Vientos inciertos
Hay momentos en los que la tendencia general de la econom¨ªa es clara y precisa.El per¨ªodo de 1983-1984 fue de mejora en el mundo entero. Tras el crash de la bolsa en octubre de 1987, a los Gobiernos de Europa, Am¨¦rica del Norte y del Sur, Asia y ?frica les preocupaba la eventualidad de una seria recesi¨®n como la ocurrida entre 1929 y 1933, con el crash de 1929 de Wall Street.
El per¨ªodo actual no es as¨ª. En una determinada semana, los analistas de Nueva York y de Z¨²rich, tras recibir cierta informaci¨®n, presienten una recesi¨®n en Estados Unidos para 1990. Por consiguiente, esperan que la Reserva Federal facilite las condiciones de los cr¨¦ditos y, a consecuencia de ello los, especuladores se apresuran a adquirir bonos, con la esperanza de obtener una plusval¨ªa cuando se recuperen los precios.
Una semana m¨¢s tarde, se informa que el ¨ªndice anual de crecimiento del PNB real en Estados Unidos ha subido de un 1,7% al 2,7% , a la vez que descendi¨® el desempleo. Quienes manejan el dinero se apresuran a compensar las p¨¦rdidas en los mercados de futuros.
As¨ª est¨¢n las cosas, y no s¨®lo en Nueva York. La opini¨®n financiera de Tokio, Londres y otros lugares oscila en este s¨¦ptimo a?o de expansi¨®n mundial.
La reputaci¨®n de la denominada ciencia de la econom¨ªa suele sufrir en per¨ªodos de incertidumbre como el presente. Conociendo la limitada exactitud de los mejores pronosticadores, no me preocupan demasiado estas malas rachas que sufre la reputaci¨®n de mi especialidad.
Cuando se ponen en duda los hechos reales, el analista tiene la obligaci¨®n de sacar a la luz la incertidumbre. S¨®lo un reloj parado y una mentalidad ideol¨®gicamente cerrada repiten la historia. Aunque el reloj parado marque la hora correcta dos veces al d¨ªa, a menudo el fan¨¢tico no tiene raz¨®n. En mi opini¨®n, el aspecto de la econom¨ªa norteamericana en el oto?o de 1989 se puede resumir en t¨¦rminos bastante sencillos.
Durante tres a?os, Estados Unidos ha contado con un empleo pr¨¢cticamente pleno. Diecinueve de cada 20 trabajadores tienen empleo, y la mayor¨ªa de los que no lo tienen van cambiando de un puesto a otro.
En nuestra econom¨ªa de pleno empleo, la producci¨®n puede alcanzar, sin problemas, un crecimiento de aproximadamente un 2% al a?o, en parte debido a nuestro bajo ¨ªndice de crecimiento de la poblaci¨®n y en parte debido al bajo ¨ªndice de incremento de la productividad. Durante 1987 y 1988, el crecimiento se situ¨® temporalmente en un 3%, algo demasiado bueno.
La historia de la econom¨ªa, combinada con la teor¨ªa macroecon¨®mica, nos advierte que cuando el crecimiento real excede durante un largo per¨ªodo de tiempo al crecimiento de nuestro potencial de pleno empleo el resultado suele ser, por lo general, el recalentamiento y la inflaci¨®n acelerada de los precios. Y el ¨ªndice subyacente de la inflaci¨®n norteamericana demuestra que lo que era una inflaci¨®n de un 3% hace unos a?os se acerc¨® a un 5% a partir de mediados de 1988.
Por tanto, la Reserva Federal, bajo las ¨®rdenes de Alan Greenspan, tuvo raz¨®n al pisar suavemente el freno del dinero y del cr¨¦dito. Por consiguiente, los intereses hipotecarios sobre la vivienda subieron de un 7% a un 10%. Como se esperaba, se desaceler¨® la construcci¨®n de viviendas.
El presidente Bush, en la Casa Blanca, y su jefe de Presupuestos, Richard Darman, en el despacho contiguo, criticaron a la Reserva Federal temiendo que ¨¦sta pudiera matar la gallina de los huevos de oro de la prosperidad.
Uno simpatiza con un presidente que se presenta para una reelecci¨®n y que teme que una recesi¨®n ampl¨ªe su d¨¦ficit presupuestario. Sin embargo, no cabe duda de que su consejero financiero, Michael Boskin, le dice al se?or Bush en privado que vale la pena intentar prolongar la prosperidad otros ocho a?os m¨¢s en vez de lograr facilitar una breve euforia s¨®lo durante los primeros a?os del primer mandato presidencial.
Como un exponente del bienestar p¨²blico, sin inter¨¦s alguno en la pol¨ªtica mediocre, puedo afirmar que sostener la prosperidad sin provocar nueva inflaci¨®n es tambi¨¦n una buena pol¨ªtica.
La Reserva Federal debe mantenerse flexible. Es m¨¢s probable que este oto?o sea testigo de un crecimiento demasiado grande que no de lo contrario. Por tanto, la Reserva Federal tiene raz¨®n al mantenerse en sus trece en este momento, sin forzar ni unos intereses m¨¢s bajos ni intentar subirlos.
Las acciones han subido mucho durante todo el a?o, con mayor fuerza en Estados Unidos que en las bolsas del extranjero. Han recuperado lo que perdieron en 1987, y ganado algo m¨¢s.
El fantasma del 'crash'
Los adultos recuerdan la ¨²ltima vez que dieron un traspi¨¦s. "?Vamos a presenciar otra cat¨¢strofe como la que tuvo lugar en 1987?". ?sta es la preocupaci¨®n natural tanto en Wall Street como entre los inversores japoneses y alemanes del mercado de valores norteamericano.Los optimistas se conforman con el hecho de que los beneficios empresariales han crecido mucho m¨¢s desde 1987 que el valor de las acciones. En la actualidad, la relaci¨®n precio-ganancia de 12 a 1 parece mucho m¨¢s segura que el 20 a 1 de 1987.
Estoy de acuerdo, pero con una advertencia. Parte de las mejoras se?aladas en los beneficios empresariales son falsas. La ley de reforma sobre impuestos que reduc¨ªa las desgravaciones permitidas en lo relativo a la depreciaci¨®n de planta y equipos en realidad hace disminuir los beneficios reales al mismo tiempo que, incrementa los declarados. El mercado, impaciente por recibir buenas noticias, interpreta este hecho con optimismo.
Yo, y nadie m¨¢s, puedo decirles si habr¨¢ o no otra ca¨ªda de la bolsa. Lo que est¨¢ claro es lo siguiente: la cat¨¢strofe de 1987 no fue el resultado de una recesi¨®n inminente a aquel momento.
Las ¨²ltimas investigaciones en la ciencia de la econom¨ªa relacionadas con los efectos de p¨¢nico y crisis de mercado en la econom¨ªa de Main Street han llegado a la conclusi¨®n de que una suave recesi¨®n en Estados Unidos durante algunos meses de 1990 -en caso de que ocurra dicha recesi¨®n- probablemente no diezmar¨ªa los precios de las acciones en el mundo entero.
No quisiera que me malinterpretar¨¢n. No estoy diciendo que no podr¨ªa haber una ca¨ªda en la Bolsa de Tokio. Dicha situaci¨®n bien podr¨ªa darse en los pr¨®ximos dos a?os. De ser as¨ª, har¨ªa descender los precios de las acciones en el mundo entero.
Me refiero a que el grado de debilidad de la econom¨ªa estadounidense, que es realista temer, no constituye en s¨ª un factor capaz de derrumbar la torre de naipes de la econom¨ªa especulativa.
Las incertidumbres de hoy d¨ªa son los patrones m¨¢s probables de una econom¨ªa que se aproxima al empleo total, adem¨¢s de ser bastante afortunada en lo que a perspectivas de inflaci¨®n se refiere. En general, la ciencia de la econom¨ªa moderna puede atribuirse el m¨¦rito de proporcionar pol¨ªticas que excluyen de antemano ciertos desastres en la forma de un inevitable galope inflacionario o de una recesi¨®n.
Una victoria de esta ¨ªndole es mundial adem¨¢s de norteamericana. Los historiadores reconocer¨¢n que la segunda mitad de los a?os ochenta ha sido una historia de ¨¦xito econ¨®mico.
Traducci¨®n: Carmen Viamonte.
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