Muere a los 82 a?os Laurence Olivier, uno de los grandes creadores del teatro y el cine brit¨¢nicos
Hasta hace dos a?os, el actor sigui¨® ejerciendo su profesi¨®n
?NGEL FERN?NDEZ-SANTOS, Con Laurence Olivier se extingue el ¨²ltimo representante de una generaci¨®n de actores -entre ellos Ralph Richardson y Michael Redgrave- que hicieron c¨¦lebre la escena brit¨¢nica tras la II Guerra Mundial. Fueron considerados arist¨®cratas de su oficio y se les ennobleci¨®. Era Olivier el m¨¢s universal de ellos. Les sobrevivi¨®, y no abandon¨® la escena hasta que fisicamente le fue imposible seguir en pie. Muere con ¨¦l m¨¢s que un actor. muere un estilo irrepetible de actuaci¨®n.
La fama mundial le lleg¨® cuando abandon¨® los escenarios y estudios de cine londinenses, donde ya era un int¨¦rprete conocido, y entr¨® a formar parte de los elegidos de Hollywood. Ocurri¨® con s¨®lo dos pel¨ªculas.En 1939, el actor, con poco m¨¢s de 30 a?os, logr¨¦ romper la etiqueta de gal¨¢n rom¨¢ntico (se le consideraba al mismo tiempo ant¨ªpoda y sombra de su compatriota Leslie Howard) que le hab¨ªan prefabricado los estudios de cine ingleses. Y fue su creaci¨®n de Heathcliff, el tosco, sentimental y brutal protagonista de Cumbres borrascosas, en la versi¨®n de Wylliam Wyler, el trabajo que le proporcion¨® el pasaporte al starsystem hollywoodiense.
Un a?o despu¨¦s, la confirmaci¨®n del triunfo le lleg¨® con Rebecca, primera pel¨ªcula norteamericana de su compatriota Alfred Hitchcock, en la que logr¨® dar forma al personaje De Winter, aparentemente opuesto al de Cumbres borrascosas, pero misteriosamente similar en su efecto sentimental sobre el p¨²blico: un astro (sin precedentes en Hollywood) solitario, enigm¨¢tico e incluso con un toque tenebroso, con el que Olivier rompi¨® los moldes tradicionales de ese gal¨¢n rom¨¢ntico en que quer¨ªan encasillarle desde que en 1930 comenz¨® ha hacer cine en Londres.
Actor dotado de gran facilidad para resolver con elegancia cualquier situaci¨®n o r¨¦plica, capaz de hacer pasar las cosas m¨¢s dif¨ªciles como aparentemente f¨¢ciles (para sus detractores era al rev¨¦s: capaz de dar una ladina sensaci¨®n de dificultad a f¨¢ciles recursos de oficio), se gan¨® de golpe no s¨®lo el estrellato, sino la fama adicional de genio, corroborada incluso por algunos de sus competidores, como Spencer Tracy, que lleg¨® a decir de ¨¦l: "Es el mejor de todos".
Pero pocos sab¨ªan por entonces que este superdotado actor, cuya imagen se hizo en un par de a?os familiar en todo el mundo no apreciaba esos trabajos y que en el fondo consideraba viciada su repentina gloria, de la que quiso y supo huir a lo que consideraba su verdadero campo de trabajo, la escena y, en concreto, la escena cl¨¢sica londinense.
Su retorno a Londres, acompa?ado por su segunda mujer, Vivien Leigh, fue algo m¨¢s que un acto de coraje c¨ªvico (desde el lujo de Hollywood se incorpor¨® a la s¨®rdida lucha de su pa¨ªs en guerra), sino una elecci¨®n de su instinto profesional, que inicialmente no fue entendida, pero cuya raz¨®n hay que buscarla en que a Olivier los m¨¦todos de rodaje de Hollywood le resultaban humillantes, en la medida que, a su juicio, no daban posibilidad al actor para crear. "En el cine todo depende del director. El actor no cuenta", dijo.
Eata frase ilumina los a?os posteriores de su carrera, en la que abandon¨® el productivo star-system he hizo abandonarlo a Vivian Leigh, que con su triunfo en Lo que el viento se llev¨® ten¨ªa ante s¨ª todas las puertas de California abiertas de par en par. Volvi¨® a Londres, directamente al teatro. Y se prepar¨® para ser en la pantalla director de s¨ª mismo, lo que le llev¨® a su Enrique V, adaptaci¨®n de la tragedia de Shakespeare realizada en 1944, que orient¨® para siempre su trabajo. Sus pel¨ªculas fueron a partir de entonces deudoras del teatro y, salvo El pr¨ªncipe y la corista, casi siempre de Shakespeare. Actu¨® en todas ellas. Su obra como director es sobria, minuciosa, cercana al perfeccionismo, pero de importancia menor que las interpretaciones, marcadamente teatrales, que realizaba en ellas. Con Hamlet gan¨® (1948) el Oscar al mejor actor del a?o. As¨ª redonde¨®, desde su propio terreno, su insatisfactorio triunfo inicial en Hollywood.
Fuerza de la naturaleza
Olivier, actor teatral, llena por s¨ª solo una p¨¢gina de la escena contempor¨¢nea. Hizo music-hall y comedia, drama psicol¨®gico y tragedia, pero con modelos de dicci¨®n, gesto y comportamiento derivados de la tradici¨®n cl¨¢sica brit¨¢nica, lo que no le impidi¨® actuar en montajes (hay un Tito Andr¨¢nico dirigido por Peter Brook que caus¨® asombro en el Teatro de las Naciones de Par¨ªs) que apuntaban a la introducci¨®n de las vanguardias en la recreaci¨®n del teatro isabelino.
Por esta raz¨®n su peso espec¨ªfico en el teatro de su pa¨ªs creci¨® incesantemente con el paso de los a?os e incluso quienes, sin dejar de reconocer sus portentosas facultades, le menospreciaron, al final acabaron rindi¨¦ndose a la evidencia de su enorme talento. Kenneth Tynan, un cr¨ªtico y hombre de teatro dijo: "Entre una buena actuaci¨®n y otra grante, memorable, existe un abismo que solo pueden salvar int¨¦rpretes de enorme altura. Olivier es uno de ellos".
Y su estatura esc¨¦nica fue coronada con una declaraci¨®n de humildad del propio Olivier cuando vatici¨®: "Trabajar¨¦ en el teatro mientras pueda tenerme en pie". Lo cumpli¨®. Su talento tuvo mucho que ver con su profesionalidad y con su fren¨¦tica capacidad de trabajo, que hizo exclamar a un cr¨ªtico que asist¨ªa a uno de sus ensayos: "Es una pantera, una fuerza de la naturaleza. Es imposible adivinar por donde va a saltar. Siempre lo hace en direcci¨®n imprevista".
En cine, por el contrario, hoy le son discutidos muchos de los m¨¦ritos de las interpretaciones que m¨¢s fama le dieron, como la citadas Cumbres borrascosas y Rebecca. Su madurez como actor de cine comienza realmente en Ricardo III, cuando compuso un personaje ¨¢grio y deforme, que le oblig¨® a salir del cerco de su encasillamiento rom¨¢ntico. Y ha sido en la vejez cuando le lleg¨® la hora de algunas creaciones de genio, como su trabajo en La huella, dirigido por Joseoh L. Mankiewick, en un portentoso mano a mano con Michael Caine.
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