Unidad para dar respuesta al campo
Con 17 millones de espa?oles viviendo en poblaciones inferiores a 20.000 habitantes y unos cuatro millones de personas dependiendo directamente de las rentas obtenidas de la tierra, del ganado o de la madera, el campo espa?ol se ha visto metido de bruces en la Comunidad Europea.Desde el inicio de la democracia hasta esa fecha hist¨®rica del 1 de enero de 1986, fecha de adhesi¨®n, se estaba larvando entre los productores el esquema organizativo del sector agrario imprescindible para vertebrar un campo moderno y competitivo.
La corta historia de las organizaciones agrarias espa?olas, llena en sus or¨ªgenes de intereses personales y pol¨ªticos, eclosiona con fuerza en 1977 con la aprobaci¨®n de la ley de Libertad Sindical. Tras un per¨ªodo de confusi¨®n lleno de siglas locales, provinciales y nacionales, se inicia un per¨ªodo de pactos y fusiones que desembocan en cinco organizaciones profesionales agrarias, de car¨¢cter nacional, consolidadas por la celebraci¨®n de las primeras (y ¨²ltimas) elecciones a c¨¢maras agrarias, en 1978, que fueron el catalizador de un panorama sindical agrario mantenido hasta hace apenas unos meses.
Inmediatamente fueron etiquetadas seg¨²n tendencias pol¨ªticas. A la Coordinadora de Agricultores y Ganaderos (Coag) y a la Uni¨®n de Peque?os Agricultores (UPA) se las encasill¨® en el espectro de la izquierda; la Uni¨®n de Federaciones Agrarias de Espa?a (UFADE), el Centro Nacional de J¨®venes Agricultores (CNJA) y la Confederaci¨®n Nacional de Agricultores y Ganaderos (CNAG) se cosificaron hacia el espectro de centro-derecha.
Con este esquema simplista se inici¨® la vida p¨²blica de nuestras organizaciones agrarias, centrando la atenci¨®n de la sociedad espa?ola solamente cuando se produc¨ªan manifestaciones, tractoradas o las anuales negociaciones de precios con el ministro de Agricultura de turno.
Y con ese esquema simplista, la aut¨¢rquica y paternal pol¨ªtica agr¨ªcola espa?ola (cuyos monumentos arqueol¨®gicos son los silos que jalonan una gran parte de nuestros pueblos) entr¨® en la Comunidad Europea, que, como una presa a rebosar, inund¨® con sus nuevas reglas de juego y una ingente burocracia el campo y la agroindustria espa?ola.
De unos ministros preocupados en fomentar o desincentivar cultivos en funci¨®n del equilibrio interno de oferta-demanda, atentos a algunos buenos negocios exteriores, pero construyendo una tela de ara?a v¨¢lida hasta ese momento, pasamos a la Europa de los excedentes, de los recortes y del mercado libre.
Cooperativas y organizaciones profesionales agrarias repartieron su trabajo ante Bruselas llevando su unidad de acci¨®n all¨¢ donde pod¨ªan. Pocos eran estos lugares, pues a la dureza de la Comunidad en pol¨ªtica agraria se un¨ªa una creciente desconfianza del Ministerio de Agricultura hacia todo aquello que pudiese ser un obst¨¢culo pol¨ªtico para sus intereses. Agroindustriales, Administraci¨®n y productores han estado de espaldas en la negociaci¨®n de nuestro Tratado de Adhesi¨®n a la CE, y han estado de espaldas en estos tres a?os ante Bruselas. Una peligrosa situaci¨®n que corr¨ªa el riesgo de enquistarse a pesar del coste econ¨®mico y social que ello supondr¨ªa para el futuro.
La pol¨ªtica comunitaria
La incorporaci¨®n de Espa?a y Portugal fue el detonante para la aprobaci¨®n de una nueva pol¨ªtica agr¨ªcola com¨²n (PA-C). Se recortaron presupuestos, se castigaron producciones y se elimin¨® progresivamente la intervenci¨®n. El paraguas comunitario se qued¨® con las varillas al aire, y el reto de 1993 se le pas¨® ¨²nicamente al sector agrario. Nadie, desde entonces, vuelve a dar cuenta de cu¨¢les son los planes de adaptaci¨®n y, por tanto, nadie da cuenta de su grado de cumplimiento. No hay responsables. Sin dinero, endeudados en 1,5 billones de pesetas, con una poblaci¨®n activa agraria superior a la media comunitaria y una imparable colocaci¨®n de capital franc¨¦s, brit¨¢nico e italiano, tanto en grandes superficies como en la agroindustria espa?ola, el productor corre el riesgo de convertirse en un trabajador por cuenta ajena de las grandes multinacionales.
Esta estrategia de desidia y de dejar que el tiempo lo cure todo se ha intentado romper en numerosas ocasiones. Las organizaciones han presentado planes concretos a nuestros poderes p¨²blicos, exigiendo una pol¨ªtica seria de actuaci¨®n. A la industria agroalimentaria se le ha puesto encima de sus mesas la ley de Contratos Agrarios y la necesidad de articular interprofesionales que gestionen la actuaci¨®n de cada sector espa?ol campa?a a campa?a. En una palabra, hemos querido crear la misma estructura organizativa existente en la Comunidad desde hace a?os. La respuesta no ha existido por ninguna de las partes. Falta criterio y visi¨®n de futuro. Faltar ideas y existe excesivo anquilosa miento en la comodidad de ganar hoy, y ma?ana Dios dir¨¢.
Las organizaciones agrarias no podemos perder tiempo y actuamos en el ¨²nico sentido que podemos: en la unidad. Vamos a potenciar nuestra afiliaci¨®n y nuestras estructuras para informar, defender y auspiciar esa modernidad, codo con codo con lo que a¨²n queda del cooperativismo espa?ol. Codo con codo con todos aquellos que quieran trabajar por un sector moderno y con futuro.
Con una generosidad ilusionada, CNAG y J¨®venes Agricultores se fusionan. Con 50 oficinas provinciales, 800 centros locales y 137.000 profesionales afiliados, se convierte en la de mayor implantaci¨®n de Espa?a. Abierta al resto de organizaciones y sectoriales, CNAG-J¨®venes Agricultores va a ser beligerante con quien impida una vertebraci¨®n ordenada y constructiva del campo espa?ol.
Hemos crecido en la unidad, con el ¨²nico fin de entrar en Europa en plano de igualdad con el resto de los agricultores comunitarios. Se ha perdido mucho tiempo esperando que fuera la Administraci¨®n la que auspiciase una estrategia conjunta ante el futuro. No ha sido as¨ª en seis a?os, y ahora debe ser el propio sector el que tome la responsabilidad de su propio futuro.
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