?Distensi¨®n?
El llamado final de la guerra fr¨ªa - o, si se prefiere, el extraordinario cambio en las relaciones entre la Uni¨®n Sovi¨¦tica y Estados Unidos- ha afectado directamente a todas las regiones del mundo. Salvo una, hasta ahora: Am¨¦rica Latina. En este hemisferio, las consecuencias de la distensi¨®n entre las superpotencias apenas se comienzan a sentir. Ciertamente, el conflicto regional centroamericano muestra se?ales de mejor¨ªa -por lo menos en Nicaragua-, pero incluso estos balbuceos se deben m¨¢s a cambios intemos en Nicaragua y en Estados Unidos que al contexto internacional. No obstante, con el tiempo, y a pesar de la verdadera aberraci¨®n hist¨®rica que constituye la invasi¨®n norteamericana de Panam¨¢, la clausura de la ¨¦poca de la posguerra puede significar mucho m¨¢s para Am¨¦rica Latina que una soluci¨®n negociada en Centroam¨¦rica.Los efectos de la nueva relaci¨®n entre la Uni¨®n Sovi¨¦tica y Estados Unidos ser¨¢n en Am¨¦rica Latina inevitablemente semejantes a los que se han producido en otras latitudes. De la misma manera que el fen¨®meno Gorbachov ha contribuido a transformar a fondo las percepciones y las pol¨ªticas de Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en Am¨¦rica Latina incidir¨¢ ante todo en la actitud norteamericana hacia la izquierda del espectro pol¨ªtico continental. Y, por supuesto, coadyuvar¨¢ amodificar la postura de dicha izquierda frente a Estados Unidos. Al debilitar -y con el tiempo al desvanecer- la realidad y la percepci¨®n de una amenaza sovi¨¦tica regional para la seguridad nacional estadounidense, la nueva relaci¨®n entre las superpotencias est¨¢ redefiniendo los m¨¢rgenes y las perspectivas del cambio en Am¨¦rica Latina.
Si el deshielo resulta duradero, las motivaciones tradicionales y los pretextos acostumbrados que, han justificado la oposici¨®n norteamericana a revoluciones o reformas nacionalistas en Am¨¦rica Latina se ver¨¢n forzosamente erosionados. Estados Unidos seguir¨¢ interviniendo en los asuntos intemos del continente -en el caso de Panam¨¢ lo demuestra de manera palmaria- e incluso mantendr¨¢ su hostilidad ante ciertas formas de cambio social en el hemisferio. Pero ya no podr¨¢ hacerlo invocando preocupaciones geopol¨ªticas y de seguridad dirigidas contra la URSS. La invasi¨®n de Panam¨¢ representa la primera intervenci¨®n de Estados Unidos en Am¨¦rica Latina desde principios de siglo que no se arropa en las banderas del anticomunismo y del anti-sovietismo.
Cada vez va a ser m¨¢s dif¨ªcil pata Estados Unidos justificar alg¨²n acto o medida contra determinado tipo de reg¨ªmenes en Am¨¦rica Latina esgrimiendo la amenaza sovi¨¦tica. El debate tradicional sobre qu¨¦ vino primero, la oposici¨®n norteamericana al cambio progresista y nacionalista en Am¨¦rica Latina o el involucramiento sovi¨¦tico en el mismo, discusiones tendentes a precisar si los verdaderos motivos de la intervenci¨®n de Estados Unidos en Am¨¦rica Latina fueron m¨¢s bien de ¨ªndole estrat¨¦gica y antisovi¨¦tica -siendo ¨¦ste, en general, el punto de vista norteamericano- o esencialmente de naturaleza econ¨®mica -el argumento latinoamericano-, tal vez se dar¨¢ por terminado. Para bien o para mal, de ahora en adelante una preferencia estadounidense por cierto tipo de gobiernos o de pol¨ªticas tendr¨¢ que presentarse o bien sin maquillaje o bien con un ropaje ideoi¨®gico de recambio -por ejemplo, la lucha contra el narcotr¨¢fico-. Pero la eficacia de corto plazo de un tal sustituto no debe enga?ar a nadie: como motivaci¨®n ideol¨®gica de largo plazo, el combate contra la coca¨ªna no se compara con la lucha a muerte contra el comunismo.
En demasiadas ocasiones durante el ¨²ltimo medio siglo, tentativas o experimentos de reforma hemisf¨¦rica han fracasado por culpa de una innegable hostilidad norteamericana, o debido a la percepci¨®n de dicha enemistad por parte de los actores locales. Muchas reformas, o incluso meros intentos por explorar nuevas opciones, fueron sencillamente descartadas porque "Estados Unidos jam¨¢s lo tolerar¨ªa" o porque el coste aparente en materia de hostilidad norteamericana no valdr¨ªa la pena. Quiz¨¢ sea exagerado pensar que esta hostilidad llegue pronto a su t¨¦rmino, pero se ver¨¢ atemperada de manera ineluctable por el desvanecimiento de su sesgo ideol¨®gico, antisovi¨¦tico y basado en la seguridad nacional.
Esta transformaci¨®n se antojar¨¢ tanto m¨¢s urgente si prosigue el actual deterioro de la situaci¨®n econ¨®mica y social en Am¨¦rica Latina, y si perdura la pol¨ªtica de impunidad intervencionista de Estados Unidos ejemplificada por la invasi¨®n a Panam¨¢. Aunque ¨²ltimamente se ha puesto de moda considerar que los conflictos entre Estados Unidos y las fuerzas del cambio social en Am¨¦rica Latina se han vuelto obsoletos, existen razones para pensar que en muchas naciones del hemisferio las mismas causas -del pasado- surtir¨¢n los mismos efectos -en el futuro-. En pa¨ªses como M¨¦xico, Brasil y Per¨², las tensiones entre pobres y ricos, entre obligaciones financieras externas y necesidades sociales internas, alcanzan ya situaciones l¨ªmite.
Muchas de las pol¨ªticas econ¨®micas hoy en boga -recortes presupuestarios, privatizaciones, aperturas comerciales, ortodoxia financiera, pleno cumplimiento del pago de la deuda externa- no est¨¢n arrojando los resultados esperados. Circulan varias explicaciones al respecto -inaplicabilidad de las mentadas pol¨ªticas en pa¨ªses de este tipo, falta de tiempo o de voluntad pol¨ªtica para que maduren, deuda excesiva, etc¨¦tera-, pero el propio debate al respecto es m¨¢s bien de car¨¢cter acad¨¦mico. Lo importante desde el punto de vista pol¨ªtico es que en muchos pa¨ªses la opini¨®n p¨²blica y los sentimientos populares est¨¢n de nuevo haciendo hincapi¨¦ en la justicia social y en determinadas aspiraciones nacionalistas, sobre todo a la luz de los acontecimientos recientes en Panam¨¢. Los electorados se han desplazado hacia la izquierda, aunque no sea el caso de los Gobiernos electos.
Desde 1988, los votantes en M¨¦xico, Argentina y Venezuela, as¨ª como en la primera vuelta de la elecci¨®n presidencial en Brasil y, sin duda, en los comicios en Chile, han apoyado a la opci¨®n disponible que a sus ojos aparec¨ªa como la m¨¢s progresista, la menos conservadora. ?ste es justamente el tipo de desplazamiento electoral que cabr¨ªa esperar, en vista de los antecedentes hist¨®ricos, al cabo de un decenio sin ning¨²n crecimiento econ¨®mico y que trajo consigo una ca¨ªda dram¨¢tica en los niveles de vida de la poblaci¨®n. Todo esto podr¨¢ traducirse en opciones de gobierno durante un tiempo, o incluso nunca, si las pol¨ªticas actuales llegan a tener ¨¦xito. Pero las semillas de una reforma de fondo han sido plantadas.
En este contexto, los cambios actualmente en curso en las actitudes de muchos de los nuevos dirigentes de la izquierda latinoamericana, sobre todo en relaci¨®n con Estados Unidos, pueden ser vistos como un efecto inicial y alentador del deshielo entre las superpotencias. Varios dirigentes nacionalistas de centro-izquierda en Am¨¦rica Latina han puesto un mayor ¨¦nfasis en la necesidad de una verdadera democratizaci¨®n de sus pa¨ªses respectivos -empezando con el imperativo de elecciones limpias- y en un mayor respeto por los derechos humanos. Asimismo, buscan una nueva relaci¨®n con el vecino del norte, recorriendo Estados Unidos y estableciendo contactos con periodistas, acad¨¦micos, empresarios y funcionarios norteamericanos en formas que hubieran resultado inconcebibles hace apenas algunos a?os.
Los mejores ejemplos -aunque no los ¨²nicos- los constituyen sin duda aquellos procedentes de los dos pa¨ªses m¨¢s poblados del continente, Brasil y M¨¦xico. En ambas naciones, dirigentes nacionalistas de centro-izquierda -Luis Ignacio da Silva, Lula, y Leonel Brizola, en Brasil; Cuauht¨¦moc C¨¢rdenas, en M¨¦xico- han hecho de una reforma electoral y de la democracia representativa banderas tan importantes en su lucha como lo son las consignas m¨¢s antiguas: la justicia social y la soberan¨ªa nacional. Poner en pie de igualdad estas demandas representa una ruptura radical con varias facetas de la tradici¨®n de izquierda latinoamericana.
C¨¢rdenas, Lula, Brizola y otros l¨ªderes emergentes -Ricardo Lagos, en Chile, es un ejemplo adicional- tambi¨¦n han redefinido sus posturas con relaci¨®n a Estados Unidos, en los hechos aunque no siempre en sus discursos o declaraciones. Han viajado a Estados Unidos, entablando un di¨¢logo con los sectores norteamericanos con intereses en sus respectivos pa¨ªses. En una palabra, han empezado a hacer pol¨ªtica en Estados Unidos con miras hacia sus propias naciones. La invasi¨®n de Panam¨¢ obviamente dificulta esta evoluci¨®n, y es posible que la demore. Pero el comportamiento absurdo y anacr¨®nico de Estados Unidos no debe entra?ar necesariamente una respuesta equivalente de la izquierda latinoamericana. Entender la importancia y complejidad de Estados Unidos no implica hacerse ilusiones pueriles sobre supuestos cambios en el papel de ese pa¨ªs en el hemisferio.
El final de la guerra fr¨ªa puede implicar una de dos cosas para Am¨¦rica Latina. En contraste con los acontecimientos en Europa oriental, puede ser un factor de estancamiento si la mejor¨ªa en las relaciones Este-Oeste se limita a la aceptaci¨®n por una superpotencia de la esfera de influencia de la otra, preservando a los Gobiernos, los pol¨ªticos y los equilibrios existentes. Pero puede tambi¨¦n entra?ar una verdadera ruptura de la esfera de influencia de cada una de las superpotencias, ya que el cambio habr¨¢ dejado de implicar peligro o reajuste geopol¨ªtico alguno. El espejo en el que debe mirar su futuro Am¨¦rica Latina no est¨¢ situado en el istmo paname?o, sino en las calles y plazas de Europa del Este. Al cabo de a?os de opresi¨®n e injerencias externas, all¨ª se est¨¢ construyendo lo que debe ser una relaci¨®n digna entre una superpotencia y sus vecinos. De este lado del Atl¨¢ntico, la construcci¨®n es m¨¢s dif¨ªcil y m¨¢s tardada, porque la historia ha sido m¨¢s larga
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