Jerry Lewis no decepcion¨® a sus incondicionales
Jerry Lewis pr¨¢cticamente llen¨® las m¨¢s de dos mil localidades de los jardines del Castell de Perelada y lo curioso es que casi nadie sab¨ªa lo que el veterano c¨®mico y showman iba a ofrecer sobre el escenario. Nadie lo sab¨ªa, pero todo el mundo pod¨ªa suponerlo, porque Lewis lleva interpretando el mismo papel, su papel, desde 1949. Incluso cuando, en los ¨²ltimos tiempos, se ha lanzado a realizar alg¨²n filme de g¨¦nero aparentemente diferente, siempre, antes o despu¨¦s, han aflorado esos rasgos caracter¨ªsticos de su personalidad, esos que le convirtieron en Jerry Lewis y que el p¨²blico le exige en cualquier ocasi¨®n.
Unos rasgos que han caracterizado un humor algo infantil y tontorr¨®n, pero siempre entra?able, que no admite las medias tintas: a Jerry Lewis se le adora o se le aborrece. En Perelada, el ¨¦xito fue importante, pero tambi¨¦n es l¨®gico pensar que nadie se desplaza hasta all¨ª y paga una entrada nada econ¨®mica por asistir al show de alguien a quien odia.
Jerry Lewis
Acompa?ado por una orquesta de 28 profesores. Leo Brown, direcci¨®n y plano. Casino Castell de Perelada, 1 de agosto.
Meti¨¦ndose en la piel de los que le adoran, Lewis estuvo sencillamente extraordinario. Se interpret¨® a la perfecci¨®n a s¨ª mismo durante 60 minutos en los que las temidas barreras del idioma no llegaron ni a insinuarse y el humor visual triunf¨® sobre las escasas palabras. Las parodias de Lewis son todas conocidas y sus chistes gestuales, predecibles, pero el c¨®mico consigue envolverlos con un toque m¨¢gico que convierte, indefectiblemente, la sonrisa en carcajada.
Lewis dirigi¨® una desternillante Rapsody in Blue, hizo peculiares juegos de magia, bail¨® claqu¨¦, imit¨® a Luciano Pavarotti, gesticul¨® tanto como pudo, improvis¨® sobre la marcha y supo unir a sus habituales situaciones de mamporro y tentetieso toda la sensibilidad melanc¨®lica del viejo clown que enfrenta su mundo interior a las risas que le rodean.
Cantante mel¨®dico
"?Qu¨¦ clase de clown soy yo?",se preguntaba Lewis en una de sus canciones y la pregunta qued¨® sin respuesta o, tal vez, cada espectador tuviera su propia respuesta y todas fueran igualmente v¨¢lidas. Y entre parodia y parodia. Lewis tambi¨¦n cant¨®, no es que sea un cantante genial, pero se defiende bastante bien, cuando quiere, con una voz de crooner mel¨®dico, aunque realmente alcanza cotas de genialidad cuando se convierte en Al Jolson o Judy Garland o cuando, sencillamente, se pone a cantar como una almeja capaz de destrozarle los t¨ªmpanos al m¨¢s pintado. Fueron 60 minutos que se hicieron cort¨ªsimos y una buena parte del p¨²blico abandon¨® las gradas con la sensaci¨®n de que a¨²n faltaba la segunda parte.
Lo cierto es que, a sus 63 a?os y con una reciente intervenci¨®n card¨ªaca, a Lewis ya no se le pod¨ªan pedir m¨¢s esfuerzos f¨ªsicos; hab¨ªa sido una hora sin un s¨®lo segundo de descanso, una carcajada continuada.
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