El regreso
Regres¨® a Paraguay, despu¨¦s de 42 a?os de exilio, en una ma?ana del final del est¨ªo americano, principios de nuestra primavera, hace apenas ocho meses aunque parezca m¨¢s. Parece m¨¢s el tiempo que Paraguay lleva viviendo sin el tirano Stroessner, que le neg¨® el pasaporte, y con Roa Bastos entrando y saliendo libremente de su tierra. Sabido es que los escritores sobreviven largamente a los tiranos, a no ser que los tiranos se vean reflejados en su literatura, en cuyo caso permanecen en la memoria sin m¨¦rito propio.El hombre que ayer recibi¨® el reconocimiento del premio Cervantes lleg¨® al aeropuerto de Asunci¨®n y se sinti¨® m¨¢s diminuto que nunca, zarandeado por una multitud que era puro amor y deseo de recuperar lo perdido. Los ojos de p¨¢jaro se le llenaron de agua y la voz, todav¨ªa tan joven, se le rompi¨® en varias ocasiones. Volv¨ªa a un Paraguay que protagonizaba entorices jornadas exaltantes, el dictador se hab¨ªa tenido que ir con el rabo entre las piernas a su exilio brasile?o -se hac¨ªa justicia, al fin-, y aquel Augusto Roa Bastos pisando de nuevo la ?erra amada simbolizaba mejor que nada el cambio -dif¨ªcil, a trancas y barrancas y no todo lo puro que se pod¨ªa pedir- que el pa¨ªs erripezaba a experimentar. Simbolizaba, sobre todo, la necesidad de trabajar y de crear, de reconocerse y ser. La urgencia de existir de una naci¨®n tan peque?a y tan grande como el propio escritor, aunque, hasta aquellos instantes, mucho m¨¢s olvidada. Roa Bastos regresaba para que los suyos se le pudieran acercar sin trabas, pero lo hac¨ªa, sobre todo -y as¨ª lo confesaba- para recobrar ra¨ªces y enredarse en ellas. Para saber.
Sus compatriotas le recibieron con pancartas festivas -"Augusto, ?qu¨¦ gusto!"- o alusivas a sus obras -"Bienvenido, hijo del hombre"-, y ¨¦l casi se rompi¨® de emoci¨®n cuando le envolvieron en la bandera y le cantaron una polka t¨ªpica. No pudo mantener distancia con los informadores ni con la gente que le aclamaba, y todav¨ªa hay qui¨¦n se pregunta c¨®mo pudo resistir su fragilidad la arremetida del regreso. Quiz¨¢s porque el hombre que luch¨® contra el totalitarismo sin otra arma que su pluma, desde su modesta plaza de profesor en Toulouse, est¨¢ hecho del fuste de tantos h¨¦roes an¨®nimos, de Paraguay o de cualquier otro punto de la Am¨¦rica que no tiene ganas de celebrar centenarios.
Dedic¨® entonces palabras de cari?o para lo que Espa?a le dio en afecto y ayuda, palabras muy alejadas de ret¨®ricas. Seguro que el Cervantes le ha gustado casi tanto como que los espa?oles le queramos. Augusto Roa Bastos es, por encima de todo, una profunda y sencilla buena persona.
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