Habr¨¢ fiscal
De pronto, las causas m¨¢s ¨ªnfimas desencadenan efectos totalmente desproporcionados. Y entonces lo excesivo se torna insignificante. Es el s¨ªntoma inquietante de una sociedad atacada por el virus de una larga dictadura que no ha recuperado a¨²n el completo equilibrio de su salud. Las mentes de m¨¢s alto voltaje caen en inexplicables cortocircuitos. Las sensibilidades m¨¢s finas reaccionan parox¨ªsticamente ante los hechos m¨¢s triviales e intrascendentes. Pareciera como que un permanente estado de sospecha se hubiese instalado definitivamente en todos los planos de la vida cotidiana haciendo bizquear los juicios y las interpretaciones sobre los hechos m¨¢s simples.Esto es lo que ha ocurrido con el rumor de la quema de los originales de mi novela nonata El fiscal. Una confidencia de mi amigo Carlos Colombino, que es la conciencia parlante (y pict¨®rica) m¨¢s implacable, inacallable y respetada de Paraguay, repiti¨® a un diario de Asunci¨®n la confidencia que yo le hab¨ªa hecho en la relativa intimidad del tel¨¦fono (a 14.000 kil¨®metros de distancia) sobre la incineraci¨®n de la fallida novela. La voz de mi amigo, en la otra punta del hilo, tron¨® un anatema de condenaci¨®n. Me compar¨® con los fiscales de la Santa Inquisici¨®n que mandaron achicharrar en la hoguera a millares de herejes, entre ellos a Giordano Bruno, por combatir a Arist¨®teles y a los escol¨¢sticos y por difundir las doctrinas de Raimundo Lulio sobre las maravillassensoriales y sensuales del mundo.
Calma, maestro, no es para tanto, murmur¨¦ bati¨¦ndome en retirada. Trat¨¦ de apaciguar a mi enardecido e incombustible amigo asegur¨¢ndole que la quema no era un auto de fe y menos todav¨ªa un suicidio simb¨®lico. "No me he quemado yo...", dije. "Un exilio de m¨¢s de 40 a?os no ha logrado quemarme todav¨ªa... No va a quemarme ahora el desexilio...", balbuc¨ª. .?No me importa nada ... !", me ensordeci¨® la voz de mi amigo. "?Esa novela me estaba dedicada ... ! ?Quiero por lo menos las cenizas ... !". C¨®mo iba a explicar a este querido y exasperado energ¨²meno que las cenizas de un libro o de un hombre de verdad son la cosa m¨¢s pesada que hay en el mundo. Las cenizas de esos papeles no val¨ªan su peso. A partir de ese momento, la doble humareda (la de los originales que segu¨ªan ardiendo en el hornillo y la del bombardeo de llamados igualmente intransigentes y conminatorios a que empec¨¦ a ser sometido) estuvo a punto de asfixiarme. Me sent¨ª tremendamente abochornado. Como cuando, en esos sueflos angustiosos que a veces sobrevienen, uno se encuentra paseando en pa?os menores en medio de una fiesta elegant¨ªsima, se siente blanco de todas las miradas y las burlas y no le alcanzan las manos para cubrirse las verg¨¹enzas.
Alerta
El alerta de Colombino a los bomberos result¨® eficac¨ªsimo. En el despacho de una agencia de noticias, que varios diarios de Asunci¨®n y del ¨¢rea hispanohablante reprodujeron entre azorados y divertidos, el autor del llamado de auxilio coment¨® que durante la conversaci¨®n telef¨®nica el pir¨®mano parec¨ªa "casi p¨ªcaro, como si supiera que acababa de hacer algo malo". Era necesario impedir atoda costa que el orate siguiera cometiendo nuevos atentados. "?Sin duda alguna le ha dado un ataque o est¨¢ pose¨ªdo por el diablo!", grit¨®. "Hay que enfundarlo en una camisa de fuerza y arrastrarle a un asilo psiqui¨¢trico lo m¨¢s lejos posible, a la tundra siberiana, por ejemplo. ?Se debe impedirle a toda costa que incinere incluso los libros que no ha escrito todav¨ªa..., cosa de la que es muy capaz ese atolondrado ... !".
Hablando ahora en serio, no puedo decir sino que la actitud de Colombino me preocup¨® seriamente no s¨®lo por tratarse de un amigo al que quiero y admiro de verdad y que creo que tambi¨¦n me quiere y admira a pesar de mis "ataques de locura". Me inquiet¨®, sobre todo, por provenir del m¨¢s alto exponente de nuestras artes, de una conciencia cultural y social templada en el rigor y en la exigencia de su trabajo, probada sin cesar en su comportamiento como artista, como ciudadano, en las situaciones m¨¢s cr¨ªticas de nuestro pa¨ªs.
A ¨¦l se le deben iniciativas y empresas de valiosas proyecciones en el campo cultural que han tenido la virtud de nuclear a lo mejor de las m¨¢s j¨®venes promociones; iniciativas y empresas que no han tenido equivalente en el campo pol¨ªtico, donde, por lo general, el concepto de cultura como actividad viva y creativa ha solido estar subevaluado y despreciado, o peor a¨²n, manipulado maniquea y demag¨®gicamente.
Baluarte
Carlos Colombino ha fundado y construido con sus manos el Centro de Artes Audiovisuales, que se ha convertido en taller y baluarte de la cultura de la resistencia contra la tiran¨ªa y que lo sigue siendo contra toda reca¨ªda en la barbarie pol¨ªtica.
El vasto complejo del centro abarca desde el museo del barro al museo de arte moderno; desde el museo de arte barroco hispano-guaran¨ª a la artesan¨ªa ind¨ªgena y popular y a la escuela de artes pl¨¢sticas, donde se forman los j¨®venes artistas del futuro. Nunca antes hubo en Paraguay algo ni siquiera remotamente parecido: la obra de un visionario renacentista, de un artista fil¨¢ntropo en toda la extensi¨®n de la palabra. Colombino seguramente no ha quemado ning¨²n cuadro, pero ha quemado etapas a ritmo vertiginoso en bien del trabajo cultural en Paraguay.
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