Tocar madera (el enga?o de la credulidad)
Hace bien poco se traduc¨ªa en esta p¨¢gina un airado alegato de Alain Finkielkraut contra la demag¨®gica explotaci¨®n de los derechos de la infancia (EL PA?S, 14 de enero de 1990, p¨¢gina 12). Cabe, desde luego, reprocharle los excesos panfletarios de su ret¨®rica; pero no cabe, sin embargo, discutir la justicia de su posici¨®n respecto al fondo del asunto: reconocer la mayor¨ªa de edad de los menores de edad significa legalizar la explotaci¨®n indiscriminada de su inmadurez objetiva. Hace tiempo que Finkielkraut viene alertando sobre los efectos contraproducentes que sobre la igualdad de oportunidades de emancipaci¨®n personal ejerce una mal entendida democratizaci¨®n cultural. Y en esto pudiera parecer que coincide con la campa?a que determinados pedagogos han emprendido para restaurar una cierta regresi¨®n hacia modelos puritanos y disciplinarios de ense?anza; el caso m¨¢s significativo es el de Bloom, pero el eco entre nosotros lo ha despertado el profesor Fuentes en pol¨¦mica contra Del Val (EL PA?S, 6 de febrero de 1990, suplemento Educaci¨®n). Quiero advertir antes que nada que de ninguna manera ambas cuestiones deben ser confundidas: una cosa es denunciar la explotaci¨®n de la credulidad y otra muy distinta denunciar los presuntos peligros antipedag¨®gicos del hedonismo, la imaginaci¨®n creadora y la permisividad. En otros sitios he comentado ya mi posici¨®n respecto a este ¨²ltimo punto. Baste aqu¨ª a?adir que la letra que con sangre entra es letra muerta: s¨®lo est¨¢ viva aquella que se aprende mediante el placer de leer, no la que se ense?a por miedo al dolor que cuesta no leer si se cae bajo la censura de la disciplina acad¨¦mica.Pero denunciar este intento de restauraci¨®n del despotismo ilustrado en la ense?anza (pues los neopuritanos buscan imponer el ascetismo sin recabar su libre consentimiento) no impide reconocer la raz¨®n que asiste a Finkielkraut: en nombre de la libertad de expresi¨®n se est¨¢ consintiendo, cuando no alentando, la explotaci¨®n demag¨®gica de la credulidad inexperta. Y no me refiero tanto a la cruenta campa?a del periodismo amarillento (cuya caza y captura por el esc¨¢ndalo est¨¢ arruinando el prestigio que dicha profesi¨®n, en definitiva responsable del ¨ªndice de lectura de Prensa m¨¢s bajo de Europa, pudo recuperar tras su pasada colaboraci¨®n con la censura franquista) como a la muy evidente regresi¨®n hacia la superstici¨®n m¨¢s oscurantista. El caso m¨¢s reciente es el del Juzgado de Verja y el Gobierno Civil de Almer¨ªa, que, en nombre de "la libertad. de culto que ampara nuestra Constituci¨®n", no han dudado en legitimar la perpetraci¨®n de "pr¨¢cticas exorcistas" contra "un grupo de ni?as entre 13 y 16 a?os" en el municipio de V¨ªcar (EL PA?S, 15 de febrero de 1990, p¨¢gina 22). Pero este ¨²ltimo s¨®lo viene a a?adirse a otros muchos casos, siendo el m¨¢s notorio el criminal homicidio que culmin¨® un rosario de torturas sexuales infligidas a una mujer bajo la coartada de pr¨¢cticas exorcistas.
?S¨®lo son an¨¦cdotas explotadas por la Prensa, pero en absoluto representativas?; cabe dudarlo. Existen abundantes indicios que pueden parecer chuscos y resultar risibles, como el de tantos sectores socialistas que consultan a videntes y adivinos, ostentando la pr¨¢ctica habitual de tocar madera para contrarrestar el supuesto poder m¨¢gico de las palabras (en cr¨¦dula esperanza del m¨¢s pueril ¨¢brete s¨¦samo). Pero algunos otros datos menos impresionistas pueden llegar a producir bastante inquietud. S¨®lo me referir¨¦ a dos, extra¨ªdos de recientes encuestas: m¨¢s de un tercio de nuestros j¨®venes creen en la determinaci¨®n del destino personal (y por tanto en la adivinaci¨®n del futuro) mediante la astrolog¨ªa de los hor¨®scopos (cuya secci¨®n fija en la Prensa, hasta en la sedicentemente m¨¢s seria, resulta indignante y escandalosa), y m¨¢s de un cuarto consideran leg¨ªtimo y justificado el recurso a la violencia f¨ªsica por motivos "pol¨ªticos, nacionales, ecol¨®gicos, laborales o ideol¨®gicos". ?Es esto prueba de modernizaci¨®n o de regreso al m¨¢s fan¨¢tico oscurantismo? ?Qu¨¦ demonios (y nunca mejor dicho) est¨¢n aprendiendo nuestros j¨®venes en las escuelas? ?Qu¨¦ clase de libertad de creenclas es esa?
Algo est¨¢ fallando. S¨¦ que el problema parece general en la Europa cat¨®lica, donde los crecientes problemas de inserci¨®n de los j¨®venes est¨¢n originando una grave discontinuidad en los mecanismos tradicionales de socializaci¨®n e integraci¨®n social. Pero en nuestro caso la gravedad se agudiza por lo reciente y superficial de nuestro proceso de industrializaci¨®n, que nos priva de la suficiente experiencia hist¨®rica con que otras sociedades de nuestro entorno se enfrentan a cambios tan cr¨ªticos. En 30 a?os hemos improvisado un proceso de modernizaci¨®n econ¨®mica, pol¨ªtica y cultural que en el resto de Europa cost¨® 150: el resultado parece tan deficiente como sin duda era de esperar. As¨ª, seg¨²n acaba de observar nuestro primer soci¨®logo, la compleja relaci¨®n entre tradici¨®n y modernidad amenaza en Espa?a con producir una quiebra cultural.
A este respecto, el triunfalismo oficial puede llenarse la boca recordando los recientes e ingentes avances en el proceso de democratizaci¨®n de la ense?anza formal: en 15 a?os hemos superado un retraso hist¨®rico, y hoy nuestros j¨®venes est¨¢n tan escolarizados como el promedio europeo, si no m¨¢s. Pero en lo que toca a la calidad de ese reciente progreso cuantitativo, m¨¢s vale dudar. No se trata tan s¨®lo de que los alumnos universitarios no sepan expresarse por escrito ni de palabra. Ni tampoco siquiera de la creciente presencia del extendido analfabetismo funcional. M¨¢s all¨¢ de todo eso, lo m¨¢s grave parece ser esta especie de credulidad generalizada, que priva a nuestros j¨®venes de defensas inmunol¨®gicas contra la superstici¨®n, el oscurantismo y la supercher¨ªa. En lugar de ser cr¨ªticamente esc¨¦pticos, como debieran, resultan cr¨¦dulamente indiferentes: incapaces, como denuncia Finkielkraut, de elegir entre qu¨¦ pueden llegar a creer y qu¨¦ no deber¨ªan creer jam¨¢s.
Esta es la m¨¢s grave responsabilidad hist¨®rica que cabe achacar al magisterio de la escuela espa?ola.
Por eso, en cierto sentido, las cosas han empeorado (sin que decir esto implique ignorar el muy positivo avance en la democratizaci¨®n de la ense?anza). Antes, cuando la Iglesia cat¨®lica detentaba el monopolio del oscurantismo (al igual que el Estado monopoliza la violencia leg¨ªtima), su persecuci¨®n inquisitorial del resto de supersticiones extracat¨®licas permit¨ªa que la cultura espa?ola, si bien oficialmente creyente en el abstracto oscurantismo del dogma teol¨®gico, resultase por lo dem¨¢s suficientemente racionalista (con el grave lastre de su secular temor ante la ciencia moderna). Pero hoy, cuando la deseable y bien venida secularizaci¨®n ha bam'do ese monopolio eclesi¨¢stico, no ha quedado debajo m¨¢s que el subsuelo de las supersticiones populares m¨¢s oscurantistas. Ni ciencia moderna ni racionalismo cr¨ªtico. S¨®lo adivinaci¨®n, astrolog¨ªa, violencia fan¨¢tica y una credulidad indefensa, v¨ªctima frecuente de toda fant¨¢stica supercher¨ªa.
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