Ejemplaridad en la decadencia
Han pasado 10 a?os desde la muerte de Jean-Paul Sartre. Con ¨¦l muri¨® una ¨¦poca de la tradici¨®n occidental de las ideas. En Francia y en el resto de Europa todav¨ªa hay quienes le lloran. Sin embargo, es el momento de hacer una evaluaci¨®n l¨²cida de la herencia que ha dejado. Pero reconsiderar hoy a Sartre, mirar a fondo su obra a la luz de los cambios actuales o establecer lo que ha mantenido hasta ahora su vigencia me temo que nos lleve de decepci¨®n en decepci¨®n.Reconsideremos, por ejemplo, su literatura. Sus novelas, La n¨¢usea (1938) y Los caminos de la libertad (1945-1949), pueden dif¨ªlcilmente compararse con la gran ficci¨®n creativa del siglo -la obra de Marcel Proust, Franz Kafka, Ernst Bloch, Robert Musil, Thomas Mann, etc¨¦tera-. Por no mencionar sus memorias, Las palabras (1964), que con su forma tradicional de relatarlas apenas logra recrear el ca¨®tico esp¨ªritu y la polifon¨ªa de la posguerra mundial. En conjunto, casi todo lo que escribi¨® Sartre resulta hoy algo convencional, tanto estil¨ªstica como formalmente, y carece de esa m¨ªnima innovaci¨®n literaria que le podr¨ªa haber asegurado un lugar entre las grandes estrellas del Parnaso literario de este siglo.
Otro tanto puede: decirse de sus trabajos teatrales: Las moscas (1943), La puta respetuosa (1946) y Los secuestrados de Altona (1960). Comparada la obra teatral de Sartre con la de Samuel Beckett, Eugene Ionesco, Arthur Adamov y otros de sus contempor¨¢neos, sus dramas son poco m¨¢s que un simple teatro pol¨ªtico-did¨¢ctico. Por este motivo, las revisiones de su teatro son tan poco frecuentes en los escenarios europeos actuales.
Academicismo
En lo que respecta a la filosof¨ªa sartriana (su sistema de pensamiento estuvo inspirado por Henri Bergson y por un humanismo trasnochado), fue aplastada por el estructuralismo, que la coloc¨® donde le correspond¨ªa: el apolillado mundo acad¨¦mico del siglo XIX. Incluso sus contribuciones como introductor de la filosof¨ªa alemana en Francia son hoy cuestionadas: ?qui¨¦nes son, en realidad, los alemanes que Sartre ley¨® e introdujo en el debate ideol¨®gico de su pa¨ªs?
Tampoco Sartre, en cuanto cr¨ªtico, logra hoy sobrevivir. No veo originalidad en sus rese?as de libros ni en sus an¨¢lisis de la ¨¦poca. La larga lista de sus errores garrafales abarca desde su penosa insensibilidad ante las indiscutibles aportaciones de Sigmund Freud a su visi¨®n unilateral de los precursores ensayos de Georges Bataille y a sus perversos arrebatos est¨¦ticos contra las novelas de William Faulkner y John Dos Pasos. Ni siquiera lleg¨® a comprender ¨ªntegramente a Nietzsche.
Tampoco en en terreno de la pol¨ªtica escapa hoy Sartre a las objeciones. El hecho de que en el Par¨ªs ocupado fraternizara vergonzosamente con los alemanes tal vez sea uno de sus pecados menores. Fue mucho peor que cerrara los ojos ante el Gulag sovi¨¦tico y proclamara que la historia evoluciona, a pesar de todos los errores, hacia una mayor humanidad. O que, despu¨¦s de que los tanques rusos entraran en Budapest y aplastaran brutalmente el her¨®ico levantamiento contra la tiran¨ªa, considerara a la invasi¨®n militar rusa como un error t¨¢ctico y no como un crimen. Al proceder as¨ª, Sartre se cerr¨® la puerta a lo fundamental de un verdadero compromiso en sentido sartriano: estar junto a los d¨¦biles contra los fuertes, junto a la mayor¨ªa que sufre contra el dominio de la minor¨ªa gobernante, junto a la sociedad civil contra el Estado.
Lo que perdura
Sin embargo, hay un ¨¢rea donde Sartre dej¨® una contribuci¨®n duradera que sigue siendo un camino que arroja luz sobre la forma en que debe proceder un verdadero intelectual. Me refiero a su ira y a su anarqu¨ªa, a su manera de ir siempre contracorriente, de resistirse a cualquier esfuerzo que lo situara en el orden establecido. Dec¨ªa no a todo -dec¨ªa no a sus amigos, no a su obra, no a su p¨²blico-, con el fin de mantenerse alejado de cualquier intento de entrar en consensos y de crear grupos, mayor¨ªas o bloques.
Esta resistencia instintiva de Sartre contra todo orden colectivo hizo que -si bien se equivoc¨® muchas, muchas veces- nunca se perdiera la confianza en s¨ª mismo. Que mantuviera siempre su integridad. Que permaneciera en todo momento alejado del orden establecido en Francia. Que resistiera a toda presi¨®n y a toda exigencia, logrando as¨ª representar la conciencia moral de su pa¨ªs. Que tuviera el corage de rechazar -lo m¨¢s halag¨¹e?o para un escritor y al mismo tiempo la prueba m¨¢s dura que cabe para ¨¦l- el Premio Nobel de Literatura.
Y porque Sartre -despu¨¦s de cuya muerte no s¨®lo Par¨ªs, sino toda Europa se ha vuelto un poco m¨¢s limitada e insensible- era como era, todav¨ªa hoy tenemos razones para llorarlo.
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