El Retiro
Hace muchos, muchos a?os, tenia por costumbre acercarme hasta el Retiro y llenar los minutos de la sobremesa en tenderme en la yerba, ba?arme de sol y contemplar con ojillos vivarachos a las muchachas que ten¨ªan id¨¦ntica costumbre y sacaban sus piernas a los rayos ultravioletas que les pervert¨ªa la melanina. El parque del Retiro, como he dicho, es una peca graciosa que le ha salido a Madrid. Hace a?os, cuando a¨²n me quedaban ratos de ocio, se los entregaba al Retiro para, de d¨ªa, secar espinillas y, de noche, humedecer pecados.Hasta el Retiro me llegaba en mi seiscientos saltar¨ªn, aparcaba con facilidad en su paseo de Coches, que por algo se llama as¨ª, y a dos pasos del asfalto se ergu¨ªa el Palacio de Cristal, con una fuente f¨¢lica e inagotable en medio de un estanque en el que un cisne macho se deslizaba de arriba abajo por puro aburrimiento. Eran tardes apacibles, de gozosa contemplaci¨®n, en las que entre mont¨ªculos y vaguadas las parejas se recitaban estupideces, los ancianos arrastraban su sombra y una chica con un libro en las manos se tend¨ªa contra un ¨¢rbol rebuscando los rayos de sol que, como intrusos, traspasaban la arboleda.
Indudablemente eran otros tiempos. Ahora no se va al Retiro, sino que se hace una excursi¨®n para ir al Retiro. Yo hablaba de tiempos en los que las excursiones se hac¨ªan a Torrelodones o a la Cuesta de las Perdices, con cesta para la merienda, mantel de cuadros y la familia en pleno. Al Retiro no se iba de excursi¨®n, quite usted, que estaba a dos pasos ning¨²n ni?o hubiese agradecido la salida con esa cara de excursi¨®n que se nos pon¨ªa al hablarnos de Navalcamero o incluso del aeropuerto de Barajas. Al Retiro se iba a ver a, los monos cochinos, a un le¨®n travestido, a un tigre desdentado y a aquel pato insaciable de migas de pan. En el Retiro estaba la casa de fieras. Despu¨¦s se la llevaron al zoo y el Retiro se qued¨® en un parque de barrio. Y cuando Tierno se acord¨® de dar pareja al cisne macho del estanque fue cuando llegaron la civilizaci¨®n y la norma al parque, y como todo el mundo sabe, cuando llegan las normas aparece el caos. Y entonces el resto de los visitantes nos fuimos yendo de all¨ª porque el tiempo se nos devoraba y la vida nos envolv¨ªa en todo lo que no era el ocio.
Excursi¨®n
El concepto de excursi¨®n ha desa parecido en Madrid, salvo para ir al Retiro. Irse de excursi¨®n a Valdemorillo es una horterada, y no digamos a Chinch¨®n. Las excursiones de nuestros hijos no merecen tal nombre si no se trata de fin de semana en Londres o puente en Disneylandia. Hablarles del Retiro tiene tanto valor como citarles a Zamora, Ciriaco y Quincoces, o mencionar a Roberto Alc¨¢zar y Pedr¨ªn. O a Franco, sin ir m¨¢s lejos.
Para m¨ª, en cambio, el Retiro sigue siendo esa excursi¨®n excitante a la que ya no me dejan ir. Cuando en junio, por la feria, paseo las tardes del parque, rememoro los viejos tiempos en los que a¨²n ten¨ªa ratos de ocio. Y cada vez me prometo volver para hacer la excursi¨®n lo antes posible, para tenderme en la hierba, desperezarme al sol y rebuscar entre los ¨¢rboles de mil especies aquellas piernas juveniles que se perdieron de mi vida sin salir del anonimato.
Lo que ocurre es que ahora ya no se puede aparcar ni dentro ni fuera, y ni siquiera hay manera de llegar al centro de la ciudad en una tarde cualquiera. Tampoco dejan tumbarse en la hierba, que en Madrid el c¨¦sped es caro y perecedero, tierno como una mirada de pobre y tan dificil de replantar como imposible para los presupuestos municipales. Y por si fuera poco, las muchachas en flor ya no van a lucir sus piernas al sol, que todas las tienen quemadas de ense?arlas en piscinas y, playas, a las que se van de excursi¨®n en cuanto tienen dos d¨ªas libres.
Tampoco est¨¢n aquellos guardas disfrazados de bandoleros con pana marr¨®n que, con la autoridad de su exagerado cinto rojo en bandolera, miraban y comprend¨ªan, hac¨ªan la vista gorda cuando la ley dec¨ªa que un beso era esc¨¢ndalo p¨²blico y tan s¨®lo paseaban del quiosco a la Rosaleda para que no se molestase a los gorriones ni se apedreara a las margaritas. Ahora son polic¨ªas municipales disfrazados de hombres de Harrelson los que tienen que jugarse la vida ante chirleros y maleantes, los que tienen que limpiar jeringuillas y malsonancias y, de paso, fruncen, el ce?o y levitan sus cabreos cuando se pisa la hierba o se mira mal a una flor nacida para ser robada. Un parque de barrio, ya digo.
El Retiro era el parque m¨¢s hermoso de Madrid. Ahora ya es un museo rom¨¢ntico que el tiempo cubre con su p¨¢tina para recordamos que un d¨ªa hubo un lugar al sol en el que olvidarse de todo menos de vivir.
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