Don Carlos
Las biograf¨ªas p¨®stumas de Carlos Arias Navarro se han redactado con pluma de ganso y tinta amarilla de yema de huevo de jilguero. He aqu¨ª un representante principal de la trama civil del franquismo que se va al limbo entre vacilaciones sancionadoras, bien sea por ese extra?o respeto aliviado que dispensamos en este pa¨ªs a los muertos, bien sea como s¨ªntoma de transicionismo descafeinado agudo. Me temo que cualquier espa?ol menor de 20 a?os puede haber visto pasar el cortejo f¨²nebre de don Carlos como si pasaran cinco l¨ªneas de un diccionario ilustrado de comedor-living. Y no era eso. No era eso.Don Carlos fue un importante liquidador de rojos durante la guerra civil, extremo en el que no hay que insistir porque las guerras tienen la moral caliente y la sangre f¨¢cil. No obstante, don Carlos fue un corresponsable del primer paso de aquella matanza salvaje y a todas luces in¨²til y un directo beneficiario de la victoria que administr¨® con una dureza ejemplar, ejerciera de gobernador civil, director general de Seguridad, ministro de la Gobernaci¨®n o primer ministro. En cada una de estas etapas corri¨® la sangre con su firma o con su omisi¨®n, y lo m¨¢s l¨ªrico que hizo entre 1939 y el d¨ªa de su muerte fue ordenar que plantaran ¨¢rboles en Madrid.
Como primer ministro de Franco y del posfranquismo, fue la expresi¨®n misma de? quiero y no puedo o del puedo y no quiero, hasta que el Rey le jubil¨® por una de esas complejas decisiones de las que tan llena est¨¢ una transici¨®n urdida en billares pentagonales o incluso hexagonales. No desaprovech¨® la ocasi¨®n para mandar ejecutar a Puig Antich mientras encend¨ªa la lucecita de El Pardo para vislumbrar el esp¨ªritu de febrero de 1974 y se despach¨® a gusto en septiembre de 1975 ordenando ejecuciones a diestro y siniestro, salpicando Espa?a y el mundo entero de gotas de sangre.
Descanse en paz y que le quiten lo bailado.
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