Ha llegado la primavera...
Ha llegado la primavera. S¨ª. Cu¨¢ntas veces lo habr¨¦ repetido. S¨ª, ha llegado. Voy corriendo en un autom¨®vil por la carretera de Zaragoza, una de las grandes ciudades espa?olas bajo el manto de una peque?a Virgen que no me gusta tanto como la patrona de El Puerto de Santa Mar¨ªa, la Virgen de los Milagros. Vengo de escuchar al gran actor Jos¨¦ Luis Pellicena su mon¨®logo De entre las ramas de la Arboleda Perdida: es decir, de escucharme a m¨ª mismo, de aplaudirme a la vez que lo hace el p¨²blico.Estoy contento. Acaba de llegar la primavera. Ahora mismo. Hace apenas cuatro d¨ªas.
Me encuentro en cualquier parte de la carretera, descendiendo del coche, para coger algunas florecillas blancas. Cuando me agacho para hacerlo, se levanta del prado verde una fina guirnalda de mariposas. ?Qu¨¦ maravilla! La primavera la sangre altera, cambia la vista, cambia todas las cosas. Los troncos negros se visten de i luces, la nieve se derrite, mostrando la colorida espalda de la tierra.
Yo tengo ya 87 primaveras, y hasta las que cumpl¨ª durante la guerra espa?ola est¨¢n llenas de verde, entre los disparos y vuelos de p¨¢jaros enloquecidos. No puedo olvidar la aparici¨®n de la primavera en todas las tierras en que he vivido: en Buenos Aires, en C¨®rdoba argentina, en Montevideo, en Punta del Este, en Ruman¨ªa, en Bulgar¨ªa, en China, en la Uni¨®n Sovi¨¦tica... En Segovia, Antonio Machado dijo ante la sorpresa de su llegada: "La primavera ha venido / del brazo de un capit¨¢n.,/ Ni?as, cantad en corro: 'viva Ferm¨ªn Gal¨¢n".
Nunca olvido multitud de versos en que la primavera florida brota en el lugar que le corresponde. As¨ª, Garcilaso de la Vega: "Coged de vuestra alegre primavera/ el fruto alado...". As¨ª, Rub¨¦n Dar¨ªo: "Sino cuando en la verde primaveral/ era la hora de la melod¨ªa". As¨ª, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez: "Dios est¨¢ azul. La flauta y, el tambor / anuncian ya la cruz de primavera...". Pero yo he visto con frecuencia la primavera nevada. Cuando llegu¨¦ por vez primera a Madrid, el d¨ªa 15 de mayo de 1917, la gente patinaba sobre el estanque helado del Retiro. ?Oh, qu¨¦ bello ver la primavera con su verde brazo prendido a la cintura del tiempo, con su espesor y color de la nieve!
Ha llegado la primavera..., pero de pronto con retrocesos imprevistos: un brazo helado y otro caliente, un pie desnudo fuera de la cama, que el fr¨ªo te lo quiere cortar, a la vez que el otro duerme templado bajo el edred¨®n. "La primavera ha venido, / nadie sabe c¨®mo ha sido". "Tejidos sois de primavera, amantes..." .
La primavera llega al mar, pero de modo diferente. All¨¢ cuando yo era alumno de los jesuitas, la primavera nos sorprend¨ªa revolc¨¢ndonos desnudos sobre las arenas calientes, entre las ramas de los ligustros protectores, empapados de arena nuestros desnudos, llev¨¢ndolos hasta la orilla del mar y penetrando en ¨¦l. Era la primavera de entonces... La de ahora me ha llegado por la carretera de Zaragoza. De paso he saludado a la ciudad romana de Medinaceli, en donde se dice que muri¨® el gran Almanzor de los ¨¢rabes, gran rival del Cid el Campeador, caudillo de los cristianos espa?oles. Pero la primavera m¨¢s fr¨ªa, ventosa y removida me ha tocado en Alicante, adonde acud¨ª para rendir un fervoroso homenaje a Miguel Hern¨¢ndez, recitando sus versos, en el 48 2 aniversario de su muerte.
Nada m¨¢s tr¨¢gico, doloroso, que repetir los poemas del emocionante y terrible poeta alicantino.
Ya se sabe que ¨¦l, junto a Federico Garc¨ªa Lorca y Antonio Machado, es el tercer gran poeta espa?ol sacrificado en nuestra guerra, muerto, dos a?os despu¨¦s de terminada, en una c¨¢rcel de Alicante.
Dediqu¨¦ el recital a su admirable y heroica mujer, Josefina Manresa, a quien Miguel am¨® tanto.
Insisto en recordar que ya exiliado yo en Francia hice todo lo posible, junto a mi mujer, Mar¨ªa Teresa Le¨®n, y Pablo Neruda, por salvar su vida, pero fue m¨¢s fuerte el odio, y Miguel muri¨® lentamente asesinado.
En 1936, el poeta malague?o Manuel Altolaguirre fue quien public¨® su primer gran libro, El rayo que no cesa, saludado Miguel por Juan Ram¨®n Jim¨¦nez como "el sorprendente muchacho de Orihuela". Verdadero rayo deslumbrador, de poeta nativo, sabio, un rayo milagroso, pues lo pensaba uno del rev¨¦s, surtiendo de la piedra hacia lo alto, escapando lum¨ªnico de aquel ser tan terreno, desmanotado y en apariencia hosco.
"Como el toro he nacido para el luto / y el dolor, como el toro estoy marcado / por un hierro infernal en el costado / y por var¨®n en la ingle con un fruto".
Despu¨¦s de la lectura de otros extraordinarios sonetos llegu¨¦ a la maravillosa eleg¨ªa dedicada a su amigo Ram¨®n Sij¨¦, que yo considero, junto a la eleg¨ªa de Jorge Manrique a la muerte de su padre, el maestre de Santiago, y al llanto por la muerte de S¨¢nchez Mej¨ªas, la tercera y gran eleg¨ªa de toda la lengua espa?ola. "Temprano levant¨® la muerte el vuelo, / temprano madrug¨® la madrugada, / temprano est¨¢ rodando por el suelo. / A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata yo te espero, 1 que tenemos que hablar de muchas cosas, / compa?ero del alma, compa?ero".
Y ya despu¨¦s, Miguel, arribado el 18 de julio del a?o 1936 como rayo que lo descuajara levant¨¢ndolo, ceg¨¢ndolo hasta abrirle los ojos, fue para ¨¦l ese d¨ªa de provocaci¨®n y respuesta, embestida de lo m¨¢s luminoso. En esa embestida, Miguel se vio m¨¢s que nunca las ra¨ªces, se comprendi¨® como jam¨¢s de tierra, arrebat¨¢ndose de aquel viento candente que sacudiera de parte a parte nuestro pueblo. Y la dar¨ªa pana aldeanota de sus pantalones la cambi¨® de s¨²bito por el valiente mono azul del miliciano voluntario, descubri¨¦ndose su propia entra?a nativa, verdadera, arranc¨¢ndose al fin con su Viento del pueblo un aplastante alud de cosas ¨¦picas y l¨ªricas, versos a encontronazos y empujones, de dentelladas y gritos suplicantes, rabia, llanto, ternura, delicadeza... Luego, Miguel, sangrando por trincheras y hospitales, va llegando hasta el rin entre gritos desesperados de amor, clamando en llanto por su hijo que nacer¨¢ mientras ¨¦l, vomitando sangre y pus en la c¨¢rcel de Alicante, muere en una primavera de 1942, a sus 32 a?os casi reci¨¦n cumplidos.
Cuando me desped¨ª dando las gracias al presidente de la Asociaci¨®n de Estudios Miguel Hern¨¢ndez, nuestro gran amigo J. Antonio Ram¨ªrez, el cielo a¨²n se ven¨ªa abajo en agua y las palmeras cabeceaban sacudidas abiertamente por el viento...
La primavera hab¨ªa llegado.
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