Asesinos
En la pel¨ªcula de Bu?uel Archibaldo de la Cruz o Ensayo para un crimen, don Archibaldo se entrega al juez como responsable de la muerte de personas a las que, a veces muy fugazmente, ha deseado matar. "El pensamiento no delinque, don Archibaldo", le dice el juez, recordando, seg¨²n creo, un aforismo del derecho romano. El argumento del juez para rechazar su autodenuncia no convence a don Archibaldo, y con raz¨®n: una acci¨®n buena o mala se inicia en el pensamiento, y a¨²n m¨¢s atr¨¢s: en el deseo. Por eso, en la teor¨ªa del pecado es pecado matar; tambi¨¦n, pensar matar, que es un proyecto, aunque no necesariamente un plan; y tambi¨¦n, desear matar, que es donde va a surgir el proyecto, y eventualmente, el plan y acci¨®n. La evitaci¨®n del deseo puede ser deseable, pero es imposible: se es due?o del brazo que mata y del plan de matar, no del pensamiento de matar, porque ¨¦ste, como fantas¨ªa m¨¢s o menos fugaz, procede de la parte de cada cual de la que uno no es due?o. Y surge la fantas¨ªa, expresi¨®n ic¨®nica del deseo, y del deseo de poder, que se concreta en poder hacer (matar, hacer el amor, etc¨¦tera ... ), es decir, en poder ser (tan poderoso que pueda impunemente matar, tan atractivo que logre sin esfuerzo el amor de a quien ama); aunque la de poder ser, como dec¨ªa Spinoza, entra?a la de poder hacer: "Nadie puede desear poseer ( ... ) sin desear al mismo tiempo ser" (?tica, cuarta parte, proposici¨®n XXI). La fantas¨ªa es la pel¨ªcula del deseo, como las pel¨ªculas, y antes que ellas las novelas, son fantas¨ªas, de las que decir fantas¨ªas de deseo es pleonasmo.La pel¨ªcula de Bu?uel podr¨ªa ser modificada de la manera siguiente: don Archibaldo se presenta ante el juez y acusa a Luis Bu?uel de haberle hecho desear la muerte de los que Bu?uel mataba. Nada nuevo: los lectores de las novelas de entregas de Manuel Fern¨¢ndez y Gonz¨¢lez protestaban ante ¨¦l mismo de que matara a determinado personaje muy querido por ellos. Y con toda l¨®gica, transfer¨ªan a Fern¨¢ndez y Gonz¨¢lez la responsabilidad de que otro personaje del novel¨®n acabara con aqu¨¦l de un tiro o un espadazo; el per;onaje asesino era tan s¨®lo, como no pod¨ªa ser de otra manera un instrumento en manos del autor, como todos los asesinos del mundo, digan lo que quieran los te¨®logos, son instrumentos de Dios, si se da la condici¨®n de que ?ste exista. Consciente de su omnipotencia, Fern¨¢ndez y Gonz¨¢lez, si le plac¨ªa, resucitaba al personaje muerto en anterior entrega, resurrecci¨®n que ahora no era tal, sino retr¨®grada simulaci¨®n de muerte que le posibilitaba dejar vivo al personaje unas entregas m¨¢s. M¨¢s elementales que los lectores del pasado siglo, algunos espectadores de seriales de hoy tratan en ocasiones de linchar a la persona pagada -el actor- para que represente al persor aje que asesina a la v¨ªctima, que a su vez ha sido retribuida para que represente ese papel (nada se opone a que en la vida real, transfigurado de nuevo en persona, el primero ame a quien en la vida ficticia hace que odia e incluso hace que mata): en un proceso inverso, el sadismo del personaje se transfiere al de la persona del actor, y se detiene inadecuadamente aqu¨ª, cuando en justicia debe retroceder hasta el autor en sen lido amplio (guionista, director, productor, accionistas de la productora, y as¨ª sucesivamente, incluyendo, naturalmente, a los propios espectadores, sin los cuales c¨®mplices del espect¨¢culo no habr¨ªa lugar para el serial). Pero estos rudimentarios espectadores de seriales, fantasiosos linchadores de los que hacen de malos, y a los que, cuando menos, odian por lo perversos que representan que son, no carecen de raz¨®n: tales personas se eligieron para personajes de este jaez porque se pens¨® que hab¨ªan de representarlos bien, aceptaron adem¨¢s su representaci¨®n, y para colmo representaron, en ocasiones de manera intachable, que hac¨ªan las horribles acciones exigidas; de manera que tales personas son, cuando menos, tan perversas como perverso es todo aquel que, como don Archibaldo en la pel¨ªcula de Bu?uel y Bu?uel con su pel¨ªcula Archibaldo de la Cruz, y los seres humanos en la vida real, sin matar emp¨ªricamente, piensan, es decir, representan en su mente que matan, o representan en el teatro o en un filme que matan, 0 juegan a matar, o se sientan ante el televisor y se divierten con la representaci¨®n del juego de matar. De hecho, pues, todos somos asesinos, aunque unos m¨¢s asesinos que otros.
Todo autor de novela que hace que su personaje muera, cualquiera que sea la manera en que decida que ha de morir, es su asesino, como antes fue su parturiento (a veces lo hace nacer ya de mayor). Para el parto de una criatura de ficci¨®n es indiferente edad y tama?o de ¨¦sta, y, claro est¨¢, el sexo del creador. Es, adem¨¢s, una partenog¨¦nesis, pues en su creaci¨®n no participa nadie por fuera del que lo ha de parir. Y como due?o ¨²nico y absoluto que es, mata a su criatura haci¨¦ndola morir cuando quiere y como quiere.
Lo habitual es que el autor nos haga creer que permanece fuera de la vida y la muerte de su personaje. Ante nosotros, lectores, se oculta con el disfraz de cronista de los hechos de la vida y del hecho de morir de aquel que se inventa. Miguel de Cervantes fue el primero, y de los pocos, que se introdujo en la supuesta biografia del personaje que cre¨®, pero ni a¨²n as¨ª se reconoci¨® asesino de Don Quijote. Para disimular se hizo llamar Cide Hamete Benengeli.
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