Canterbury, contra Downing Street
Robert Runcie, primado de la Iglesia de Inglaterra, acusa de farise¨ªsmo a la sociedad thatcheriana
El primado de la Iglesia de Inglaterra, Robert Runcie, se encuentra estos d¨ªas sometido al asedio del establishment brit¨¢nico, que cada vez le ve m¨¢s como un ser descarriado que ha perdido los papeles. No es s¨®lo ya que su acercamiento a la Iglesia cat¨®lica le haya llevado a ofrecer al Papa la primac¨ªa eclesi¨¢stica a este lado del canal, en lo que algunos han visto, exageradamente, menoscabo de la reina como cabeza de la Iglesia de Inglaterra y defensora de la fe, sino que ha equiparado thatcherismo con farise¨ªsmo.
Margaret Thatcher ha replicado con el silencio a este nuevo asalto moral de Runcie, pero sus fieles han despedazado al arzobispo de Canterbury. Los encontronazos de Runcie con la primera ministra son casi tan viejos como la d¨¦cada de thacherismo que ha vivido el pa¨ªs. Thatcher enrojeci¨® de indignaci¨®n cuando Runcie or¨® por los ca¨ªdos argentinos en las Malvinas, durante un funeral por los 255 brit¨¢nicos que murieron en aquella guerra, y los conservadores despreciaron como teolog¨ªa marxista la denuncia del arzobispo Canterbury sobre el abandono que se ense?oreaba de algunas partes de la ciudades brit¨¢nicas. A aquellos dos hitos se a?ade ahora la comparaci¨®n de la sociedad creada por una d¨¦cada de thatcherismo con el farise¨ªsmo.El arzobispo no se ha referido directamente a la primera ministra, pero el objetivo de su cr¨ªtica es incuestionable, por mucho que, ante la erupci¨®n causada, ¨¦l se haya precipitado a matizar que sus admoniciones no iban dirigidas contra nadie y eran simplemente una advertencia sobre la moralidad de una sociedad carente de religi¨®n.
"Jes¨²s reserv¨® su m¨¢s severo criticismo para los fariseos. Tendemos a pensar que los fariseos carec¨ªan de escr¨²pulos, estaban llenos de doblez, que no eran de fiar. Y no era as¨ª. La mayor¨ªa llevaban vidas de rectitud moral ejemplar. Pero eso no les libr¨® de los ataques de Jes¨²s. Le disgustaban la satisfacci¨®n que ten¨ªan con su rectitud y sus juicios de los dem¨¢s", dice Runcie en una entrevista concedida a la revista Director, editada por el Institute of Directors, organismo que agrupa a los directivos de empresas brit¨¢nicos.
Tales actitudes, a juicio de Runcie, son claramente perceptibles en una sociedad en la que no todos se han beneficiado de los diez a?os de un Gobierno conservador que se jacta de haber creado cotas de riqueza sin precedentes. "Esos son los verdaderos peligros en nuestra sociedad.
Triunfadores
"Los triunfadores est¨¢n siempre tentados a considerar sus ¨¦xitos como una especie de bendici¨®n o de recompensa por su rectitud", dice el primado. "Eso puede llevar a emitir juicios falsos y no caritativos sobre los no triunfadores, los parados, los pobres y los carentes de formaci¨®n. Pienso en las actitudes que sugieren que los parados hacen muy poco para salir de la situaci¨®n, que con que tengas determinaci¨®n y empuje puedes triunfar".Runcie dice que habla con conocimiento de causa sobre una sociedad egoista y satisfecha consigo misma porque las parroquias de todo el pa¨ªs son testigos de ello y tratan de hacer menos duros los desaguisados sociales de Thatcher. "En realidad hay partes de las ciudades del norte en que hace mucho que la Iglesia anglicana dej¨® de existir y sin embargo cuentan con boyantes sedes del partido conservador" replica David Willets, uno de los cerebros del reformismo thatcheriano, con palabras que no enmascaran la agresividad de la respuesta conservadora. Para Willets, se trata de que el apoyo a los d¨¦biles sea un fruto m¨¢s de la iniciativa privada y no derive del Estado: "La compasi¨®n no debe ser nacionalizada".
El parlamentario lan Gow dice: "Si somos un pa¨ªs menos cristiano es m¨¢s por culpa del arzobispo de Canterbury que de Thatcher", idea en la que que abunda su correligionario Ivor Staribrook, para quien "los males de la sociedad son m¨¢s responsabilidad de la iglesia que de los partidos pol¨ªticos". Stanbrook no se anda con chiquitas: "El arzobispo deber¨ªa avergonzarse de s¨ª mismo y del fallo de los esfuerzos de la Iglesia para crear una sociedad mejor".
George Walden no se queda a la zaga. Lo que Runcie ha hecho no es sino "mostrar una especie de orgullo espiritual, una especie de arrogancia de la compasi¨®n, tan enraizado en nuestra Iglesia", una Iglesia, que, "en asunto tras asunto de la vida moral y social del pa¨ªs, en vez de ocupar la cabeza, se ha arrastrado tras los acontecimientos, con sus vestiduras ondeando al viento de la moda".
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