El compromiso posible
AL ACABAR cada cumbre europea, aunque haya cosechado ¨¦xitos, queda siempre alguna insatisfacci¨®n. Siempre parece que falta algo, un paso que se iba a dar, un acuerdo rotundo, un ritmo nuevo que se iba a imprimir. Es cierto. Pero es as¨ª, paso a paso, bastante humildemente, como se va construyendo Europa. Como en otras ocasiones anteriores, durante horas pareci¨® en Madrid que el triunfo o el fracaso del Consejo Europeo pend¨ªan de un hilo, de una especie de pulso en el que estar¨ªa en juego nada menos que el proceso de unidad europea. Nada m¨¢s lejos de la realidad. Los 12 l¨ªderes pol¨ªticos que asisten al Consejo comparten, en mayor o menor medida, una visi¨®n de Europa. Y sean cuales sean las razones que les mueven, saben que, a estas alturas, es pr¨¢cticamente imposible apearse del carromato. De forma que el compromiso suele ser posible, sobre todo si se ha producido una maduraci¨®n previa de los asuntos conflictivos y si la presidencia semestral se ha batido el cobre para lograr un acercamiento de posturas. Y eso es lo que ha ocurrido estos dos d¨ªas en Madrid.Los dos temas principales de la reuni¨®n -uni¨®n monetaria y Carta Social- eran de muy dif¨ªcil acuerdo y se sab¨ªa de antemano que en ning¨²n caso se les podr¨ªa dar curso completo: incluso se Reg¨® a vaticinar que la cumbre ser¨ªa de tr¨¢mite. En la cuesti¨®n de la uni¨®n monetaria, tratada globalmente por el llamado informe Delors, se topaba con la oposici¨®n frontal de la primera ministra brit¨¢nica. Delors hab¨ªa propuesto la adopci¨®n del sistema en tres fases consecutivas y necesariamente ligadas, de tal modo que la aceptaci¨®n de la
primera desencadenaba la puesta en pr¨¢ctica de las dos restantes. La negativa de Margaret Thatcher a adoptar tantos compromisos de una sola vez ha exigido de los participantes un ejercicio de transacci¨®n y moderaci¨®n que ha permitido a la cumbre saldarse con un ¨¦xito relativo, pero evidente.
Como lo preve¨ªa el informe Delors, se ha acordado que la primera fase -la aproximaci¨®n de las pol¨ªticas monetarias y la recomendaci¨®n de que todas las monedas comunitarias se integren en el Sistema Monetario Europeo- comience en julio de 1990. En una pirueta que es cl¨¢sica de la pol¨ªtica de la CE, no se exige al Reino Unido que, iniciada la primera fase, integre a la libra esterlina en el SME hasta tanto Londres no decida que tal acci¨®n le es conveniente. Y Margaret Thatcher ya anunci¨® antes de la reuni¨®n de Madrid que no har¨ªa tal cosa hasta que no se reuniesen determinadas condiciones, en especial un descenso en la tasa de inflaci¨®n, que en el Reino Unido es el doble de la media europea.
Las otras dos fases -a lo largo de las cuales se prev¨¦ la creaci¨®n de un sistema federado de bancos centrales, el establecimiento de paridades fijas y la adopci¨®n de una moneda com¨²n- no se adoptar¨¢n autom¨¢ticamente, sino s¨®lo despu¨¦s de una conferencia intergubernamental. Thatcher se ha comprometido a asistir a esta conferencia una vez que hayan concluido satisfactoriamente sus trabajos preparatorios. Lo importante es que est¨¢ dispuesta a asistir incluso si, no queriendo hacerlo, se lo exige la mayor¨ªa de sus socios. ?ste es el verdadero salto cualitativo que se ha dado en el Consejo de Madrid.
La conferencia, se celebre cuando se celebre, debe reformar una vez m¨¢s al Tratado de Roma para que se acomoden a ¨¦l las nuevas realidades econ¨®micas de la CE. Pero, puestos a modificar la carta magna de la Comunidad, deber¨ªa aprovecharse la oportunidad para acometer la reforma, siempre pendiente, de las instituciones comunitarias para acomodar sus funciones efectivas a la naturaleza democr¨¢tica y representativa de su origen, en especial en lo que se refiere a los poderes del Parlamento y del Consejo de Ministros.
Una de las mayores reservas que se hacen -y no s¨®lo desde Londres- a las transferencias de soberan¨ªa desde los Estados hacia la Comunidad es que esas facultades transferidas no son ejercidas en ocasiones por organismos con el mismo nivel de representaci¨®n que tienen los que las ostentaban en los pa¨ªses de origen, por lo que la construcci¨®n europea est¨¢ aquejada de un d¨¦ficit democr¨¢tico. El informe Delors preve¨ªa, a este respecto, que la reforma del tratado se realizara para hacer posible la transferencia de soberan¨ªa al llamado Sistema Europeo de Bancos Centrales, que actuar¨ªa como banco emisor de la Comunidad. Lo que no se ha definido a¨²n es qui¨¦n controlar¨¢ a este banco emisor, de tal forma que tal transferencia de soberan¨ªa aparece como un cheque en blanco a un organismo t¨¦cnico que no contar¨ªa con la legimitidad que procura el sufragio universal. La democratizaci¨®n de las instancias comunitarias sigue siendo una de las grandes tareas por acometer. Hasta entonces, las suspicacias hacia la macroburocracia de Bruselas tendr¨¢n fundamento, no s¨®lo en las ideolog¨ªas nacionalistas, sino en la necesidad del control democr¨¢tico a todos los niveles.
Por lo que se refiere al otro escollo, la Carta Social Europea, no se ha registrado ning¨²n progreso apreciable y su estudio ha sido remitido a una pr¨®xima cumbre comunitaria, en el mes de diciembre. Casi nadie esperaba otra cosa, pero al menos la primera ministra brit¨¢nica, su principal oponente, se ha limitado a afirmar en esta ocasi¨®n que "no es el momento adecuado". El problema de la carta es de naturaleza diferente. No se trata de innovar, sino, simplemente, de recoger y sistematizar lo que ya se hace en los pa¨ªses m¨¢s avanzados de la CE. La oposici¨®n brit¨¢nica a este documento es de naturaleza ideol¨®gica. La se?ora Thatcher ha llevado a cabo en su pa¨ªs la llamada revoluci¨®n conservadora, eliminando algunos aspectos del Estado del bienestar. En realidad, la pr¨¢ctica inglesa de las relaciones industriales cabe perfectamente dentro de la carta, pero aprobarla significar¨ªa para la primera ministra brit¨¢nica admitir una victoria p¨®stuma del enemigo intervencionista, al que con tanto ardor combate. Toca ahora a la presidencia francesa retomar la cuesti¨®n donde qued¨® en Madrid y darle un peque?o empuj¨®n. As¨ª funciona Europa.
China y la OLP
Mientras que los problemas de la unidad monetaria han dado lugar a una compleja negociaci¨®n hasta llegar al compromiso, en cambio la cumbre ha definido con relativa facilidad posiciones comunes sobre cuestiones de pol¨ªtica internacional de primera magnitud. No siempre ha ocurrido as¨ª.
La resoluci¨®n aprobada en Madrid sobre la cuesti¨®n palestina es mucho m¨¢s precisa y comprometida que las aprobadas en otras reuniones. Hay en ella dos novedades de suma importancia. En primer lugar, al reiterar la necesidad de una conferencia internacional patrocinada por la ONU, la CE declara que la OLP deber¨¢ participar en ella en representaci¨®n del pueblo palestino. La nitidez de esta afirmaci¨®n, mucho m¨¢s rotunda que las realizadas sobre ese punto por EE UU, indica una evoluci¨®n de los Gobiernos europeos m¨¢s reticentes ante la OLP hacia la actitud defendida por Francia, Espa?a e Italia. Al mismo tiempo, los doce no descalifican la propuesta de Shamir sobre la celebraci¨®n de elecciones en los territorios ocupados y abren una v¨ªa para que no se eternice el enfrentamiento verbal, propagand¨ªstico, entre partidarios de la conferencia y partidarios de las elecciones. Pero la CE define que las condiciones para esos comicios puedan cumplir un papel positivo, en especial que se inscriban en un proceso amplio de paz, del que la conferencia internacional ser¨¢ una etapa esencial.
En lo que se refiere a la represi¨®n desencadenada en China, la resoluci¨®n adoptada no se ci?e a una condena moral. Los 12 Gobiernos se comprometen a aplicar una serie de sanciones concretas que, aun con un ¨¢mbito limitado, har¨¢n sentir a las autoridades de Pek¨ªn la determinaci¨®n de la CE de acudir en defensa de los derechos humanos m¨¢s elementales all¨¢ donde sean pisoteados. Una "pol¨ªtica exterior coordinada", tal como se postula en el Acta ¨²nica, era quiz¨¢ uno de los desaf¨ªos m¨¢s arriegados en la construcci¨®n de Europa. Los pasos dados en la cumbre de Madrid en ese terreno son un motivo de esperanza.
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