La intensidad de la sutileza
Jos¨¦ ?ngel Valente ha vuelto con una precisi¨®n inolvidable. La suya ha sido siempre una palabra hecha a tiempo, construida para quedar grabada en la memoria con la intensidad de la sutileza. As¨ª es en persona: una palabra hecha a tiempo. Podr¨ªa sospecharse, al verle tan exacto como un caballero ingl¨¦s que viviera en la inmensa jaula de Ginebra, que bajo los soportes de su cerebro discurre un r¨ªo de verbos contenidos, palabras que convierten en blanco el lugar del vac¨ªo. La sospecha es infundada, y ahora Valente ha vuelto para reiterarlo: s¨®lo habla para poner la mano sobre el hombro del fr¨ªo, para situar su mirada de calor sobre las cosas que se van. Al final, Al dios del lugar, que es el libro con el que retorna, pone en evidencia que quien toca estas palabras toca el tiempo de un hombre, su pasi¨®n por quedarse a pesar de que siempre la historia nos est¨¦ diciendo que es la hora exacta de la desaparici¨®n, Ias condiciones perfectas para morir".Con esos materiales en los que el coraz¨®n y el cerebro van juntos por un lienzo que parece de Malevitch, Valente ha dibujado en su geograf¨ªa personal una nueva capital que parece heredera de su actual paradero en el mundo: el mar de Almer¨ªa. Es un mar c¨¢lido como su manera de ver, y a pesar de la precisi¨®n de los verbos y de la inc¨®gnita que siempre desprende la poes¨ªa, ese mar de Valente aparece revuelto, vital, como si ¨¦l mismo quisiera desaparecer en su remolino. La fuerza con que retorna el poeta no es ajena a ese ruido del mar en el que ahora habita. El sol ha hecho la otra parte: Valente vuelve con la luz para decir lo oscuro.
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