El otro
VICENTE VERD?, No crean que con 5-0 el p¨²blico estaba contento. La desgracia del ganador es que nunca esta seguro de serlo en todo lo que cabe, mientras al perdedor no le perturba la duda sobre su derrota. Si se mira bien, todo triunfo es principalmente obsceno y tanto m¨¢s cuanto mayor parece.
El campo entero fue una obscenidad sostenida sin cesar por los 70.000 seres vivos que colmaban un estadio demasiado hermoso, construido sobre columnas de 20 metros de di¨¢metro ascendiendo en espiral como ocho o diez museos Guggenheim.
Tres, cuatro, cinco, incontables veces. Suced¨ªa que no se les agotaban las voces de entusiasmo en las gargantas. "iAaeee!, ?aooo!", dec¨ªan. "?Oeee, oeee, forza Milan!". Un espect¨¢culo sofocante.
El espect¨¢culo se desarrollaba bajo una atm¨®sfera de ciencia ficci¨®n, entre escenas de v¨ªsperas del fin del mundo y visiones de una feria espectral. Todo ello registrado una vez que la colectividad, habiendo enloquecido totalmente, reproduce las manifestaciones de una infancia con dinamita.
La voluptuosidad de las pilastras de hormig¨®n que har¨¢n de esta arquitectura una de las m¨¢s bellas construcciones deportivas del mundo pod¨ªa habernos hecho sospechar la danza del vientre que nos esperaba dentro. El oprobio es eso a lo que en f¨²tbol se llama una derrota abultada. El Mil¨¢n ha obsequiado a su amo Silvio Berlusconi con el n¨²mero cinco de su suerte. Escribo ahora con el estadio pr¨¢cticamente vac¨ªo, poblado de papeles, pl¨¢sticos, residuos de v¨ªveres, impermeables de 3.000 liras de los que vend¨ªan en las afueras del estadio, ahora encharcados y sucios. Y es que como quiera que la tarde descurr¨ªa con chaparrones intermitentes, los vendedores de impermeables, amarillos, rojos y azules, vistieron el estadio con los colores de un musical americano. He aqu¨ª los desechos de una victoria que ha corrompido, literalmente ha corrompido, de orgullo a los tifosi milaneses. Los expedicionarios espa?oles, constrictos, son, sin embargo, el rostro de la dignidad. Porque ?hay m¨¢s dignidad en esos coros procaces que todav¨ªa estallan por los t¨²neles o en esta silenciosa especie de infelices que admiten haber sido humillados? La respuesta es que ni siquiera la dignidad cura al vencido del deseo de ser el otro.
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