La estrategia del cambio
Es poco recomendable andar metido desprevenidamente en una cruzada aut¨¦ntica. Por eso, cuando me preguntan si querr¨ªa legalizar las drogas ausentes del supermercado, respondo como los galaicos, con otra pregunta: "Si usted viviera en la Europa del siglo XVI, ?habr¨ªa pedido que reyes, prelados e inquisidores dejasen fulminantemente de creer en la presencia ubicua de Satan¨¢s, con secuaces dedicados a destruir cosechas, secar la leche en los senos matemos y hacer caldos usando grasa de ni?os reci¨¦n nacidos, asesinados al efecto,?".Todas las cruzadas han apelado a un mecanismo ps¨ªquico de gran arraigo que delata la pervivencia en distintos tiempos y lugares del m¨¢s antiguo recurso, terap¨¦utico ensayado quiz¨¢ por la especie humana Dicho recurso es la inmolaci¨®n de chivos expiatorios, y -como han sugerido, algunos investigadores- podr¨ªa tener su ra¨ªz en el desfase entre un cerebro reptiliano arcaico y un neoc¨®rtex desarrollado muy r¨¢pidamente Sea cual fuere la causa ¨²ltima de este rito, hay en la naturaleza humana una propensi¨®n a curarse en salud exterminando a alg¨²n otro, que, si bien no se ha declarado enemigo, parece eficaz como bayeta para lavar las impurezas de los dem¨¢s.
Todas las cruzadas han sido tambi¨¦n rentables para la autoridad en funciones, pues permiten presentar la incondicional obediencia a su Gobierno como ¨²nico ant¨ªdoto. L¨®gicamente, los institutos a quienes se en carga la salvaci¨®n colectiva entran en una din¨¢mica de desarrollo aut¨®nomo cuya inmediata condici¨®n es cronificar el mal de turno.
En consecuencia, los cr¨ªticos de la cruzada contempor¨¢nea no deber¨ªan olvidar: que esta iniciativas el concreto veh¨ªculo elgido hoy por una paranoia inmemorial, ligada en otras ¨¦pocas a distintos objetos, pero persistente en t¨¦rminos generales; que ning¨²n Estado renunciar¨¢ a una jurisdicci¨®n si no es urgido a ello por los ciudadanos, y mucho menos cuando capitaliza pol¨ªtica y econ¨®micamente sus frutos; y que admitir las drogas prohibidas hoy equivale a. admitir cultos extraclericales en el siglo XVI, por ejemplo, e implica desafiar simult¨¢neamente al cerebro reptiliano arcaico a Leviat¨¢n, su usufructuario.
Reconocida la magnitud y naturaleza del oponente, se dir¨ªa llegado el momento de apostar por la raz¨®n. En otras palabras, el momento de reclamar que el asunto se discuta en foros p¨²blicos, del ¨²nico modo en que cabe discutir algo con esperanzas de lograr aclaraci¨®n: comprometi¨¦ndose los partidarios de cada postura a o¨ªr los argumentos adversos, a responder concretamente a cada punto, y a decir "no s¨¦" o "es cierto" si llegara el caso. A tales fines se impone sencillamente ir preparando un refer¨¦ndum, pues s¨®lo as¨ª quedar¨ªa asegurado el dere cho de las partes en litigio al espacio imprescindible para exponer sus puntos de vista, no menos que el de los ciudadanos a decidir por s¨ª mismos con conocimiento de causa.
Pero se impone igualmente no acudir a la consulta con clicli¨¦s. La cruzada contempor¨¢ nea es el invento de un solo pa¨ªs coincidente con su ascenso al estatuto de superpotencia planetaria-, que se export¨® al Tercer Mundo con una pol¨ªtica de sobornos y amenazas; las naciones del bloque europeo y sovi¨¦tico, adoptaron el modelo cuando no sufr¨ªan el m¨¢s m¨ªnimo problema social o individual derivado de drogas y cuando la iniciativa norteamericana -vista de lejos- parec¨ªa algo humanitario y cient¨ªfico. Ahora la guerra santa es sostenida por una mezcla de arrogancia, ¨ªgnorancia y provecho. Sin embargo, la ley internacional en vigor no excluye reformas y, para ser exactos, las sugiere.
En efecto, todes los convenios y tratados reconocen la legitimidad de "usos m¨¦dicos y cient¨ªficos", y todos otorgan el m¨¢s alto valor a "campa?as de informaci¨®n" sobre las drogas Por consiguiente, cabe a su arriparo defender: que se devuelva el control de esas sustancias a m¨¦dicos y cient¨ªficos, autor? zando su fabricaci¨®n controla da por laborator¨ªos responsa bles; que en vez de farmacomitolog¨ªa se sirvan al p¨²blico conceptos farinacol¨®gicos. No me ofrece duda que cumplir esas directrices desarticu¨ªar¨ªa distintas mafias, fomentando una pa cificaci¨®n- generalizada all¨ª don de hoy eunde el consejo de guerrear contra el enemigo interno, puntualmente sincronizado con el expolio la persecuci¨®n y el impune envenenamiento, de tant¨ªsimas personas.
Evidentemente, la altemati va no es un mando, con drogas y un mundo sin ellas, sino decantarse hacia, modos secularizados de tratar el asunto, o seguir exacerbando un s¨ªndrome de falsa conciencia colectiva. Es previsible que un equipo de juristas, m¨¦dicos y cient¨ªficos sociales -elegidos exclusivamente por su prestigio profesional, impuestos a fondo en la mater¨ªa y refractarios a presiones externas- alcance acuerdos sobireformas concretas cuya aplica ci¨®n ofrecer¨ªa posibilidades reales de aliviar en vez de agravar el problema. De hecho hay una docena de antecedentes -presididos por el a¨²n inigualado in forme de la National Commissi¨®n on Marihuana and Drug Abuse (1973-1974)-, que no se archivaron por falta de sentido pr¨¢ctico, competencia profesional y correcci¨®n jur¨ªdica, sino porque amenazaban otros intereses.
En vez de ceder al manique¨ªsmo, los disconformes podr¨ªan congregarse en tomo a la certeza de que rodamos con un juego de neum¨¢ticos demasiado parcheados como para admitir ulteriores chapuzas. Se requieren nuevas c¨¢maras, e iristalarlas no entra?a realmente dificultad t¨¦cnica. Entra?a m¨¢s bien un compromiso con la buena fe, deslindando el deseo de exterminar a los usuarios de ciertas drogas y el deseo de ayudarles. Ahora sabemos que de los toxic¨®manos, en sentido legal -quienes se administran una droga il¨ªcita-, el 99,9% ni solicit¨® ni solicita la ayuda de nadie; ser generosos con el 0,01% restante, formado por quienes se han declarado v¨ªctimas involuntarias de s¨ª mismos, no se armoniza con un enorme aparato de represi¨®n y propaganda, dedicado a crear v¨ªctimas en sentido, estricto, acosa das por la ley y explotadas por una canalla que monopoliza su desprezio. Aunque las brujas fuesen atormentadas por su bien, contando con las virtudes purificadoras del fuego y un final anepentimiento, suena a cinco semir manteniendos, ese esquema para, el disidente farma col¨®gico.
Frente a la estrategia del parche, la estrategia del cambio, necesita circunscribirse al criterio radical, que defiende un incodicionado derecho a la automedicaci¨®n Realistas y conservadores deber¨ªan considerar que no es preciso conceder a los adultos semejante prerrogativa -con la misma amplitud que se concedi¨® la de leer libremente, por ejemplo- para producir una mejora en la situaci¨®n. De entre las muchas soluciones posibles, tan s¨®lo el remedio vigente se ha revelado peor que la enfermedad (por no decir que causa directa de ella).
Desde una u otra postura, el norte es una consulta matizada y clara a la ciudadan¨ªa, cortando la hierba bajo los pies de quien pretenda que su reinado s¨®lo tiene como alternativa el diluvio. Al fin y al cabo, poder instar algo semejante es una de las cosas que nos distingue del siglo XVI.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.