El muro de Bucarest
Chabolas y pobreza, a pocos kil¨®metros del Palacio del Congreso comunista rumano
A varios kil¨®metros del centro de Bucarest, huidos de tanto serio agente de la Securitate en acci¨®n, se halla el muro de la otra Ruman¨ªa. Por aqu¨ª, mientras Ceaucescu sigue enardeciendo las "victorias socialistas", en el Palacio del Congreso, tiemblan los fantasmas m¨¢s oscuros: la pobreza, las chabolas, la escasez, el miedo y sobre todo la contenci¨®n de esa alma latina y alegre que dormita detr¨¢s de cada rumano escondido. Es el barrio de Apartorii Patriei (Defensores de la Patria), pen¨²ltima parada del metro de Bucarest.
Centenares de chabolas, casuchas de teja y madera casi derruidas, peque?as chimeneas sin combustible, muros oscuros del humo flotante en esta zona industrial, se agolpan encerrados en una valla met¨¢lica. A diferencia del centro m¨¢s florido, aqu¨ª los vicios ¨¢rboles est¨¢n secos, la tierra quemada por hogueras vecinales, ¨²ltimo recurso del habitante de este barrio por salvarse de un invierno con temperaturas bajo cero y sin calefacci¨®n. Rastros de columpios en los parques rastros de asfalto en los baches, y tambi¨¦n rastros de vida.Porque aqu¨ª, en Defensores de la Patria, parecen no haber llegado las consignas de no hablar al extra?o. Y la gente se acerca a conocer, y hasta los guardias locales sonr¨ªen, sin asomo de esa obligaci¨®n perpetua de estar siempre controlando.
"?Tienes cremas?", pregunta Lidia, una ni?a camarera de este barrio, llev¨¢ndose las manos a la cara en se?al de aplicarse loci¨®n Al decirle que s¨ª, se acercan to das las presentes. La vieja encargada del local, una amiga, otra se?ora... "?Y sprays?'. "?Y blue jeans?'. "?Y barra de labios?" "?Y rimmel?". Se amontonan al un¨ªsono, escenificando su objetivo para hacerse entender.
Y ponen el mismo rostro de emoci¨®n que la saga de portavo ces y funcionarios rumanos que van corriendo al televisor cuan do empieza Tom y Jerry en uno de los pocos hoteles que emite algo m¨¢s que la monotem¨¢tica programaci¨®n de siete a diez de la televisi¨®n rumana.
Porque aqu¨ª no entran peri¨® dicos ni programas extranjeros Y los nacionales silencian cual quier tema internacional "que denigre" a este pa¨ªs, en palabras del viceministro de Exteriores rumano, Constantin Oancea.
?Y sab¨¦is lo que est¨¢ pasando en Berl¨ªn, en Praga, en Sof¨ªa? Claro que lo saben. "La televisi¨®n yugoslava se ve aqu¨ª", cuchichea en el metro un ingeniero mec¨¢nico, uno de tantos que asiente con la cabeza en lugar de decir que s¨ª. Un curioso c¨®digo no verbal digno de estudio sociol¨®gico se ha ido creando en Ruman¨ªa en estos a?os de temor. A cualquiera que se le pregunte por la situaci¨®n, por el Congreso, por Ceaucescu, deja asomar en su mirada el don de la complicidad, menea de arriba a abajo la cabeza y enarca las cejas para acabar diciendo en tono lastimero: "Ay, es muy dif¨ªcil, se?orita, muy dificil...".
Adivinar el 'no'
Y as¨ª hay que adivinar el no. Porque una cosa es cierta, que nadie dice que s¨ª. Hasta los funcionarios del Gobierno, anfitriones de la Prensa, que el primer d¨ªa ofrecen entrevistas de altos cargos y visitas a lugares que nunca se cumplen, caen en la trampa de esa mirada. "Dime que est¨¢s convencido de lo que acabas de decir, venga, dime que s¨ª". Y entornan los ojos y dicen: "Ay, es muy dif¨ªcil, se?orita, muy dif¨ªcil".
De vuelta al centro, atravesando ese muro que te acerca de nuevo al paisaje de las tiendas llenas de comidas, vac¨ªas de colas, con ¨¢rboles en pie, y dejando atr¨¢s el extrarradio, vuelve el control, la contenci¨®n, los agentes del hotel. Y mientras un hu¨¦sped desliza un buen billete entre los dedos de un trabajador del hotel, Dios sabe a cambio de qu¨¦, los guardias de la puerta golpean a dos pobres rumanos que pretenden entrar.
Y "?que viva y se desarrolle continuamente nuestro pueblo, constructor consciente del sistema m¨¢s justo y humano, el socialismo y el comunismo!", que dec¨ªa un tal Ceaucescu.
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