Nora est¨¢ viva
Nora se va de su hogar: no aguanta lo que hoy llamamos todav¨ªa "el malestar del ama de casa", la reducci¨®n a objeto, la sumisi¨®n a un marido notablemente tonto. En los finales del siglo pasado, esta actitud de la esposa que abandona no s¨®lo al marido, sino tambi¨¦n a su hija, era inaceptable. Seguir¨ªa si¨¦ndolo muchos a?os despu¨¦s, y se discut¨ªa lo que se llamaba "el portazo de Nora" -uno de los efectos teatrales m¨¢s ricos de este arte- con apasionamiento. Y la condici¨®n de la mujer, que pasa del padre al marido sin salir nunca de su "casa de mu?ecas".No todo ha cambiado. Los que estamos acostumbrados a contemplar la punta de lanza de las sociedades podemos creer que la evoluci¨®n ha sido profunda: pero hay legiones de Noras que aguantan pasivamente, o que se amu?ecan y renuncian a su propia vida. ?sta es la fuerza que tiene a¨²n la obra de lbsen, iluminada por la sensibilidad de Ingmar Bergman. Todo lo dem¨¢s que la envuelve es una colecci¨®n de datos que fijan la situaci¨®n y la determinan: la mentalidad de una clase dominante que obliga la conducta de los personajes y se impone a ellos en forma de destino. Es la lucha de un personaje, como en todo gran teatro, por romper la c¨¢rcel del destino: en la tragedia esto se frustraba. Pero la hero¨ªna de lbsen lo consigue.
Casa de mu?ecas
Autor: Henrik lbsen (1879), traducido al sueco por Klas Ostergren. Direcci¨®n: Ingmar Bergman. Int¨¦rpretes: Per Mattson, Pernilla Ostergren, Erland Josephson, Marie Richardson, Bjom Granath, Erika Harrison. Compa?¨ªa de Kungliga Dramatiska Teatem (Dramaten) de Estocolmo. X Festival Internacional de Teatro de Madrid. Teatro Espa?ol, 14 de marzo.
Nora es el centro de la obra. Hay un tabladillo peque?o en el que ella ocupa continuamente el centro y la ¨²nica mancha de color; los otros cinco personajes se sientan en los laterales, como aletargados, esperando el momento en que han de salir a escena, vestidos rigurosamente de negro. Es un subrayado extraordinario para el personaje.
Lo interpreta una jover, actriz, Pernilla Ostergren, que es maravillosa. Toda la evoluci¨®n de Nora desde el infantilismo hasta la toma de conciencia y la decisi¨®n se van reflejando en su cara, en su voz. Media voz, generalmente, hasta en los ¨²ltimos momentos de violencia.
Esta escenificaci¨®n tiene un esp¨ªritu fr¨ªo, que a nosotros nos parece peculiar del Norte, y que puede resultar hasta un poco insensato en los momentos m¨¢s duros, sobre todo cuando el tabladillo y los bastidores antiguos dan m¨¢s sensaci¨®n de teatro. Pero funciona, porque es una de las condiciones en que vive la sociedad relatada.
El segundo personaje, el marido -que hace muy bien Per Mattson-, est¨¢ devuelto a su originalidad. Es un buen hombre que representa el pater familias de su ¨¦poca, el marido-padre. Aqu¨ª se le suele hacer torvo, sombr¨ªo, duro: es el malo. La verdadera situaci¨®n, vista en la direcci¨®n de Bergman, es que representa una clase social, un espiritu burgu¨¦s dominante, inquieto por la acumulaci¨®n de dinero, por la direcci¨®n total de su casa. No es a ¨¦l a quien rechaza Nora: es a la sociedad, y eso queda patente. Es la esencia del drama: la burgues¨ªa es sorda y opaca, guarda sus esc¨¢ndalos, no grita ni rompe nunca su arma de las apariencias, y ¨¦sa es la situaci¨®n que destroza la protagonista.
?stas son las ideas que ensalza Bergman, dentro sin duda de lo que es el esp¨ªritu de la obra y la intenci¨®n de Ibsen y por lo cual la sociedad europea protest¨® al principio, y comenz¨® a asumirlo despu¨¦s. Era una ¨¦poca en que el teatro reflejaba el esp¨ªritu de la sociedad que lo pose¨ªa y sufragaba, y que quer¨ªa ver la cr¨ªtica desde dentro. Por eso ten¨ªa sentido y era una parte trascendental de la literatura dram¨¢tica; el director Ingmar Bergman est¨¢ dentro de esa literatura, incluso subrayando lo ostensible -como la luz sobre el buz¨®n que contiene la carta maldita- y renuncia a otras segundas acciones o a entrar ¨¦l mismo en la creaci¨®n.
Todo funciona perfectamente. Los actores secundarios, la iluminaci¨®n, la intencionalidad de la escenograf¨ªa, hasta la misma entonaci¨®n de colores de la que hoy se huye a veces pata no incurrir en lo pict¨®rico y en la falsedad, los peque?os s¨ªmbolos de los que est¨¢ rodedada la representaci¨®n. Todo cuadra, todo encaja, y todo produce en el p¨²blico -que pasa por dos horas y media de representac¨ª¨®n en sueco- las emociones previstas. M¨¢s que un gran espect¨¢culo: una restituci¨®n del verdadero teatro.
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