La familia de los Manzano
Un d¨ªa en el cabrerizo de la sierra del Aljibe
?Eh, Manzano!", "?Alfonso, eh!", le grit¨¢bamos, tramontanos, y silbaba quien sab¨ªa silbar, y a lo lejos se ve¨ªa la cabriada, pero al Alfonso Manzano no se le ve¨ªa por parte alguna en las Pe?as del Almez, ni en el otero donde ramoneaban las cabras, ni por toda la sierra del Aljibe, t¨¦rmino de Alcal¨¢ de los Gazules, vecino de Medina Sidonia, provincia de C¨¢diz. Alfonso, de la familia de los Manzano -larga tradici¨®n de cabrerizos en la serran¨ªa- hab¨ªa de estar por all¨ª, era seguro que nos hab¨ªa visto, probablemente hasta nos hab¨ªa husmeado a redroviento, pero no quer¨ªa hacerse presente.Enseguida nos dimos cuenta de que Alfonso Manzano, o cualquiera que viva en el monte, tendr¨ªa reparos en hacerse presente si llega de sopet¨®n, tramontano un grupo sospechoso, formado por dos civiles y, un guardia. Los civiles, con c¨¢maras de fotos y cuadernos; el guardia, de uniforme, porra y gorra. De manera que adoptamos una actitud ostentosamente pac¨ªfica, a quien le quedaba resuello lo proclamaba en alta voz -"?Venimos s¨®lo a saludarleee, Alfonsooo!"'- y de s¨²bito el buscado Alfonso surgi¨® entre unos matorrales cercanos.
Se apoyaba en gayata, una cuarta m¨¢s larga que su persona vest¨ªa jersei, pantal¨®n ocre con raya bien planchada, botas recias de muchas leguas. Aquello de los zarag¨¹elles, las esparte?as, el zurr¨®n, es impedimenta antigua. Los cabreros modernos, por lo menos en Alcal¨¢ de los Gazules llevan pantal¨®n de raya bien planchada. Alfonso Manzano se apoyaba en la gayata y estaba receloso. Es l¨®gico: para visitar a un cabrero y preguntarle por su vida, normalmente no hace falta guardia. S¨®lo cuando le explica mos que se trataba de un municipal de Alcal¨¢ de los Gazules que nos hab¨ªa subido a la sierra en el Land Rover, empez¨® a entender
Lo primero que dice Alfonso Manzano sobre su vida es que resulta muy dura. Lo segundo, que no la cambiar¨ªa por otra. Explica un caso: "Mi cu?ado se fue a vivir a Algeciras y es portero de una casa. Bueno, pues yo, si estuviera como ¨¦l, tendr¨ªa la sensaci¨®n de que me hab¨ªan encerrado en la c¨¢rceV. Y luego, no sabe qu¨¦ es el aburrimiento, pese a las soledades: "En realidad no estoy solo: vivo con mi mujer y la ni?a. Y aunque paso muchas horas en el monte, los animales tambi¨¦n son compa?¨ªa, siempre hay qu¨¦ hacer, uno piensa sus cosas. Adem¨¢s, esto del pastoreo lo he mamado".
Lo ha mamado porque le trajeron al cabrerizo de seis a?os sus padres fueron cabreros y sus abuelos tambi¨¦n. Un profesor se llegaba cada d¨ªa desde Alcal¨¢ a ense?arle a leer y escribir y las cuatro reglas. Estos profesores particulares eran una instituci¨®n en Alcal¨¢.
Los hijos de Alfonso tienen otra vida, naturalmente. Los dos mayores, 10 y ocho a?os, est¨¢n internos en una colegio de Alcal¨¢. La ni?a s¨®lo tiene 20 meses y cuida de ella la madre. Posiblemente cuiden de ella tambi¨¦n los chivitos. M¨¢s adelante conoceremos a la familia. Ahora Alfonso ha de imponer su autoridad en el reba?o. Dos civiles y un guardia s¨²bitamente aparecidos en la sierra rompen el equilibrio del ecosistema, eso est¨¢ claro, y varias cabras triscan espantadizas. Se establece un curioso di¨¢logo. Las cabras dicen be; Alfonso, cuit¨¢n. ?Habla con las cabras, Alfonso? "Naturalmente que s¨ª". ?Beee, beee!, insisten algunas cabras; ?Cuit¨¢n, cuit¨¢n!, repite Alfonso. A veces en vez de cuit¨¢n dice pitou, pitou, por hablar de todo un poco, pero las cabras siguen respondiendo beee. Las cabras son de opiniones firmes. Hay un roquedal. All¨ª es donde el periodista apoy¨® airoso la bota para preguntar al cabrero por la rentabilidad de su trabajo, sin advertir que la otra bota, menos airosa, la hab¨ªa hundido en una inmensa plasta de vacuno. "Por Navidad vend¨ª los chivos a 500 pesetas / kilo y en febrero a 400. El chivo de 10 kilos es el m¨¢s apreciado; el que pasa de 10, pierde valor. Tambi¨¦n orde?o, hago qLICSOS, cuido unas vacas, caballos...".
La berrea y la pela
Hay una marquesa que tiene casa puesta s¨®lo para escuchar la berrea. Eso es en los Llanos de Vuelta Perdida, a donde acuden los veriados por septiembre, cuando entran en celo. Pero antes hubo inucho que andar, desde Alcal¨¢. A mano derecha quedaron las Fincas La Calderona, que es de caballos, y El Cabezo, que es un cebadero de ganado.
La sierra del Aljibe se elevaba majestuosa a la mano de la lanza, y a la de la rienda no hab¨ªa por qu¨¦ mirar, pero si mirabas merec¨ªa la pena, pues ve¨ªas Quebra Nacha y otras hermosas fincas que se perd¨ªan en la infinitud del bosque. Un primo de Alfonso tiene el cabrerizo en Villa Anita mas, llegados, nadie respondi¨® a la voz, salvo un perro cojito bastante atemorizado. A Facinas, donde est¨¢ el cabrerizo de un hermano de Alfonso, y a Las Churretas, donde lo tiene un t¨ªo, no cab¨ªa ir: quedan muy lejos.
El alcornocal se ensilvec¨ªa y era dif¨ªcil encontrar la vereda por donde se alcanza el cabrerizo de Alfonso. En una vuelta de la carretera est¨¢n las casas de los forestales y sali¨® a recibirnos toda la fauna, una docena de cerdos negros verraqueando, cuatro perros enfurecidos, un pavo real de plumaje lapisl¨¢zuli que caminaba mirando por encima del ala, gallinas cloqueras, gallinas patosas, un gallo con espolones sacando pecho. Tambi¨¦n sali¨® la esposa de un forestal que, amablemente, indic¨® una trocha. Poco despu¨¦s se abr¨ªan Los Llanos de Vuelta Perdida y busc¨¢bamos con la rnirada un veriado, y lo que apareci¨® fue una cabra, ramoncando lo que hubiera menester. Era la se?al precursora del cabrerizo de Alfonso Manzano, no cab¨ªa duda.
Hubo que andar la trocha al traspi¨¦s hasta divisar la caba?a. El lugar se llama Pe?as del Almez y una enca?ada lo separa de otra sierra, que se reparten dos fincas: Hern¨¢n Mart¨ªn, con el famoso Picacho ( 1.000 metros de altitud) y Nogea Escobar (pron¨²nciese Majaescob¨¢). Todo ello en el parque natural del Alcornocal, que es un fascinante bosque de alcornoques, muchos de ellos con el tronco desnudito de corcho como consecuencia de la pela.
La pela del corcho constituye el gran acontecimiento del Alcornocal. Ocurre en julio, cuando una cuadrilla de corcheros -rajadores, recogedores, arrieros, novicios- acampa en el hato (pron¨²nciese rajaore, arrecogeore, jarriero, novisio, jato) y da cuenta de la mojeda (se debe escribir moheda, pero tampoco hay necesidad de esmerarse tanto). El cabrero suele hacerles una visita para charlar un rato y, echar un trago. Aunque no es seguro que le satisfaga esta invasi¨®n, porque aquellos parajes requieren soledad y el silencio es uno de sus encantos.
En la caba?a
Hay que ir a la caba?a y es una penosa caminata, lomadas arriba y abajo, por entre jaras, brezos, aulagas, brincando alg¨²n arroyuelo. Hay cardos borriqueros, tagarninas, estrellitas de mar, y por alguna mata debi¨® de liberar plasta la bota poco airosa. A las cabras tambi¨¦n las afecta el Levante y entonces le dan mucho trabajo a Alfonso pues se ponen locas. En la caba?a esperan la ni?a y la mujer de Alfonso que, como ¨¦l no llegar¨¢ a los 30 a?os. Ambas se llaman Elisa. La ni?a, un beb¨¦ precioso, juega con los chivitos y los abraza. La ni?a y los chivitos juegan sobre todo a darse mimo. No hay luz el¨¦ctrica en la caba?a. En un zamizaqu¨ª contiguo est¨¢ la quesera. Elisa, una mujer muy sonriente, trajina la casa, limpia de sirle el cabrerizo, dispone las colodras, orde?a si viene a qu¨¦. Pero seguramente viene poco a qu¨¦ pues los callos del orde?o es Alfonso quien los tiene, bien gordos, en los dedos. Lo dice Alfonso: "Aunque es duro, es trabajo, y mientras lo haya no nos podemos quejar".
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