El Madrid doloroso
Ciudad alegre, jovial, comunicativa, Madrid tiene tambi¨¦n pozos de dolor y sus ejes de depresi¨®n. Vayamos a buscarlos. La intensa emigraci¨®n de los a?os cincuenta tuvo acceso por las l¨ªneas de ferrocarril Madrid-Barcelona y Madrid-Andaluc¨ªa, lo que ha dado lugar al nombre Entrev¨ªas. Dentro de este barrio, el llamado Pozo del T¨ªo Raimundo ocupa la mayor parte de un antiguo plano que aparece con el nombre de Ahijones. Siguiendo la calle de M¨¦ndez Alvaro, pasamos por el puente de los Tres Ojos y, como cualquier madrile?o, nos damos cuenta que andamos por tendidos de ferrocarril que nos llevan a Entrev¨ªas Nuevo, centro de un chabolismo aciago, para llegar al Pozo Viejo y Nuevo.En 1925, el t¨ªo Raimundo, un afortunado propietario que ten¨ªa una gran finca por aquellos alrededores, mand¨® construir un pozo de agua para abrevar sus animales y regar los campos. Desde entonces empez¨® a conocerse este lugar con el nombre actual.
La primitiva estructura del barrio con sus calles y plazas, totalmente diferentes de las de la ciudad, reflejaba la miseria atroz. El Pozo Viejo, con sus chabolas, calles de tierra y las grandes colas de mujeres ante el dep¨®sito de agua, sobrecog¨ªa el ¨¢nimo m¨¢s templado. Los d¨ªas de lluvia el barro invad¨ªa todo y llegaba a penetrar hasta en las camas, impidiendo salir a las gentes de sus chabolas. De esta miseria vivida y compartida nace la conciencia del dolor. El que sentimos particularmente es simple malestar o disgusto que no da?a a nadie ni causamos dolor alguno. Pero cuando el dolor es colectivo, lo sufrimos todos a la vez y nos comunica con otros seres que son igualmente fr¨¢giles, quebradizos, para dolernos juntos de lo que nos agobia. Recordemos el famoso poema de C¨¦sar Vallejo: "Jam¨¢s, hombres humanos, / hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera".
Sobrevivir
Sin duda alguna, podemos definir el Pozo del T¨ªo Raimundo como el barrio del dolor. Sus moradores sufren tremendas dificultades econ¨®micas, pero no practican la mendicidad. Son trabajadores dignos que luchan como pueden por sobrevivir, aunque a veces este combate resulte vano y est¨¦ril, haci¨¦ndoles caer en una depresi¨®n profunda. Porque el dolor, cuando es viv¨ªsimo y quema las entra?as, nos lleva a creer que no existimos, que somos la nada de nuestro ser. Ya explicaba Spinoza que el dolor nos hace sentir menos de lo que realmente somos, nos amengua y empobrece, mientras que el placer aumenta nuestro vigor y la sensaci¨®n de plenitud. El dolor manifiesta nuestra insignificancia y, a la vez, la miseria es la realidad angustiosa, insoportable del dolor. Existe, pues, la miseria del dolor y el dolor de la miseria.Cuando ya no se puede aguantar tanto dolor aparece la tentaci¨®n del suicidio. "Entregar la herramienta", se dice en el barrio como expresi¨®n de renuncia del trabajador a la vida. "En el Pozo se ha dado y se da el suicidio", se?ala Esperanza Molina, soci¨®loga y antrop¨®loga que ha estudiado profundamente las costumbres de este barrio madrile?o, ah¨ªto de dolores diversos y m¨²ltiples. ?Madrid, capital del dolor, como defini¨® Paul ?luard a Par¨ªs durante la ocupaci¨®n alemana? No, el dolor es un mal que se encuentra en determinadas periferias y hasta en el centro mismo de las grandes ciudades; un Tercer Mundo, dice Sartre, que est¨¢ ah¨ª siempre presente. Sin duda es muy grave sufrir la miseria, la abyecci¨®n, la tortura cotidiana del mal vivir o desvivirse. Una soluci¨®n para combatir el dolor es denunciarlo. Por ello Picasso, al pintar sus arlequines, y C¨¦sar Vallejo, clamando en sus poemas contra el dolor que existe en el mundo, luchan por desterrarlo y lo sacan a la luz en toda su encarnada ferocidad. En el Pozo del T¨ªo Raimundo este dolor de la miseria que lleva a la desesperaci¨®n suicida se ha ido calmando debido a la labor del padre Llanos, quien no fue a ofrecer consuelos m¨ªsticos ni milagros celestiales: aport¨® soluciones humanas pr¨¢cticas, las ¨²nicas verdaderamente consoladoras. Prueba de ello son las antiguas chabolas convertidas hoy en las min¨²sculas casitas de las calles de Villacarrillo y Martos. "S¨¦ prudente, ?oh mi dolor!, cons¨¦rvate tranquilo", aconseja Baudelaire.
En la penumbra de la tarde, y tambi¨¦n all¨ª, en el Pozo del T¨ªo Raimundo, el sufrimiento de vivir parece que comienza a mitigarse.
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