Sangre y orina
Los actuales sanfermines son como una fotograf¨ªa movida de su propia imagen; m¨¢s que movida, yo dir¨ªa que sacada de quicio. Lo tradicional, aquello que fue siempre y durante muchos a?os, se ha desvanecido en poco tiempo a causa del descomunal crecimiento de visitantes, que entraron en la fiesta como un elefante en una cacharrer¨ªa. Aunque esto no haya sido nunca una exhibici¨®n de objetos de porcelana, lo cierto es que se han roto muchas cosas que aqu¨ª ten¨ªan su justo valor.No es s¨®lo por el forcejeo pol¨ªtico que, si no llega la sangre al r¨ªo, s¨®lo se nota en las numerosas pintadas y pancartas con mensajes escritos en una lengua que casi nadie entiende. Es que la cantidad se ha convertido en calidad: en muy mala calidad. ?Hemingway, Hemingway, cu¨¢ntos cr¨ªmenes se cometen en tu nombre!
Es inevitable adoptar un tono elegiaco cuando se pasea por estas calles atestadas de mozos que beben a morro botellas de cava catal¨¢n, de forasteros desharrapados y tambaleantes, amenizados por m¨²sicos andinos y amenazados por grupos callejeros de rock.
Faquires
"Chistularis y gaiteros, ?do se han ido? ?Qu¨¦ se hizo de la bota y el porr¨®n?", me pregunto melanc¨®licamente en mi recorrido penoso y zarandeado por Parnplona, a la vez que pongo mis cinco sentidos -todos desagradablemente afectados- en el intento de cruzar por los lugares menos peligrosos la alfombra de vidrios quebrados que pone un brillo siniestro en callejones y plazoletas. "?Qu¨¦ corte, t¨ªo!", dice alguien a mi lado. No habla por hablar; est¨¢ sangrando por un pie. Vistas las cosas desde cierto ¨¢ngulo muy agudo, ¨¦sta es en muchos aspectos una fiesta para faquires.
No es ¨¦se el ¨²nico peligro que debe afrontar el caminante. Al llegar la noche se nota que la fiesta ha recorrido un largo trecho. Se huele. Entonces es preciso remangarse los pantalones y caminar de puntillas para vadear las resbaladizas superficies humedecidas por la cerveza y el champa?a metabolizados. Se me ocurre ahora que cuando Federico Garc¨ªa Lorca escribi¨® en Nueva York su famoso poema dedicado a la multitud que orina, deb¨ªa estar movido por una certera premonici¨®n de los sanfermines en su edici¨®n de 1989.
Quedan, es cierto, algunas cosas de siempre, aparte de los encierros, que vienen a constituir la columna vertebral de las tradicionales fiestas. Los mozos entonan por doquier tonadas populares, que llegan a adquirir una extra?a fuerza l¨ªrica. "Si el pelo te crece mucho, c¨®rtatelo con un serrucho", canta a mi vera un desafinado pero en¨¦rgico ochote. Y tambi¨¦n est¨¢n las pe?as, con sus t¨ªpicas charangas. Pasa la primera pe?a, y la calle se llena de alegr¨ªa. Debo confesar que la segunda charanga me aturde un poco. En la tercera advierto un notable desequilibrio entre la percusi¨®n y el viento: seis bombos, dos pares de platillos y una caja contra un clarinete y dos saxofones. Al llegar la d¨¦cima pe?a descubro el origen etimol¨®gico de la palabra pe?azo.
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