidad del mal all¨ª encarnado, como hizo Hanna Arendt, banalidad recurrente como todas las banalidades, demasiado espantosa e insignificantemente banal para justificar nada ni garantizar nada.
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