Mapa politico de Europa
En primer lugar, parece ser que la aceptada estructura de partidos pol¨ªticos que se instaur¨® despu¨¦s de la guerra ya no resulta demasiado efectiva. Ya no existe una simple divisi¨®n entre izquierda y derecha, ni siquiera entre democracia social y democracia cristiana. Los partidos o las coaliciones de partidos que durante tanto tiempo exigieron el apoyo del 90% del electorado se contentan ahora con un 75% o menos. ?sta no es la situaci¨®n que se da en todas partes, pero es, claramente, la tendencia general.La raz¨®n es f¨¢cil de ver. La pol¨ªtica ya no depende por completo de qui¨¦n es el pueblo, sino de lo que ¨¦ste piensa. Los cat¨®licos no votan necesariamente a los partidos cat¨®licos, tampoco los obreros votan necesariamente a los partidos laboristas. Las simples suposiciones sobre los fundamentos sociales de la pol¨ªtica, que tanto explicaron durante varios a?os, han perdido su fuerza. Esto no quiere decir necesariamente que vayamos a dejar de estar gobernados por partidos socialistas o conservadores, pero significa que ni siquiera esos partidos pueden ya depender de sus votantes tradicionales. Tendr¨¢n que realizar nuevos esfuerzos para mantener u obtener la mayor¨ªa, incluso esfuerzos que impliquen el abandono de sus amadas doctrinas.
Porque la pol¨ªtica no s¨®lo depende de lo que la gente piensa, sino de lo que la gente piensa en un momento concreto: en tiempo de elecciones. La volatilidad es el nombre que define en nuestros d¨ªas el juego pol¨ªtico. Sin duda, todo ello estar¨ªa bien si se atuviera a los libros de texto norteamericanos sobre teor¨ªa pol¨ªtica y condujera a unos cambios de Gobierno m¨¢s o menos regulares, donde los dirigentes de hoy fueran la oposici¨®n del ma?ana y viceversa. Pero la segunda conclusi¨®n que puede extraerse de las elecciones europeas es que existe una nueva volatilidad que aleja a la gente de los partidos convencionales. Est¨¢n dispuestos a votar por Ruiz-Mateos o por el partido Cinco-Sextos de Luxemburgo (que defiende que las personas que se jubilan perciban cinco sextas partes de su ¨²ltimo salario), o por los verdes en el Reino Unido (que, bajo la actual ley electoral, jam¨¢s lograr¨¢n un solo esca?o), o por el partido anti-CE de Dinamarca (los mismos que hace a?os votaban al partido Antiimpuestos). Fuera de la Comunidad Europea, un partido del autom¨®vil ha logrado casi el 10% de los votos en varios cantones suizos. Otros fen¨®menos menos divertidos, como Le Pen, en Francia, o el Republikaner alem¨¢n, bien podr¨ªan pertenecer, hasta cierto punto, a la misma categor¨ªa. Es como si la gente quisiera romper con un sistema r¨ªgido de partidos y buscar algo nuevo. De momento, este algo nuevo sigue siendo indefinido. Por tanto, es bastante peligroso. Si intentamos definirlo, lo m¨¢s probable es que seamos injustos en cierta medida. Pero muchos grupos de protesta tienen en com¨²n ciertos elementos: en parte, elementos de estilo, y en parte, de sustancia. He aqu¨ª una recopilaci¨®n fortuita de puntos de vista sobre los sistemas de los partidos tradicionales:
- A la gente no le gusta el lenguaje de los partidos establecidos. Lo consideran artificial y esot¨¦rico. Quieren que los pol¨ªticos se dirijan a ellos utilizando su propio lenguaje: palabras sencillas y sinceras.
- A la gente le gustan menos las burocracias de los partidos que las del Estado. Les enfurece particularmente que una conquiste a la otra, como es el caso de Grecia.
- La gente tiene la impresi¨®n de que los partidos tradicionales han fracasado a la hora de defender temas nuevos, de evidente importancia, como las amenazas al entorno o incluso la amenaza nuclear.
- La gente ha disfrutado, en general, de los a?os ochenta, pero, curiosamente, sienten que ya han tenido bastante. Los ricos ya se han hecho lo suficientemente ricos, y ya es hora de hacer algo por los pobres.
- La gente est¨¢ confundida respecto a ciertos asuntos morales de importancia, desde el aborto a la ley y el orden y desde los refugiados hasta el destino del Tercer Mundo.
Sin duda, existen otros asuntos de gran importancia para muchos. La conclusi¨®n de las elecciones europeas es que en un solo d¨ªa ¨¦stas han demostrado que muchos de los partidos que tradicionalmente han ocupado el poder no se enfrentan a estos asuntos. El resultado no tiene por qu¨¦ suponer un gran drama. A menudo, los tiempos de cambio son tiempos creativos, y si los que est¨¢n en el poder se muestran algo preocupados, los ciudadanos de a pie, por lo general, tienen motivos para alegrarse. Pero ¨¦stos son tiempos de cambio.
En tales momentos es aconsejable fijarse de cerca en aquellos que hoy son una minor¨ªa -y que, de hecho, puede que lo sigan siendo para siempre-, pero que tienen algo nuevo que decir. Claramente, ya no es posible ignorar los problemas universales del entorno, la amenaza de guerr a nuclear y la ingenier¨ªa gen¨¦tica. Del mismo modo, tampoco es posible ignorar la crisis de aquellos que no consiguieron beneficiarse del gran boom de los ochenta. En muchos pa¨ªses existe una clase social inferior que requiere un nuevo enfoque. El presidente Bush habla de una "Norteam¨¦rica m¨¢s amable y gentil"; aqu¨ª, en Europa, hablamos de una Carta Social. Confiemos en que estos conceptos sean algo m¨¢s que palabras bonitas.
En los noventa, gobernar ser¨¢ una tarea menos c¨®moda en comparaci¨®n de como result¨® en los ochenta. ?sta es la clara ense?anza de las elecciones europeas. Sea bien venida.
Traducci¨®n: Carmen Viamonte.
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