El ¨¢rbol de la vida
En dos ocasiones, al filo de los ochenta, visit¨¦ la Bulgaria de Jivkov. La primera ocasi¨®n lleg¨® de la mano de un colega b¨²lgaro a quien hab¨ªa conocido en un congreso de historia del movimiento obrero. Se trataba de conmemorar el 110? aniversario de Lenin, y posiblemente no fue muy apreciada la observaci¨®n de que el fracaso de la construcci¨®n pol¨ªtica sovi¨¦tica tuvo en el mismo Lenin un testigo de excepci¨®n, aun cuando las reflexiones pesimistas de sus ¨²ltimos escritos no desembocaran m¨¢s que en soluciones arbitristas o en la valoraci¨®n personal negativa de los posibles sucesores.Unos meses m¨¢s tarde volv¨ª a Bulgaria, pero esta vez con cierto respaldo oficial. La situaci¨®n resultaba algo extra?a porque, a partir del verano -est¨¢bamos en 1981 -, el PCE aceleraba su marcha hacia el abismo de la mano de su secretario general, y mi expulsi¨®n, dentro del bloque de renovadores vascos, estaba a punto de producirse. Pero el hecho es que all¨ª acud¨ª para tomar parte en un debate entre historiadores pertenecientes a partidos comunistas. En la reuni¨®n imperaba un ambiente de confianza sin l¨ªmites en los principios. La historia era s¨®lo el respaldo de un presente glorioso. As¨ª, tanto mis palabras como las del representante del PCI, Sergio Bertolisi, profesor en N¨¢poles, debieron sonar como ecos de una disidencia marginal frente a una concepci¨®n del mundo consagrada por el innegable avance del comunismo a escala mundial, cuya garant¨ªa era el liderazgo de Leonid Breznev.
Ni siquiera se molestaron en contestarnos. Pero el desquite lleg¨® con la clausura, una vez que Bertolisi y yo nos negamos a suscribir cualquier forma de comunicado final. En la interminable mesa de esta singular ¨²ltima cena, el ritual del brindis empez¨® a cargo de los anfitriones b¨²lgaros y del representante del PCUS. Primero, por el marxismo-leninismo; a continuaci¨®n, por el socialismo real. L¨®gicamente, todos se levantaron. Menos Bertolisi y yo, colocados al final de la mesa. La tensi¨®n se hizo insoportable y los brindis se trivializaron. Recuerdo que el historiador h¨²ngaro alz¨® su copa por la belleza de las mujeres b¨²lgaras. Nos levantamos por primera vez. Entonces nos hicieron llegar una
nota de la presidencia, indicando que, a pesar de nuestro grosero comportamiento, deb¨ªamos pronunciar un brindis. Bertolisi aprovech¨®, la ocasi¨®n. Se alz¨® y advirti¨® que su brindis ser¨ªa el pretexto para hacer el resumen del congreso, y que, ante tal concurrencia, necesariamente habr¨ªa de apoyarse en una cita de Lenin. Claro que esta vez Lenin reproduc¨ªa a su vez a Goethe: "Si gris es la teor¨ªa, por fortuna verde es el ¨¢rbol de la vida". Nos abrazamos. Los dem¨¢s concurrentes, como era de esperar, permanecieron sentados. La cena termin¨® en un absoluto silencio.
Hoy el ¨¢rbol de la vida ha dado buena cuenta de la teor¨ªa gris. La pretensi¨®n de fijar el tiempo dentro del marco del marxismo-leninismo ha saltado hecha pedazos. El espejismo de una revoluci¨®n social asentada en formas de dominaci¨®n totalitarias ha dejado de gravitar sobre el pensamiento socialista. Se ha alejado tambi¨¦n el espectro de una nueva guerra mundial protagonizada por las superpotencias. Los problemas del mundo capitalista recuperan su aspecto real, y es posible pensar por fin, despu¨¦s de muchos a?os, sin la sombra de una falsa soluci¨®n que adem¨¢s impon¨ªa sus objetivos y sus modos de hacer pol¨ªtica, heredados del estalinismo. Una creencia cuasi religiosa ha probado su falsedad. Es posible, pues, devolver a la izquierda su dimensi¨®n inicial de proyecto laico, sustentado en el an¨¢lisis de la realidad y no de construcci¨®n de un supuesto para¨ªso. Para cerrar el cuadro de elementos positivos existe hoy a nivel mundial un amplio. reconocimiento del papel desempe?ado por Gorbachov como art¨ªfice de la nueva era en las relaciones internacionales. Si la URSS no se hunde por problemas internos ser¨¢ muy dif¨ªcil reconstruir el clima de la guerra fr¨ªa, y concretamente en Europa podr¨¢ abordarse un proyecto pol¨ªtico de perspectivas imposibles de so?ar en los tiempos de la divisi¨®n de bloques. Para quienes carecemos de la menor esperanza en una reconversi¨®n positiva de Estados Unidos como potencia imperialista, clave de una dinamica de dominio y destrucci¨®n a nivel mundial, la convergencia en la casa com¨²n constituye un objetivo sumamente dificil y complejo, pero por vez primera realizable por un sujeto pol¨ªtico que puede ser una izquierda europea.En este marco adquiere coherencia la propuesta de una redefinici¨®n de los partidos comunistas democr¨¢ticos, seg¨²n el modelo italiano, ya que es preciso deshacer cualquier confusi¨®n respecto al orden pol¨ªtico que acaba de derrumbarse. El estalinismo ha sido mucho m¨¢s que una fase hist¨®rica, conforme probaron en su d¨ªa las evoluciones internas de los partidos comunistas de Franc¨ªa y Espa?a. No se trata tampoco de hacer un balance en negro sobre blanco. En la tradici¨®n socialista cabe el legado de lucha democr¨¢tica y antifascista de los movimientos comunistas y la herencia doctrinal de hombres como Gramsci, Togliatti o Berlinguer, as¨ª como la simb¨®lica de Rosa Luxemburg o Alexander Dubcek. Sin olvidar la divisoria frente a quienes intentan pescar en r¨ªo revuelto para hacer pasar su mercanc¨ªa neoliberal por socialdemocracia. Los casos del PSOE, a pesar de la cortina de humo del Programa 2000, o del partido de Craxi son a este respecto claramente ilustrativos. El contenido del proyecto pol¨ªtico y no las siglas es lo que debe intervenir a la hora de reunir fuerzas para la construcci¨®n de una euroizquierda, ya que con el capitalismo especulativo y la corrupci¨®n protegida se est¨¢ tan lejos de la socialdemocracia como pod¨ªan encontrarse respecto de Marx los bur¨®cratas del socialismo real. No cuenta lo que se diga y escriba, sino lo que haga el Gobierno que patrocina la opera ci¨®n. Del mismo modo que el aut¨¦ntico linchamiento moral es el que sufren el pueblo y la democracia cuando se bloquean las v¨ªas parlamentarias para examinar toda posible corrupci¨®n.
Porque en las circunstancias actuales, el m¨¢ximo riesgo procede de creer que todo ir¨¢ hacia lo mejor en el mejor de los mundos tras derrumbarse el bloque sovi¨¦tico. De nada sirve, citando a nuestro vicepresidente del Gobierno, invocar la salvaci¨®n del ecosistema en la Amazonia cuando nuestros petroleros vierten miles de toneladas de crudo al Atl¨¢ntico. El fin de la pol¨ªtica de bloques abre nuevas perspectivas, pero tambi¨¦n invoca la exigencia de pensar en los problemas que suscita una realidad marcada por grav¨ªsimas contradicciones, en el eje Norte-Sur, en la conservaci¨®n del medio, en el interior de nuestras sociedades. Breznev se ha hundido, pero no por eso Reagan y Thatcher ten¨ªan raz¨®n. La concepci¨®n dominante de que el mundo capitalista puede entrar en una era feliz, independientemente de cuanto ocurra fuera de ¨¦l, sirve solamente para favorecer las tendencias hacia el repliegue irracionalista y la violencia. Las contradicciones siguen vigentes, y desde hace d¨¦cadas la derecha a nivel mundial no se siente tan cargada de raz¨®n como ahora, al contemplar el fin del comunismo. No es casual el estallido de los nacionalismos, sobre los que tambi¨¦n ha de aplicarse el pertinente tamiz del an¨¢lisis: una cosa es el derecho de las rep¨²blicas b¨¢lticas a borrar las consecuencias de la invasi¨®n estalinista en 1939 y otra el irredentismo sobre la frontera Oder-Neisse o la ola de fondo de violencia ¨¦tnica y religiosa en el C¨¢ucaso. Hay que admitir que muchas cosas han de moverse para que Europa haga de la crisis actual un factor de crecimiento, de construcci¨®n de una nueva unidad cultural econ¨®mica y pol¨ªtica. De paso es preciso navegar entre el integrismo religioso y el racismo neofascista dentro de un marco de relaciones sociales donde el componente extraeuropeo ir¨¢ necesariamente en aumento. En su crecimiento, el ¨¢rbol de la vida requiere hoy unos planteamientos te¨®ricos que superen la tonalidad gris del nuevo conformismo.
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