Cuestiones malditas
Me temo que los futur¨®logos, que no previeron nada de lo que sucedi¨® en los ¨²ltimos meses, han empezado a equivocarse al predecir lo que suceder¨¢ en los pr¨®ximos a?os. Los futur¨®logos acostumbran a contemplar el mundo y la vida de los dem¨¢s como si ellos no estuvieran ni en la vida ni en el mundo. Son voyeurs de la historia que colocan sus piezas en un tablero imaginario con la seguridad de que la partida se desarrollar¨¢ en la direcci¨®n apetecida. ¨²ltimamente, excitados por los acontecimientos del Este, son m¨¢s numerosos que nunca, y entre gentes de toda ralea. Por fin parece que hay un tema del que hablar, y en las reuniones sociales, los asuntos del Este sirven para olvidar el aburrimiento del Oeste.Lo m¨¢s notable es que los futur¨®logos son, por lo general, poco imaginativos y tienen una visi¨®n del futuro alarmantemente plana. Ponen sobre el mostrador el bienestar y la libertad occidentales, mientras aguardan a que los pobres y oprimidos hagan cola delante de la tienda. Lo m¨¢s l¨®gico tras el triunfo del liberalismo, piensan, es que todos quieran ser liberales, para as¨ª gozar de la prosperidad y la democracia. Pero, entonces, salta alguna que otra sorpresa, y los futur¨®logos se desconciertan ante los equ¨ªvocos surgidos entre la oferta y la demanda. Se ofrece un modelo liberal irreprochable, y, sin embargo, brotan reprobables demandas cargadas de fanatismo. Nacionalismos, extremismos religiosos, sectarismos pol¨ªticos. Se ofrece modernidad y llegan ecos de respuestas antimodernas o premodernas. Muchas demandas resultan, desde el lado de Occidente, desconcertantes; pero ser¨ªa bueno preguntarse hasta qu¨¦ punto no es asimismo desconcertante la oferta occidental para los demandantes. El discurso sobre el bienestar y la libertad, que aparece como ¨²nico pensamiento occidental, siendo v¨¢lido para deslumbrar, ?no puede ser a la larga, como la visi¨®n de los futur¨®logos, excesivamente plano?
Leyendo un reciente estudio sobre la literatura sovi¨¦tica contempor¨¢nea me encontr¨¦ con una expresi¨®n que, por el alcance que parec¨ªa tener en la tradici¨®n intelectual rusa, ten¨ªa bastante de sorprendente: cuestiones malditas. Era aleccionador saber cu¨¢les eran estas cuestiones consideradas malditas. El sentido de la existencia humana, la frontera entre el bien y el mal, el ser moral, la trascendencia... Todav¨ªa era m¨¢s elocuente constatar que tales cuestiones no hab¨ªan dejado nunca de ocupar un lugar central en la literatura rusa. La sombra de los escritores del siglo pasado se proyectaba poderosamente hasta nuestros d¨ªas, y as¨ª, a pesar de las condiciones hist¨®ricas diversas, los Gogol, Dostoievski, Turgueniev o Tosltoi segu¨ªan reencarn¨¢ndose en los autores actuales. Las cuestiones malditas, abordadas por aqu¨¦llos, segu¨ªan enteramente vigentes.
Vistas desde la ¨®ptica de la cultura occidental contempor¨¢nea, son, cuando menos, chocantes. Nos hemos acostumbrado a prescindir de las cuestiones malditas. Hemos desmalditizado tales cuestiones, tach¨¢ndolas de inabordables, si no de molestas o superfluas. Las sucesivas muertes o agon¨ªas proclamadas (Dios, el arte, la metaf¨ªsica, las ideolog¨ªas, la historia), abriendo el camino a nuevos ejercicios de libertad, tambi¨¦n han favorecido el surgimiento de una suerte de pragmatismo espiritual que, en ¨²ltima instancia, al anular toda capacidad interrogadora, deja al hombre desarmado ante s¨ª mismo.
La secularizaci¨®n de la cultura y la erradicaci¨®n del moralismo en el arte son, sin duda, conquistas de la modernidad. No obstante, paulatino fracaso de proyectos alternativos, ha tenido consecuencias contradictorias. De un lado, ofreciendo la oportunidad, en principio beneficiosa, de vivir sin necesidad de pensar en modelos positivos: el extraordinario aprendizaje que significa saber, al fin, que es mejor vivir sin ideales que vivir aplastado por los ideales. De otro lado, en cambio, facilitando una permanente huida frente a la exigencia de formular preguntas demasiado esenciales o, si se quiere, demasiado inquietantes.
El pensamiento occidental, quiz¨¢ justamente escarmentado, aparece atemorizado ante el territorio, siempre peligroso, de las ideas, y, como consecuencia de ello, se muestra impotente para enfrentarse, siquiera de modo parcial, al poder¨ªo, igualmente peligroso, de la realidad. La ausencia de cr¨ªtica, o autocr¨ªtica, conduce a la satisfacci¨®n, o autosatisfacci¨®n, de mostrar, sin fisuras, la realidad occidental como el mejor de los mundos posibles. Es decir, un mundo que produce, consume y se vanagloria de su libertad sin necesidad de plantearse cuestiones malditas.
Puede que ¨¦sta sea una rica fuente de confrontaciones en la actual tarea de captaci¨®n del Este por parte del Oeste. De momento ya han causado cierta alarma voces demasiado moralistas, demasiado met¨¢licas o incluso demasiado metaf¨ªsicas (?se acuerdan de Solyenitsin, presentado hace a?os como adalid de la libertad y luego casi olvidado por indigesto?). Mientras todo se oriente hacia los votos, los electrodom¨¦sticos y los autom¨®viles, el proselitismo liberal no debe hallar dificultades. Pero imag¨ªnense que, de repente, desconocedores de la modernidad y reci¨¦n escapados del materialismo dial¨¦ctico, los pobres conversos empiezan a preguntar por cosas tan extravagantes como el alma o el esp¨ªritu. O por alguna de estas cuestiones que los escritores rusos llaman malditas.
?Qui¨¦n recuerda en Occidente la ¨²ltima vez en que se hicieron preguntas tan absurdas? Sin embargo, podr¨ªa ser que se hicieran de nuevo: por eso los futur¨®logos tendr¨ªan que ser m¨¢s imaginativos y prever que una mano invisible puede alterar, con una jugada inesperada, el orden de sus piezas.
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