Psicosis de miedo
El cuarto salt¨® la barrera y sembr¨® el p¨¢nico en el callej¨®n. En su intento de fuga crey¨® que la tronera de un burladero del servicio de plaza era un agujero y por all¨ª se quiso meter, apretando con peligro a un empleado. Peligro que transcendi¨® a los espectadores de las primeras filas, pues hizo amagos de querer saltar al tendido, mientras que el resto de los habitantes del callej¨®n se atrincheraban en sus burladeris. Y el ministro de Obras P¨²blicas, que tambi¨¦n estaba all¨ª, hubiera querido construirse un t¨²nel para esfumarse.Bajo esta psicosis de miedo salta el quinto de la tarde con muchos pies y mirando para la barrera, por lo que muchos espectadores se pusieron de pie; a¨²n ten¨ªan miedo. ?stos y muchos m¨¢s, toda la plaza, se pusieron de pie para aplaudir a Roberto Dom¨ªnguez y pitar al presidente por no conceder la segunda oreja. Lo cierto es que Dom¨ªnguez tuvo buena capacidad para someter, obligar y torear con temple y largura a un toro que ech¨® la carra arriba en banderillas. Al natural tambi¨¦n llev¨® muy bien la embestida, con el inconveniente de que a veces se dejaba tropezar el enga?o.
Pe?ajara / Ruiz Miguel, Dom¨ªnguez, Ortega Cano
Toros de Pe?ajara, bastos y mansurrones. Ruiz Miguel: aplausos; oreja. Roberto Dom¨ªnguez: saludos; oreja con dos vueltas. Ortega Cano: vuelta; silencio.Plaza de Logro?o, 24 de septiembre. Cuarta corrida de feria.
En el tercero, que acus¨® genio, Ortega Cano impuso quietud para torear con la derecha en fases cortas y de buen nivel. El m¨¦rito de Ortega Cano estuvo en no dudar y obligar a embestir a un toro mal hecho, alto de agujas. Y el dem¨¦rito, en su segundo, radico en no dejarle la muleta en la cara para conseguir lo poco que ten¨ªa.
Ruiz Miguel, cabal y entregado, como siempre, se despidi¨® de La Rioja cortando una oreja del fugitivo del miedo. El morlaco acus¨® blandura adem¨¢s de borreguez tontuna. Ruiz Miguel, con m¨¢s ganas que un novillero, se hart¨® de torearlo por todos los lados sin la trascendencia del posible peligro ya que el regalito era un inocent¨®n que, incomprensiblemente, fue aplaudido en el arrastre.
Babelia
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