Crisis y precios
De un tiempo a esta parte, agoreras Casandras de papel auguran los peores males para el turismo patrio. Es cierto que por primera vez, y sin causas coyunturales que lo justifiquen, como ocurri¨® tras la crisis del petr¨®leo, los turistas recibidos en este pa¨ªs en el presente a?o no han sido m¨¢s que en 1988. ?Es suficiente este dato para pensar que "el man¨¢ est¨¢ en peligro", como dec¨ªa hace unos meses EL PA?S? La cuesti¨®n es dif¨ªcil de dilucidar, sobre todo cuando al disminuir la harina est¨¢ cundiendo la moh¨ªna y todo son mutuas recriminaciones. Con el c¨®modo expediente de pensar que la culpa es siempre del otro, los empresarios de hosteler¨ªa cargan la responsabilidad sobre la Administraci¨®n, y ¨¦sta, sobre los empresarios.Aun aceptando que lo que est¨¢ ocurriendo sea una crisis de verdad y no una psicosis de crisis, antes de f¨¢ciles incriminaciones parece mejor estudiar seriamente todo lo que a esta industria del turismo se refiere. Si todos se limitan a buscar chivos expiatorios y no a remediar lo que funciona mal podemos llegar a que a la industria tur¨ªstica le pase lo del dicho popular: "entre todos la mataron y ella sola se muri¨®".
Ciertamente son muchas las cosas que no funcionan como debieran en esta actividad tur¨ªstica. Unos males son inherentes al propio auge del turismo, que trae consigo la masificaci¨®n y el deterioro de los servicios; otros son consecuencia de nuestra reconocida incapacidad para la planificaci¨®n.
Responsabilidad municipal
Y dejamos aparte, por su crucial importancia, la responsabilidad de los ayuntamientos, que son los que en realidad han formado -y deformado- las zonas costeras de sus municipios, y la codicia del sector -hosteler¨ªa y alimentaci¨®n-, que lleva unos a?os subiendo imperturbable sus precios, sin pensar que estos conceptos representan las tres cuartas partes de lo que gasta un turista. A la Administraci¨®n de poco se la puede culpar. Otra cosa es si nos referimos al ancien r¨¦gime, cuando al comenzar la d¨¦cada de los sesenta se descubri¨® que el turismo, si era malo para nuestra moral carpetovet¨®nica, era excelente para el despegue econ¨®mico, y se dio carta blanca a alcaldes. especuladores inmobiliarios, hoteleros y constructores para cubrir las costas con informes conglomerados urbanos. Hoy, si acaso, se le puede exigir a la Administraci¨®n que mejore las v¨ªas de comunicaci¨®n.Se puede hablar, pues, de la fealdad de muchas zonas urbanas destinadas al turismo. No pod¨ªa ser de otra manera cuando no ha existido un urbanismo racional y los inmuebles se han ido superponiendo a la buena de Dios. El espantoso ruido de las calles de estas zonas es otro azote que aflige a los turistas, cuanto m¨¢s que nosotros los espa?oles padecemos una curiosa insensibilidad ante este problema, que es precisamente uno de los aspectos en los que el extranjero m¨¢s se diferencia del nativo. Hay zonas en las que los vecinos habituales han de desplazarse a dormir a cercanos poblados del interior, ahuyentados por las megafon¨ªas, las litronas y las jeringuillas.
Todos estos inconvenientes de nuestro sistema tur¨ªstico no son, sin embargo, nuevos. Casi se podr¨ªa asegurar que los visitantes cuentan con ellos. Ya saben que Espa?a "¨¦ bella ma incomoda", como dijo de la guerra un italiano famoso. Lo que ya no les parece tan bien es que entre la fortaleza de la peseta y la codicia de los hosteleros los precios se est¨¦n yendo por las nubes. Y ¨¦ste es un factor disuasorio muy importante y del que se habla muy poco.
Si tomamos las gu¨ªas de hoteles que edita la Secretar¨ªa General de Turismo y comparamos los precios de los establecimientos hoteleros en un per¨ªodo de tiempo determinado veremos c¨®mo los incrementos de precios exceden en mucho alaumento de nuestro ¨ªndice de precios al consumo (IPC). Tomemos, por ejemplo, los seis a?os que median entre 1983 y 1989. La evoluci¨®n del coste de la vida la tenemos en el cuadro n¨²mero 1.
Como puede verse, el ¨ªndice ha sido del 62%. Sin embargo, los precios de los hoteles (cuadro n¨²mero 2) se han multiplicado por dos como minimo y por cuatro en bastantes casos, especialmente en Canarias. A un ¨ªndice del IPC de un 62%, los hoteles, por tanto, ofrecen ¨ªndices que como media exceden del 150%. Incluso si estos precios se hubieran mantenido en el l¨ªmite del encarecimiento del coste de la vida hubiera sido excesivo, pues no todos los componentes del coste de la industria hotelera han llegado a este 62%, como es el caso de los impuestos, los combustibles o las cargas financieras.
Precios ficticios
Ya sabemos qie los precios hoteleros que figuran en estas gu¨ªas no son exactamente los que el turista paga, ya que es normal llegar a acuerdos con los operadores tur¨ªsticos, pero aparte de que muchos visitantes acuden a nuestro pa¨ªs con sus propios medios de transporte, las cifras expuestas siempre tendr¨¢n un valor, si no absoluto, s¨ª comparativo.El gasto que un turista destina al alojamiento en hotel y alimentaci¨®n es la partida m¨¢s importante de su presupuesto, de aqu¨ª que los industriales del grenio no tienen m¨¢s remedio que atemperar sus precios o elevar a calidad de sus servicios.
No vemos, pues, que los empresarios de hosteler¨ªa se apresten a combatir la crisis tur¨ªstica con el arma natural que es una adecuada pol¨ªtica de precios. ?Ser¨ªa muy diricil que siguieran el ejemplo de los servicios tur¨ªsicos en el sur de Portugal? En temporada baja los precios de hoteles y apartamentos se oferan con reducciones que pueden convertir la tarifa invernal en menos de un tercio de la veraniega, y el tiempo en esta ¨¦poca es tan soleado y benigno en el AIgarve como puede serlo en Levante. En el cuadro n¨²mero 3 se puede hallar una muestra de lo dicho. Ahora los empresarios tienen la palabra.
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