Espa?a, ?un pa¨ªs totalitario?
No es otro el dilema en que me ha sumido la lectura de la rese?a de una intervenci¨®n del ministro de Cultura, Jorge Sempr¨²n, en los cursos de verano de la Complutense. En un seminario sobre Figuras del secreto pronunci¨® esta brillante frase, repleta de dinamita: "Las democracias se caracterizan por la publicidad de lo p¨²blico y el secreto de lo privado. El totalitarismo se define por la publicidad de lo privado y el secreto de lo p¨²blico". En principio, nada que objetar a esta tipolog¨ªa desde una perspectiva abstracta. Es suficientemente conocido que la piedra de toque para clasificar a un r¨¦gimen pol¨ªtico consiste fundamentalmente en el modo como se ejerza y se respete el derecho a la informaci¨®n. Sin ¨¦ste, debidamente garantizado, no es posible la vigencia de una aut¨¦ntica democracia. Por consiguiente, todos de acuerdo hasta aqu¨ª.Sin embargo, las preocupaciones comienzan cuando aplicamos tal enunciac¨ª¨®n a la actualidad de nuestro pa¨ªs. Desde hace ya alg¨²n tiempo no s¨®lo se est¨¢ rompiendo el secreto de lo privado, sino que hemos pasado al estadio de su cada d¨ªa m¨¢s visible publicidad. Y, como es l¨®gico, para que lo privado se convierta en p¨²blico necesita el soporte de los medios de comunicaci¨®n de masas. O, para ser m¨¢s exactos, esta tendencia imparable afecta sobre todo a la radio y a los semanarios de informaci¨®n general, quedando la televisi¨®n p¨²blica y la mayor¨ªa de los diarios nacionales apartados, por el momento, de tan peregrino caminar.
El hecho es que se ha producido, sobre todo en nuestra prensa semanal, un patol¨®gico fen¨®meno, por decirlo as¨ª, de holarizaci¨®n en todas las revistas de informaci¨®n general, en las que se ha impuesto la elaboraci¨®n de reportajes y noticias que afectan a la vida privada de cualquier persona que posea alguna parcela de poder pol¨ªtico, econ¨®mico, social o art¨ªstico. La voracidad de esta prensa no se detiene en los posibles excesos, de cualquier tipo, de los personajes de relieve social,sino que se persigue incluso a estas personas hasta extremos inauditos, se airean aspectos de su vida sentimental o sexual, o de sus costumbres m¨¢s o menos ortodoxas. En una palabra, se entra a saco en lo m¨¢s sacrosanto de la dignidad de toda persona, que es, en definitiva, su intimidad o privacidad.
Por supuesto, en ciertos casos, algunas de estas personas est¨¢n encantadas de que se haga as¨ª, ya que son ellas mismas las que venden las noticias, y en otros est¨¢ justificado hacerlo porque la vida privada de ciertos personajes p¨²blicos ha bordeado el terreno de lo il¨ªcito. Pero ni la tendencia a que me refiero abarca a estos dos supuestos, ni tampoco creo que sea reprobable que ciertos semanarios, enmarcados en eso que se llama la prensa del coraz¨®n, se dediquen sistem¨¢ticamente a vender lo privado de las personas p¨²blicas, puessiempre hay lectores, de bajo -y no tan bajo- nivel cultural, que lo agradecer¨¢n.
Lo preocupante, lo morboso, es que esta tendencia a ocuparse de la vida privada, por encima de cualquier otro tipo de noticias, se ha generalizado, como digo, entre todos los semanarios que deb¨ªan ofrecer informaci¨®n pol¨ªtica seria y que, sin embargo, se han entregado de pies y manos a esta solicitaci¨®n. Basta con ojear los ejemplares de cada semana para comprobar que casi generalmente la cover-story se refiere a este tipo de informaci¨®n malsana. Ser¨¢ dificil encontrar otro pa¨ªs europeo en el que los lectores conozcan m¨¢s tapujos y entretelas de la vida privada de personajes y personajillos de toda vida colectiva.La consecuencia es, por tanto, que, de acuerdo con la definici¨®n. de Sempr¨²n, Espa?a se halla inmersa, en este sentido, en el m¨¢s absurdo de los totalitarismos. Porque, en nuestro caso, no es algo que venga impuesto por el. poder, sino que se trata, por el contrario, de una tendencia nacida en nuestra sociedad civil. Si la misi¨®n principal de la prensa es formar e informar, en lo que respecta a los medios de que hablo se ha trastocado en conformar y deformar. Es decir, una aberraci¨®n que conduce a suministrar a la sociedad un efecto narcotizante, en lugar de ofrecer una informaci¨®n que se dirija a educar y formar ciudadanos para la democracia. En lugar de atender al lector-persona, se privilegia al lector-masa. En una palabra, lo contrario de lo que deb¨ªa ser el papel, de los semanarios de informaci¨®n general en un pa¨ªs democr¨¢tico y moderno.
Ahora bien, si esta tendencia se ha impuesto ya a lo largo de todo el a?o, cuando llega el verano se agudiza a¨²n m¨¢s, hasta el punto de que pudiera parecer que a la ola normal de calor se a?ade la anormal ola de cretinizaci¨®n. No queda m¨¢s remedio, para los que conocen idiomas, que comprar semanarios extranjeros, si se quiere segu¨ªs manteniendo un saludable nivel mental, y para poder enterarse as¨ª de las cosas serias que suceden en el mundo. Claro que esto no es una soluci¨®n, sino que lo necesario es corregir tal abusiva tendencia. Se me argumentar¨¢ tal vez que si los seminarios, la radio y algunos diarios siguen esta senda es porque: el lector lo demanda, ya que todo el mundo tiene inter¨¦s en enterarse de las trapisondas de las personas conocidas. Por supuesto, la cotiller¨ªa y el chismorreo son fen¨®menos universales, pero la diferencia entre la prensa seria y la irresponsable es que aqu¨¦lla se niega a dar tales noticias, mientras que la segunda cae en esa estaci¨®n en contra de su deber profesional. Porque, dig¨¢moslo claramente, lo que diferencia al profesional del diletante, en cualquier oficio, no es s¨®lo la suma de conocimientos especializados de tipo t¨¦cnico-cultural, sino sobre todo el conjunto de valores que permiten tener indisolublemente unidos los intereses propios con el inter¨¦s general, en el seno de una ¨¦tica profesional.
No vale, pues, que se arguya que la necesidad de vender exige este tipo f¨¢cil de lectura, porque, a la larga, s¨ª algunos lectores compran esta prensa por eso, otros tambi¨¦n dejan de comprarla por lo mismo. Perdi¨¦ndose, en consecuencia, un p¨²blico cualitativamente m¨¢s influyente, que es precisamente el que contribuye a formar la opini¨®n. Las consecuencias de tal fen¨®meno son evidentemente jur¨ªdicas, pol¨ªticas y culturales, aunque obviamiente no es posible entrar aqu¨ª a analizarlas. Con todo, desde el punto de vista estrictamente pol¨ªtico, se podr¨ªa sostener c¨ªnicamente que, ante los efectos narcotizantes y clarainente conservadores del mismo, cualquier Gobierno que aspire a mantenerse indefinidamente en el poder estar¨ªa encantado con este panorama. Mientras que se hable de vidas privadas no se abordar¨¢n los principales problemas de la sociedad, ni surgr¨¢n alternativas serias de futuro. Lentamente as¨ª el totalitarismo autoengendrado ir¨¢ conformando los lindes de una sociedad mediocre y resignada.
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