Dulce melancol¨ªa y od¨ªosa desesperaci¨®n
El deleite melanc¨®lico consiste en haber gozado de muchos placeres sin entregarse verdadera e ¨ªntegramente a ninguno, fingiendo la alegr¨ªa y el contentamiento. En el fondo, el melanc¨®lico sufre un gran hast¨ªo, porque la solidez del mundo se le ha disuelto en epic¨²reos instantes fugitivos. Entonces se descubre a s¨ª mismo como ¨²nico eje de salvaci¨®n a que aferrarse, y se descansa, sue?a, construye para¨ªsos ideales. El desinter¨¦s por cuanto acontece significa la ruptura con el inundo exterior que lo sustituye por un regodeo o autosatisfacci¨®n est¨¦tico-¨ªntima. Pero "toda concepci¨®n est¨¦tica de la vida es desesperaci¨®n" (Kierkegaard).A la indiferencia melanc¨®lica por el mundo se llega por las frustraciones, errores, fracasos, desenga?os sucesivos, al paso que la desesperaci¨®n es una pasi¨®n de consumirse que no logra sus prop¨®sitos. Mientras la melancol¨ªa es serena y se refugia en enso?aciones, la desesperaci¨®n es un anhelo por alcanzar un bien inasequible, que puede llevar a la propia destrucci¨®n. Sin embargo, es la melancol¨ªa misma que crea la desesperaci¨®n, pues, al no poder conservarse en la placentera quietud, el hombre sale fuera de s¨ª en b¨²squeda de su verdad. La desesperaci¨®n es siempre activa, mientras la melancol¨ªa tiene sabor de dulzura y se regocija en su pasividad. Kierkegaard incitaba a sus disc¨ªpulos a desesperar, para devolverles la energ¨ªa del esp¨ªritu y sacudir as¨ª la modorra de ser y la galbana de la vida melanc¨®lica. La desesperaci¨®n es el acto puro de desesperar. Nace cuando ya no se puede aguantar m¨¢s la tensi¨®n de la clausura, del ensimismamiento melanc¨®lico y al fracasar todas sus expectativas.
La desesperaci¨®n puede tambi¨¦n originarse de la conciencia de una melanc¨®lica existencia po¨¦tica. "El poeta vive extra?ado y desterrado del mundo real" (H?lderlin), proyect¨¢ndose en sue?os, pero sin intentar hacer nada para realizarlos. S¨®lo la melancol¨ªa es la realidad vivencial del poeta que est¨¢ buscando siempre su enigma ¨ªntimo que no se le revela jam¨¢s. Peor ello, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez descubre, en Arias tristes, que la tristeza la origina la poes¨ªa misma. En efecto, el poeta vive solo, puro, diferenciado de los otros hombres, en un parad¨®jico estado de dichosa melancol¨ªa. Es el amante incomprendido, el h¨¦roe condenado a la derrota. "El ideal po¨¦tico es siempre un ideal falso, pues el verdadero ideal es siempre lo real" (Kierkegaard).
El melanc¨®lico se siente tan extra?o a su presencia objetiva que no puede decir t¨² a s¨ª mismo, familiarizarse con la propia intimidad. Hastiado de vagas disquisiciones y sue?os que se desvanecen solos, decide buscar la ra¨ªz de su ser. Aqu¨ª comienza su desesperaci¨®n. Cree ingenuamente que la han desencadenado hechos fortuitos que le afectan y duelen profundamente, pero, en realidad, surge de la situaci¨®n conflictiva y contradictoria de su melancol¨ªa. Vive despegado de todo contacto con las vicisitudes del mundo y tambi¨¦n ajeno a su realidad interior.
El retraimiento melanc¨®lico le proporciona cierta satisfactoria paz esc¨¦ptica, pues no cree siquiera en su esencia real. De hecho, vive desgarrado entre una exterioridad que le ha desenga?ado y la propia interioridad sombr¨ªa, oscura que desconoce y no intenta desvelar. As¨ª sufre una tensi¨®n continua que llega a la desesperaci¨®n. El melanc¨®lico puede soslayar esta contradicci¨®n que vive y quedarse aletargado, nutri¨¦ndose de esperanzas imposibles. Esta forma de melancol¨ªa sabe disfrutar concienzudamente del h¨¢lito fugitivo de todo lo que pasa, mejor dicho, apura r¨¢pido los instantes y, a la vez, anticipa el futuro al vivir en s¨ª morosamente las m¨²ltiples posibilidades del presente.
Sin embargo, esta sabidur¨ªa no impulsa al melanc¨®lico y, como el poeta, sue?a con el acto puro, pero no se atreve a realizarlo, es el amante desdichado de la acci¨®n. Por el contrario, la desesperaci¨®n es actividad misma. El melanc¨®lico vive de proyectos; el desesperado, de actos concretos, de soluciones fulminantes casi desesperadas. La desesperaci¨®n resuelve la antinomia b¨¢sica de la melancol¨ªa paralizada entre un yo interior que se ignora y otro exterior que no se vive, pues el desesperado busca en el mundo su verdad ¨ªntima. La desesperaci¨®n por su af¨¢n de ser demuestra la continuidad del yo. Es evidente que el desesperado no acepta seguir siendo el que es, y la desesperaci¨®n es odiosa al no poder liberarse de s¨ª mismo.
Kierkegaarel concibe metaf¨ªsicamente la desesperaci¨®n al considerarla inmutable, como si el hombre fuese siempre igual, perennidad a la que est¨¢ condenado. As¨ª, su concepto de la desesperaci¨®n no ofrece una salida de la melancol¨ªa, sino un conflicto insoluble del que solamente una trascendencia nos puede liberar. Pero el hombre es una realidad hist¨®rica que crea m¨²ltiples yos en el transcurso de su devenir vital. Desespera, pues, porque se busca en la realidad objetiva cambiante y, a la vez, quiere encontrar la objetividad de su ser. Al descubrir la disparidad entre el interior y exterior de s¨ª, se le revela que es una posible armon¨ªa a conquistar. De aqu¨ª proviene esa lucha desesperada por afirmarse y, a la vez, el deseo de dejar de ser el que es hasta llegar al suicidio.
La desesperaci¨®n solamente puede acabar cuando se logra un equilibrio interno y externo, mediante el trabajo consciente dirigido a un fin concreto. Pero cuando el hombre desespera absolutamente, es decir, no quiere dejar de desesperar, se entrega a Dios, dice Kierkegaard, como suprema realidad en que conf¨ªa, fund¨¢ndose en su trascendencia. As¨ª, la desesperaci¨®n religiosa acaba en aceptaci¨®n resignada del mundo tal cual est¨¢ constituido, sin ninguna esperanza de transformarlo, y retorna a la melancol¨ªa definitiva.
Hemos dicho que la desesperaci¨®n es din¨¢mica, est¨¢ animada siempre de una esperanza, y la melancol¨ªa vive de la reflexi¨®n. Se puede a?adir que as¨ª como la melancol¨ªa espera en su desesperanza total, la desesperaci¨®n que se nutre de la acci¨®n esperanzadora puede caer en la postraci¨®n melanc¨®lica al carecer de fines precisos para su empe?o. Hay, pues, una acci¨®n desesperada que es esperanzada, y una desesperanza que es la renuncia a toda actividad, porque ya no espera el cumplimiento de los fines creadores. Ahora bien, el dilema que plantean la melancol¨ªa y la desesperaci¨®n no es s¨®lo psicol¨®gico, tambi¨¦n origina ¨¦ticas irreconciliables.
Si nos entregamos a la melancol¨ªa es porque ya hemos vivido la experiencia de la seducci¨®n, el deseo, las vivencias m¨²ltiples del cuerpo y su erotismo; si nos abandonamos a la desesperaci¨®n es porque el amor exige renunciar asc¨¦ticamente al conocimiento rico y plural de los seres, al Eros ontol¨®gico. 0 lo uno o lo otro (enter-eller). No hay opci¨®n: o la melancol¨ªa que nace de la bondad del placer de vivir, o la desesperaci¨®n que proviene del bien que aportar¨¢ la armon¨ªa feliz. La primera es un lujo que pueden disfrutar algunos privilegiados y les inclina a la benevolencia comprensiva; la segunda es la dolencia cotidiana de la inmensa mayor¨ªa que provoca furias exasperadas y puede llevar a la emancipaci¨®n humana.
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