La agon¨ªa
Freud se resist¨ªa a emigrar. Pero poco tiempo despu¨¦s de la anexi¨®n de Austria a la Alemania nazi, cinco hombres de la SA tocaron la puerta de su piso y consulta en la Bergasse, 19. Herr professor se encerr¨® en su despacho y las mujeres de la casa -siempre numerosas- se enfrentaron a la banda. Martha, sentada en la mesa del comedor, donde a¨²n quedaba una fuente con alb¨®ndigas, les pregunt¨® ir¨®nica y con gesto se?orial a la SA: "?No quieren servirse los se?ores?". Luego, Ana, la menor de las hijas de la familla Freud y la mujer que profes¨® el mayor respeto del patriarca, fue hasta la caja fuerte y les entreg¨® a los nazis 6.000 chelines, equivalentes a 860 d¨®lares de entonces. Ana fue llevada a los cuarteles e interrogada durante todo el d¨ªa. En la familia ya se hab¨ªa tomado la decisi¨®n: hab¨ªa que partir.
Amor y odio
Lo que sucedi¨® despu¨¦s de esa visita aclar¨® para siempre los contradictorios sentimientos del padre del psicoan¨¢lisis hacia Viena. Freud, al Igual que otros intelectuales y artistas de su ¨¦poca como Ludwig Wittgenstein, Adolf Loos y Arthur Schnitzler, que viv¨ªan debati¨¦ndose entre la atracci¨®n y el asco por Viena. Cuatro de las cinco hermanas de Freud murieron violentamente en campos de concentraci¨®n. Trece de sus 17 familiares m¨¢s cercanos tuvieron que ernigrar para salvar sus vidas. Le robaron una enorme cantidad de dinero que fue obligado a pagar para que lo dejaran salir del pa¨ªs. La editorial que publicaba sus trabajos fue destruida. Ciento dos analistas y colaboradores tuvieron que exillarse. Sus libros fueron quemados en las calles, y sus propiedades, arizadas u obligadas a vender a precios rid¨ªculos. La Bergasse, 19, donde tuvo la consulta y el domicilio duante 40 a?os, despu¨¦s de la partida de los Freud fue hogar de otros jud¨ªos en espera de permiso de salida o de ser transportados. Cuando el piso qued¨® vac¨ªo, llegaron oficiales de la SS; luego, los rusos que ocuparon Austria hasta 1955, y finalmente dos familias vienesas.
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