?Etnocentrismo?
A un corresponsal que le ponderaba las supuestas virtudes de la Iglesia cat¨®lica, contest¨® Spinoza con discreto sarcasmo: "El orden de la Iglesia romana, que usted elogia tanto, es, lo confieso, pol¨ªtico y lucrativo para muchos; y no creer¨ªa que hubiera otro m¨¢s conveniente para enga?ar al pueblo y constre?ir el ¨¢nimo de los hombres si no existiera el orden de la Iglesia mahometana, que la aventaja much¨ªsimo". La verdad de este aserto la estamos comprobando ¨²ltimamente hasta la saciedad, a costa del osado Salman Rushdie y de los desdichados llamados a alcanzar el para¨ªso de los creyentes por v¨ªa r¨¢pida a base de manifestarse contra ¨¦l en pa¨ªses policialmente expeditivos. Con sobrada raz¨®n se ha dicho que todas las religiones son deliciosas en su poes¨ªa y siniestras en su pol¨ªtica: habr¨ªa que a?adir que la mayor¨ªa de sus partidarios se exalta m¨¢s con la segunda que con la primera. Por eso es peor el islam que es cristianismo, porque su voluntad de organizar el lado pol¨ªtico de la existencia es m¨¢s directamente intr¨ªnseco a su doctrina. Tanto la Biblia como el Cor¨¢n est¨¢n llenos de abominaciones pol¨ªticas y salpicados de rasgos de humanidad generosa; lo que ocurre es que su uso gubernativo se decanta por las primeras, y el Cor¨¢n tiene desde siempre m¨¢s vocaci¨®n de c¨®digo civil que la Biblia, al menos en su uso cristiano (la ortodoxia hebrea no es mejor que la musulmana).De todas formas, no hay que llamarse a enga?o. Los bienintencionados cat¨®licos que se niegan a que su intolerancia en casos como La ¨²ltima tentaci¨®n de Cristo sea comparada con la de Jomeini deber¨ªan ser m¨¢s capaces de contrici¨®n. Han hecho todo lo que estaba en su mano (incendio del cine Saint-Michel incluido), y si no han llegado m¨¢s lejos es sencillamente porque su peso pol¨ªtico es actualmente por fortuna menor de lo que fue. Lo ¨²nico que ha humanizado a la Iglesia cat¨®lica es la p¨¦rdida de poder terrenal y el creciente escepticismo pr¨¢ctico, incluso en quienes se dicen gen¨¦ricamente creyentes. A los albigenses, por ejemplo, la condena de Rushidie por Jomeini no les habr¨ªa sonado a nueva: "Matadlos a todos; Dios reconocer¨¢ a los suyos", tal fue el dictamen del legado pontificio, y seguir¨ªa si¨¦ndolo si muchos librepensadores no se hubieran jugado el pellejo en estos ¨²ltimos siglos enfrent¨¢ndose a la barbarie bautizada. Cuando la historia no le deja a uno ser gran inquisidor, renunciar a serlo tiene menos m¨¦rito. Por lo dem¨¢s, es significativa la cautela del Vaticano ante la jomeinada: se dir¨ªa que siente nostalgia por las hogueras perdidas y las envidia en otras teocracias m¨¢s efectivas, por lo que no se atreve a condenarlas abiertamente. Unos y otros hablan del "derecho a sentirse ofendidos por la blasfe m¨ªa". Pues bien, que se sienten tan ofendidos como quieran, pero que practiquen la caridad y la resignaci¨®n, que para eso su reino no es de este mundo. Y a los fundamentalistas de la cruz o de la media luna que piensen de otro modo, los laicos tenemos que estar dispuestas a sacarlos pr¨¢cticamente de su error.
Sin embargo, la cosa no es f¨¢cil, porque tambi¨¦n nuestras democracias occidentales son culpables, tanto de autosuficiencia como de remordimiento. En cuanto a la primera, bueno ser¨ªa que repas¨¢semos nuestra pr¨¢ctica de la libertad de expresi¨®n a fondo, porque quiz¨¢ es menos sanguinaria en ciertos casos que la de los fundamentalistas isl¨¢micos, pero no menos intransigente. No me refiero a los dogmas tradicionales, sino a los nuevos, a las blasfemias de nuestro tiempo, que como tales son perseguidas y prohibidas: por ejemplo, el trato judicial dado en Francia a los historiadores revisionistas, empe?ados en negar la existencia de las c¨¢maras de gas nazis. Es obvio que tal opini¨®n ofende a muchos, pero no otro es el argumento inquisitorial de Jomeini. En un pa¨ªs libre, toda opini¨®n que no entra?e una incitaci¨®n a la violencia o a la discriminaci¨®n anticonstitucional puede ser refutada, parodiada, ridiculizada, etc¨¦tera, pero nunca prohibida ni perseguida. Y cuanlo menos acorde sea con nuestra idea de lo verdadero o lo decente, m¨¢s deber¨ªamos esforzarnos por tolerarla. Tambi¨¦n puede poner en cuesti¨®n la autosuficiencia occidental no ya la existencia de creencias irracionales, sino cierto uso irracional de las basadas en raz¨®n. Por ejemplo, la conversi¨®n de la salud c¨ªnica en un suced¨¢neo de la salvaci¨®n religiosa, con la consimiente transformaci¨®n de los m¨¦dicos en un nuevo Santo Oficio. Ello explica, por ejemplo, la oposici¨®n de determinados representantes del obispado m¨¦dico ante la sensat¨ªsima propuesta del Comit¨¦ Permanente de M¨¦dicos de la Comunidad Europea para que los problemas de bio¨¦tica sean resueltos por representantes de todas las partes implicadas en el sector sanitario, sin exclusi¨®n, desde luego, de los propios enfermos. ?Restringir las competencias de los colegios m¨¦dicos e imponer la participaci¨®n de otros sectores sociales en la definici¨®n de la llamada salud, hasta tal herej¨ªa pod¨ªamos llegar!
Por otro lado, el remordimiento y una desconcertada mala conciencia se mezclan a esta autocomplacencia. Las demasiado recientes culpas coloniales lanzan sombras sobre los valores occidentales europeos, o m¨¢s bien sobre su defensa sin complejos. El pecado horrible de etnocentrismo asusta m¨¢s a las bellas almas que el relativismo, en el que todo vale y nada se puede objetar al tiranuelo tercermundista (?les hicimos sufrir tanto!) o al ritual b¨¢rbaro (ellos tienen sus tradiciones, tan respetables como las nuestras). Protectores de minusv¨¢lidos pol¨ªticos terminan Incluso por elogiar cualquier aberraci¨®n teocr¨¢tica con tal de que tenga claro el cu?o antioccidental, que no puede ser sino progresista por dogma: caso de Jean Ziegler, sin ir m¨¢s lejos, ese suizo del Parlamento Europeo inventor de un reloj de cuco ideol¨®gico en el cual no sale un pajarito, sino Franz Fanon. El caso de Etiop¨ªa, el de Irak y otros demuestran hasta qu¨¦ punto esta doctrina ha servido para que los pa¨ªses ex colonialistas hayan provocado con su tolerancia m¨¢s cr¨ªmenes que con su imperio. Como bien se?ala Maxime Rodinson en su muy oportunamente editado La fascinaci¨®n del islam, "los efectos obtenidos por el terror intelectual y el seguidismo militante sirven con m¨¢s frecuencia a la causa de los intelectuales y bur¨®cratas del Tercer Mundo, capa privilegiada, que a las masas de las que pretenden hacerse portavoces". Esa tolerancia, por otra parte, se apoya tambi¨¦n en que los in-
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tereses econ¨®micos de las potencias democr¨¢ticas han aprendido muy bien a prosperar con las autocracias, sean del signo ideol¨®gico que fueren.
Ante el caso Rushdie no falta quien se?ala que vemos la viga en el ojo ajeno y no la paja en el propio, dado que precisamente no faltan cr¨ªmenes y abusos en los Estados que se declaran defensores de los derechos humanos. Incluso se compara el acoso del escritor anglo-indio con la sutil represi¨®n occidental: ?acaso Bernhard no recibi¨® tambi¨¦n el paraguazo de una se?ora en las calles de Viena, quiz¨¢ cuando se dirig¨ªa hacia el ensayo de tina de sus admirables piezas teatrales subvencionadas por el Estado al que magistralmente insultaba? Creo que se confunde lo que es malo en su principio mismo con lo que es malo en su forma de aplicar se, el abuso de los valores con los valores del abuso. Decir que todo hombre tiene derecho a la libertad de expresi¨®n y luego condenar de hecho a muchos al analfabetismo es una hipocres¨ªa en la aplicaci¨®n de un valor, que lleva su contradicci¨®n cr¨ªtica en s¨ª misma: por eso podemos denunciarla a partir de s¨ª misma. Afirmar que el blasfemo debe sufrir pena de muerte es una monstruosidad valorativa que debe ser condenada y combatida desde valores menos b¨¢rbaros. A fin de cuentas se trata de defender unos valores centrados en la individualidad -que no ha de ser forzosamente insolidaria- contra unos basados en un tipo de solidaridad inventada a partir de la anulaci¨®n organicista de la individualidad. Por cierto, que tales valores democr¨¢ticos (de cuya superioridad razonable no tengo la debilidad intelectual o pol¨ªtica de dudar) surgieron en una parte del mundo determinada y gracias a determinado desarrollo econ¨®mico por el que muchos sufrieron y a¨²n sufren: pero lo que les debemos a quienes han padecido su ausencia o su aplicaci¨®n abusiva es el privilegio de ese valor, no la concesi¨®n resignada a la barbarie. Salman Rushdie es un buen ejemplo de ello: cr¨ªtico del racismo y del imperialismo occidentales, del acoso estadounidense a Nicaragua no menos que de los abusos sandinistas, y por supuesto de las extravagancias ideol¨®gicas de ese islam que ¨¦l conoce muy bien, defiende la individualidad ir¨®nica e insumisa que la historia contempor¨¢nea regatea a tantos de su raza y de su origen.?Ojal¨¢ los Salman Rushdie no tuvieran que vivir en Europa y pudieran hacerlo en sus pa¨ªses de origen! Ya s¨¦ que hay antietnocentristas cuya preocupaci¨®n es que los fundamentalistas isl¨¢micos puedan vivir sin problemas en Inglaterra. Como etnocentrista absolutamente desacomplejado, mi preocupaci¨®n es que los Rushdie puedan vivir y blasfemar libremente fuera de Inglaterra. Es mi forma de oponerme a las secuelas del colonialismo. Y, ya que empezamos con ¨¦l, acabemos tambi¨¦n con Spinoza: "Las leyes que conciernen las opiniones no amenazan a los criminales, sino a los hombres de car¨¢cter independiente".
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