Hambre
Un lejano art¨ªculo de La Codorniz afirmaba que, contra lo que pudiera pensarse, los est¨®magos de los pobres eran capaces de digerir el jam¨®n; tras una ligera disfunci¨®n se adaptaban perfectamente al rico y desconocido alimento. En realidad, a lo ¨²nico que no se acostumbra el est¨®mago humano es a no comer. El coraje ideol¨®gico de una huelga de hambre puede hacer soportable el padecimiento, pero no evita el deterioro f¨ªsico del ayudante. Los recientes sucesos de Argentina muestran un l¨®gico rechazo a la inanici¨®n, peculiaridad humana de la que debi¨¦ramos todos felicitamos. Si fu¨¦ramos inmunes al hambre, la especie desaparecer¨ªa inadvertidamente. Los gobenantes argentinos no lo ven as¨ª.Excluida la explicaci¨®n m¨¢s evidente de los saqueos, s¨®lo les quedaba optar por alguna fantasiosa. Personalmente hubiera preferido una interpretaci¨®n psicoanal¨ªtica algo as¨ª como que los supermercados y tiendas de alimentaci¨®n son una met¨¢fora materna, pero los asesores freudianos del Gobierno deben haber emigrado tambi¨¦n. De modo que han atribuido el estallido de los hambrientos a un compl¨® izquierdista. La derecha siempre sobrevalora la capacidad revolucionaria de los oprimidos. Si yo fuera pobre ser¨ªa marxista, piensan en su fuero interior con un determinismo pasmoso. El Gobierno de Alfons¨ªn se inscribe as¨ª en la larga lista de lo fabuladores ciegos, y no precisamente al modo de Borges, sino al de Franco y Carrero Blanco, que estaban convencidos de que en caso de ser ingleses se hubiesen dedicado a odiar a Espa?a a jornada completa
Al quebrantar las libertades e iniciar la caza del militante de izquierdas, Alfons¨ªn borra los contorno que le daban, si no otra cosa, un perfil democr¨¢tico. Pasa al ¨¢lbum de la historia en posici¨®n muy desairada. Nadie le reprochar¨ªa quiz¨¢ que no hubiese podido evitar el hambre, cualquiera puede reprocharle que intente camuflarla. Y que con ¨¦l vuelva la pesadilla de la represi¨®n.
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