La trastienda de los rascacielos
El n¨²mero de personas que viven a la intemperie en Estados Unidos se dispara vertiginosamente
Bien venido al reino de las sombras. Sombras como estatuas que viven pegadas a un equipaje de mantas, cajas de cart¨®n y trapos viejos. Sombras con mugrientos gorros de lana, machacadas por temperaturas bajo cero, que repiten cientos de veces a lo largo del d¨ªa: "?Algo de dinero suelto?". Pennsylvania Station, en el coraz¨®n de Nueva York, es la pen¨²ltima parada del viaje a ninguna parte. Cientos de personas sin hogar (homeless) recalan en invierno en los destartalados pasillos de la estaci¨®n, situada en la trastienda del pr¨®spero Madison Square Garden.
Afuera debe hacer a¨²n m¨¢s fr¨ªo. Se adivina en los abrigos llenos de nieve de los viajeros que corren apresuradamente sin reparar en las sombras. Lo dicen los peri¨®dicos: en las tres ¨²ltimas noches han ca¨ªdo cinco homeless en las calles de Nueva York por culpa de las heladas.El futuro de 40.000 o 50.000 neoyorquinos sin techo (el 90% de ellos son negros o hispanos) gira en torno a los refugios, los hoteles de beneficencia o las rejillas de vapor caliente que salpican las calles. Nadie sabe a ciencia cierta cu¨¢nta gente sin hogar deambula por el pa¨ªs: los m¨¢s optimistas dicen que medio mill¨®n; los conocedores del tema sit¨²an el list¨®n por encima de los dos millones.
-Ll¨¢mame Bob, ?okey?
Bob, okey, aparenta varios a?os m¨¢s de los 42 que dice tener. Meses y meses en la calle han curtido su rostro y te?ido de gris la melena que asoma bajo su gorra roja. "Yo no suelo limpiar zapatos, ?sabes? Todos estos trastos son de un amigo que me deja vigilando el puesto mientras se va a dar una vuelta".
"Llevo un mes aqu¨ª y quiz¨¢ no me mueva en todo el invierno", se?ala Bob. "Antes viv¨ªa en un refugio en Filadelfia, pero lo cerraron y nos quedamos en la calle. Entonces decid¨ª volver a Nueva York porque hay m¨¢s sitios donde pasar el d¨ªa".
A las nueve de la noche, las sombras invaden el vest¨ªbulo de Grand Central, la otra estaci¨®n de Nueva York. Todos esperan impacientes la llegada del rancho gratuito de cada d¨ªa, a cargo de la Coalici¨®n Nacional por los Homeless, un grano de arena en la monta?a de asociaciones que combaten el problema de la gente sin hogar.
Pocos se atreven a bajar al metro de Nueva York despu¨¦s de la medianoche. A esas horas, la estaci¨®n de Broadway/Lafayette es un tenebroso dormitorio de decenas de fantasmas arremolinados junto a las salidas de aire caliente. Otros necesitan el runrun de los vagones del metro para poder conciliar el sue?o y se pasan la noche de estaci¨®n en estaci¨®n.
A?o 1981: por cada d¨®lar invertido en vivienda p¨²blica, se dedican siete a gastos de Defensa. A?o 1988: frente a un d¨®lar destinado a vivienda p¨²blica, se dedican 46 a armamento.
Los datos proporcionados por la National Low Income Housing Coalition (Coalici¨®n Nacional para la Vivienda de Gente con Escasos Ingresos) coinciden con las cifras oficiales publicadas por la revista Time, que hablan de un descenso del 77%. de las subvenciones de vivienda p¨²blica durante la era Reagan.
Los enfermos mentales
Mientras, ciudades como Los ?ngeles -40.000 familias viviendo en garajes- sienten en sus calles los recortes del Gobierno. Pero las reaganomics son s¨®lo la punta del iceberg de un problema que en EE UU alcanza su m¨¢xima crudeza. Los expertos no se cansan de enumerar razones. Entre ellas, la pol¨ªtica de desinstitucionalizaci¨®n, que ha dejado a miles de enfermos mentales en la calle. O el aumento de los alquileres, con cientos de desahucios todas las semanas. O la adicci¨®n al crack, versi¨®n barata de la coca¨ªna, que lanza a la gente a la calle por falta de medios.?Soluciones? El Ayuntamiento de Nueva York lo ha probado casi todo. S¨®lo el mantenimiento de una red de 64 albergues y las subvenciones a 40 hoteles le cuesta la friolera de 300 millones de d¨®lares al a?o (cerca de 35.000 millones de pesetas).
En otras ciudades son las propias autoridades las que hacen o¨ªdos sordos al problema. En Washington, el Departamento de Transportes impide con barreras la entrada de los homeless en el metro. El Ayuntamiento de Miami estuvo a punto de resucitar una ley de vagos y maleantes que inclu¨ªa la detenci¨®n de personas que pernoctaran en la calle.
Pero la idea m¨¢s original parti¨® de un grupo de comerciantes de Burlington, en el Estado de Vermont. ?Su propuesta? Que el Ayuntamiento local regalara a todos los homeless que deambulaban por la ciudad un billete de un solo trayecto en tren. El destino era lo de menos; el caso era borrar a Burlington del mapa.
Las palomas no soportan el fr¨ªo. Dejaron de aparecer hace tiempo por este parque desolado del norte de Washington que lleva su nombre. Quienes siguen acudiendo por las migajas son los homeless, puntualmente, a eso de las seis de la tarde, para recibir el rancho que reparte la organizaci¨®n La Mesa de Marta. "Vengo aqu¨ª desde hace un mes porque no tengo qu¨¦ llevarme a la boca". Carlos Morales, peruano de 35 a?os, es de los primeros en la cola. "Llevo casi un mes en Washington y no lo aguanto m¨¢s; aqu¨ª hay un odio a los hispanos que se nota en cada paso que das. Aqu¨ª me ves, durmiendo todas las noches en un carro, all¨¢ a la vuelta de la esquina".
El mexicano Ernesto Reino recuerda haber pasado una tercera parte de sus 28 a?os a la intemperie. Ahora da con sus huesos en el albergue La Morada, al noroeste de Washington, y se gasta en bebidas lo poco que gana en una empresa de mudanzas. Julio M¨¦ndez, salvadore?o de 18 a?os, tambi¨¦n se pone a la cola. Julio trabaja a ratos perdidos y vive debajo de un puente. "No puedo aguantar el refugio, all¨ª no hay quien viva".
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