Inmortalidad
En la supuesta sequ¨ªa de noticias que provoca el verano brotan, con parad¨®jica asiduidad, ciertas noticias que nos informan m¨¢s sobre el esp¨ªritu de nuestra ¨¦poca que el c¨²mulo de acontecimientos generado, con mayor o menor artificiosidad durante el denominado curso pol¨ªtico. Sumidos los estadistas en un merecido sosiego -para bien de todos-, parece que los hechos que se nos relatan en los peri¨®dicos son insignificantes, cuando no directamente provenientes de la cr¨®nica negra o amarilla. Incluso los art¨ªculos concebidos con seriedad aparentan ser peque?os sarcasmos destinados a llenar el vac¨ªo de las circunstancias relevantes. Y as¨ª, no hay nada m¨¢s estimulante que leer un peri¨®dico veraniego en voz alta para disfrutar con los amigos de los distintos matices, disimulados en invierno, del ¨¢mbito de lo grotesco.Pero es un error no tomarse con la debida seriedad este ejercicio. Es algo tremendamente serio apropiarse de los signos cambiantes de lo grotesco porque en este espejo deformado de nuestra existencia solemos mirarnos con mayor sagacidad que en los espejos, pulidos y uniformes, que se nos presentan reglamentados por la normalidad. En medio del humor negro y de la escoria rosa es excitante capturar los indicios que se ocultan bajo el camuflaje viscoso del ocio estival. El absurdo tiene un sentido, y no es una p¨¦rdida de tiempo aproximarse al sentido de la cadena de absurdos que se exterioriza con mayor claridad en este per¨ªodo: desde el nuevo deporte consistente en lanzarse con la ayuda de una cuerda el¨¢stica de lo alto de un puente (como perfecta simu ?aci¨®n del suicidio) hasta las nuevas formas de violencia (como parcial simulaci¨®n del exterminado) que transcurren por los campos de concentraci¨®n tur¨ªsticos.
Lo grotesco, este verano, se ha apoderado tambi¨¦n de la trascendencia al filo de dos inf¨®rmaciones cazadas al vuelo, publicadas, una, en un peri¨®dico balear y la otra en este mismo diario hace escasas semanas. La primera, aparecida en forma de anuncio publicitario a toda plana, nos interesaba en la promoci¨®n de unos Jardines de Reposo completamente modernos; la segunda, cr¨®nica del corresponsal en Roma, nos hac¨ªa llegar la ¨²ltima y m¨¢s elegante moda italiana en arquitectura funeraria. Hab¨ªa algo de com¨²n en ambas: la perentoria exigencia de un touch of class en las viviendas de ultratumba.
Los Jardines de Reposo no se anunciaban como simples adelantos del inminente negocio de privatizaci¨®n de los cementerios, sino que expresaban un aut¨¦ntico programa (una "filosof¨ªa", dir¨ªan seguramente sus promotores) de lo que deb¨ªa ser el futuro modelo del m¨¢s ac¨¢ para el descanso en el m¨¢s all¨¢. Est¨¢bamos ariticuados, nos indica el reclamo publicitario pues "nuestra mentalidad es hoy m¨¢s abierta, m¨¢s progresista". En concordancia con ello se nos propone romper "definitivamente con lugares y ritos, viejos y obsoletos, donde una parafernalla barroca y desmedida impregnaba el ambiente con un aire t¨¦trico e irracional". El resto del programa, que ambicionaba ser un "nuevo concepto para la despedida y el descanso", en nada se distingu¨ªa de lo que puede leerse en cualquier cat¨¢logo de inmobiliaria, incluidos los eufemismos ecol¨®gicos, a excepci¨®n de que la piscina era sustituida por la sala de incineraci¨®n y los servicios comunitarios por los "servicios finales". Uno, acostumbrado al bien que han rendido a la imaginaci¨®n, no acaba de entender el mal que causan los camposantos barrocos, pero, por lo dem¨¢s, todo es pulcro e impecable. Ninguna turbulencia metafisica, ninguna visualizaci¨®n del dolor: una magn¨ªfica inversi¨®n, como puede serlo la adquisici¨®n de una plaza de parking, aunque en esta ocasi¨®n para aparcarse en la inmortalidad de acuerdo con el "actual estilo de vida".
La cuesti¨®n del estilo de vida es b¨¢sica, sin duda, para concebir el estilo de muerte. En eso podr¨ªamos estar todos conformes. Probablemente para un aventurero, para un vagabundo o para uno de aquellos antiguos griegos que se calificaban a s¨ª mismos como kosmopolit¨¨s fuera lo mismo esperar a los gusanos en un lugar o en otro. A la inversa tambi¨¦n es v¨¢lido: el desprecio o indiferencia ante el estilo de muerte nos ilustra sobre determinados tipos de vida que, atentos al valor ¨²nico e irrepetible de la existencia confian quiz¨¢ en perdurar en la memoria, pero nunca mediante el gesto monumental. Lo que verdaderamente sorprende y resulta de notable inter¨¦s en los ejemplos que nos ocupan es que un tiempo como el presente, en que rige un absoluto silencio sobre cualquier hip¨®tesis de destino ultramundano, se despierta la necesidad de simular, como prolongaci¨®n estricta del espacio vital, un espacio de inmortalidad.
De ah¨ª que la oferta mesocr¨¢tica de los Jardines de Reposo significativa de una sociedad satisfecha de su acceso a la modernizaci¨®n, sea f¨¢cilmente desbordada, en cuanto a estilo, por los proyectos funerarios que, para s¨ª mismos, han puesto en marcha los actuales condottieri italianos como refinada vuelta de tuerca en el engranaje laico de la modernidad. Que ¨¦stos encarguen sus mausoleos a los arquitectos de moda, trastocando la mediaci¨®n religiosa por la originalidad est¨¦tica, no s¨®lo no extra?a sino que responde a la estricta extensi¨®n del poder de compra al campo mismo de la eternidad en un momento en que, para los poderosos, la ¨²nica amenaza es la interrupci¨®n -por el trivial accidente de la muerte- de su ilimitado deseo de expansi¨®n. La burgues¨ªa cl¨¢sica que tambi¨¦n acarici¨® fantas¨ªas transmundanas, imitando las grandezas ornamentales del antiguo r¨¦gimen, conoci¨®, sin embargo, tiempos peores. Hab¨ªa ciertos peligros sociales a los que deb¨ªa prestar atenci¨®n si quer¨ªa sobrevivir. Sin embargo, disueltos tales peligros, los se?ores del dinero, al estar en condiciones de olvidar el problema de su supervivencia social, se sienten en condiciones de reivindicar su supervivencia espiritual.
Naturalmente es dudoso que ninguno de ellos se apreste a esta pretensi¨®n por motivos de fe religiosa o certidumbre metaflisica. Est¨¢n demasiado habituados a considerar sus bancos como sus catedrales y sus consejos de administraci¨®n como sus lugares de meditaci¨®n. Pero esto apenas importa porque, en, definitiva, est¨¢n asimismo habituados a comprobar que todo puede ser simulado, incluidas las salas de espera del para¨ªso. Sus predecesores burgueses, descre¨ªdos como eran, se vieron en la obligaci¨®n de mantener ciertas creencias acerca del cielo y del infierno, adem¨¢s de dotarse de algunos mitos que les preservasen frente al riesgo de asaltos. Como consecuencia de ello los cementerios que consagraban su rango eran todav¨ªa barrocos y tremebundos. Para los actuales detentadores del poder el rasgo metaf¨ªsico-religioso carece de importancia, ni siquiera como forma de apariencia p¨²blica. Conciben, sencillamente, la inmortalidad como una prolongaci¨®n material de las im¨¢genes que conforman su dominio. Su Hades, a diferencia de las casitas adosadas para clases medias de los Jardines de Reposo, tiene el aspecto resplandeciente de un rascacielos construido por un c¨¦lebre arquitecto como sede de una gran multinacional. No podr¨ªa sorprender que, adem¨¢s, so?aran con cruzar la Laguna Estigia en yate.
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