La negociaci¨®n posible
LA RECUPERACI?N de un clima de di¨¢logo social que ha hecho sentarse a la mesa a sindicatos y Gobierno es el resultado de las debilidades relativas de unos y otro. Ambas partes parecen haber comprendido? tras su largo desencuentro, que nada ganaban con mantener la din¨¢mica de enfrentamiento. El Gobierno ha llegado a la conclusi¨®n de que alguna forma de concertaci¨®n era imprescindible para corregir los desequilibrios que amenazan las buenas perspectivas generales de la econom¨ªa espa?ola. Y las centrales, conscientes de encontrarse ante un a?o en que han de celebrarse elecciones sindicales, han comprendido que su objetivo de lograr un mayor reconocimiento del papel de los trabajadores y sus organizaciones en la sociedad requiere resultados tangibles atribuibles a su capacidad negociadora. Como resultado de ambas actitudes, la concertaci¨®n no, s¨®lo es deseable -siempre lo fue-, sino posible. Pero el modelo no podr¨¢ ser ya el del pasado: de un lado, porque, tras siete a?os de Gobierno socialista, los sindicatos no pueden aceptar sin riesgo una negociaci¨®n global que constituya un aval incondicional a las prioridades de la pol¨ªtica econ¨®mica gubernamental, y de otro, porque la, din¨¢mica de unidad sindical ha convertido en inviable un dise?o de la negociaci¨®n apoyado en la relaci¨®n. privilegiada entre el partido en el poder y una de las centrales.La confusa propuesta de afiliaci¨®n obligatoria insinuada el pasado verano por un se?alado dirigente de UGT revel¨® indirectamente la debilidad de los sindicatos tras haberse mostrado incapaces de traducir en capacidad negociadora la de movilizaci¨®n acreditada en la huelga general. De otra parte, los resultados de las elecciones legislativas de 1989 reforzaron las posiciones relativas del Gobierno en su confrontaci¨®n con los sindicatos: cuatro de cada cinco votos de izquierda siguen yendo al PSOE, pese. a la oposici¨®n o beligerante neutralidad de aqu¨¦llos. Pero, simult¨¢neamente, el Gobierno se encontr¨® con que las medidas monetarias no bastaban para corregir los desequilibrios -inflaci¨®n y d¨¦ficit comercial como consecuencia del crecimiento incontrolado del consumo interno- que amenazaban con devorar los frutos del crecimiento. Un acuerdo que pusiera en relaci¨®n los salanos y la productividad era necesario para hacer efectivas las otras medidas correctoras ensayadas. La oferta d¨¦ di¨¢logo de Gonz¨¢lez en su investidura fue el resultado.de esa situaci¨®n. As¨ª, unos y otros se encontraron con que la clave de su futuro inmediato estaba ligada a alguna forma de acuerdo negociado. No necesariamente un acuerdo global.
El calendario establecido el pasado jueves lo ha sido en la perspectiva de que desacuerdos en ¨¢reas como la de la flexibilidad en la contrataci¨®n u otros no impidan suscribir pactos sobre aquellos puntos en que exista una razonable aproximaci¨®n de posiciones. Pero s¨ª parece conveniente que los interlocutores actuen con una perspectiva de conjunto y con la vista puesta en los desaf¨ªos del mercado ¨²nico europeo. As¨ª, por ejemplo, si la coyuntura econ¨®mica exige la moderaci¨®n salarial en 1990, debe existir un compromiso de crecimiento paulatino de las rentas salariales en los dos pr¨®ximos a?os, una vez corregidos o encauzados los desequilibrios actuales. Pero, paralelamente, las centrales deber¨¢n aceptar compromisos por los que, a la hora de distribuir la renta, se prime la creaci¨®n de empleo y la mejora de las pensiones frente a los aumentos salariales de quienes ya tienen colocaci¨®n. Ahora bien, todo ello ser¨¢ papel mojado si no existe un acuerdo paralelo entre las centrales y la patronal, del que depende fundamentalmente la pol¨ªtica salarial. Si ese tipo de,criterios logra imponerse ser¨¢ posible una concertaci¨®n compatible con las expectativas de las partes negociadoras.
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