La triple alianza
Hace algunos a?os, el otrora catedr¨¢tico de Harvard Henry Kissinger hizo una propuesta a la opini¨®n norteamericana que cay¨® en el m¨¢s absoluto vac¨ªo pol¨ªtico: la de considerar los problemas econ¨®micos de Am¨¦rica Latina como un desastre continental de magnitud equivalente al padecido por los pa¨ªses europeos tras la II Guerra Mundial. La audaz imaginaci¨®n pol¨ªtica del gran estadista que fue el general Marshall (y de sus colaboradores en el Departamento de Estado norteamericano) propuso entonces, en un memorable discurso en Harvard (1947), un plan de reconstrucci¨®n econ¨®mica tanto de los pa¨ªses aliados como de los vencidos. Todos sabemos c¨®mo el llamado Plan Marshall permiti¨® la reconstrucci¨®n de la Europa occidental y el fortalecimiento de los reg¨ªmenes democr¨¢ticos, antiguos y recientes. En los resultados tangibles del Plan Marshall se apoyaba la propuesta de Kissinger: esto es, no ten¨ªa su propuesta nada equiparable al arbitrismo de los incansables proyectistas espa?oles de anta?o. Ni tampoco superaba su coste -para los bolsillos, norteamericanos- al del ben¨¦fico Plan Marshall. Mi prop¨®sito no es, por supuesto, exponer ahora los muy diversos motivos del escas¨ªsimo eco de las plausibles propuestas de Kissinger en Estados Unidos e incluso en la misma Am¨¦rica Latina. Me propongo m¨¢s bien apelar a la conciencia hist¨®rica de los espa?oles -y m¨¢s a¨²n a su tradicional desprendimiento- para que participen activamente en la magna empresa de la reconstrucci¨®n de Am¨¦rica Latina. ?Reconstrucci¨®n? -se preguntar¨¢n algunos espa?oles (y quiz¨¢ latinoamericanos), casi a modo de objeci¨®n-. Espero, por mi parte, que no se tomen las consideraciones que siguen corno un caso m¨¢s de arbitrismo hisp¨¢nico: porque es patente que Am¨¦rica -cuya incorporaci¨®n a la civilizaci¨®n occidental se celebrar¨¢ en 1992- est¨¢ en la hora m¨¢s grave de su historia pol¨ªtica, social y econ¨®mica. Y no caben paliativos meramente ret¨®ricos, que ya no enga?an ni a los m¨¢s ingenuos (o c¨ªnicos) exaltadores de los valores de la culiura de la lengua espa?ola.Se repite adem¨¢s el fin de siglo, en el vidrioso dominio de las relaciones entre Am¨¦rica Latina y los casi omnipotentes vecinos norte?os. Que, sin duda alguna, ven electoralmente la enorme tragedia latinoamericana, y costar¨¢ muchos esfuerzos diplom¨¢ticos hacerles participar en cualquier proyecto que s¨®lo puede ser encabezado, evidentemente, por la democracia espa?ola. Se me dir¨ªa en el acto por funcionarios estatales hisp¨¢nicos que Espa?a est¨¢ ya haciendo todo lo que puede, e incluso un tantito m¨¢s, como lo prueba el reciente viaje del presidente del Gobierno, Felipe Gonz¨¢lez, y sus acuerdos con algunos pa¨ªses latinoamericanos, con generosas ayudas a fondo perdido. Pero Espa?a sola no tiene suficiente plata (para decirlo en castizo hispanoamericano) para emprender el equivalente de lo que fue el Plan Marshall antes mencionado. Mas ?acaso tendr¨ªan los espa?oles todos un mismo sentir sobre la obligaci¨®n de su patria ante la tragedia continental latinoamericana? Porque es manifiesto que para muchos de ellos (?centenares de miles?, ?millones?) el deseo de ser plenamente europeos relega a un plano casi pret¨¦rito sus deberes en cuanto integrantes de una vasta comunidad de lengua espa?ola. La s¨²bita "ampliaci¨®n oriental" de Europa tambi¨¦n encandila a numerosos empresarios (de muy diverso orden y dimensi¨®n) con los posibles nuevos mercados que aquellos pa¨ªses podr¨ªan ofrecerles. Sin percibir, no obstante, que una consecuencia de la susodicha "ampliaci¨®n" podr¨ªa tambi¨¦n resultar en un retorno de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica a su tradicional condici¨®n de rinc¨®n occidental de Europa sin mayores funciones continentales que la de ser una tierra de refugio estival. Muy otra ser¨ªa la imagen de Espa?a si asumiera con la gravedad obligada su responsabilidad de naci¨®n euroamericana.
De ah¨ª mi propuesta, que seguramente sonar¨¢ a trasnochado arbitrismo a los gobernantes de Espa?a: que ¨¦sta tome una audaz iniciativa diplom¨¢tica -cosa rara en su historia del ¨²ltimo siglo- dirigi¨¦ndose a Francia e Italia (o sea, a la Europa latina m¨¢s din¨¢mica y opulenta) para constituir una singular triple alianza cuyo ¨²nico objetivo ser¨ªa el de implementar un plan de ayuda econ¨®mica (entendida en un sentido amplio) para la reconstrucci¨®n de la Am¨¦rica Latina. Esta triple alianza tendr¨ªa la ventaja demogr¨¢fica de representar a los pa¨ªses que mayor emigraci¨®n dieron a los principales pa¨ªses de America Latina; pero, sobre todo, su car¨¢cter tripartito borrar¨ªa la que podr¨ªamos llamar sombra conquistadora de la participaci¨®n espa?ola. Aunque la representaci¨®n simb¨®lica de dicha triple alianza deber¨ªan ostentarla el Rey de Espa?a y los jefes de Estado de Francia e Italia. Y deber¨ªa darse al Rey espa?ol la presidencia del Consejo de la alianza dado su conocimiento de la Am¨¦rica hispano-latina, y el inter¨¦s que siempre ha mostrado por estar dispuesto a ayudarla, sin prepotencia alguna. Recuerdo ahora una an¨¦cdota relatada por un amigo cartagenero (de Cartagena de Indias, en Colombia) sobre la viejecita negra que gritaba -en la primera visita a la ciudad colombiana por Juan Carlos, ya en calidad de Rey de Espa?a-: "?Viva el Rey!", y al se?alarle mi amigo que su pa¨ªs era una rep¨²blica, con presidente, la negra colombiana le respondi¨® que s¨ª lo sab¨ªa, pero que el rey espa?ol estaba "por encima" de los presidentes americanos. En suma, me permito sugerir a los gobernantes espa?oles que antes de 1992 formulen un proyecto de reconstrucci¨®n como el que he apuntado. Habr¨ªa tambi¨¦n, en lo posible, que incluir a Portugal, por obvias razones, aunque no est¨¦ en condiciones de facilitar recursos de que carece. Mas su relaci¨®n con Brasil -y su rica tradici¨®n intelectual de introspecci¨®n nacional- aportar¨ªan estilos de comunicaci¨®n indispensables para el ¨¦xito del plan de reconstrucci¨®n. Porque no se trata de ofrecer un modelo a Am¨¦rica Latina que ¨¦sta deba adoptar sin m¨¢s (como han solido hacer los bancos internacionales, y en gran medida Estados Unidos). Se tratar¨ªa de una colaboraci¨®n de la Europa latina que equivaldr¨ªa a un singular g¨¦nero de franca confesi¨®n nacional que beneficiar¨¢ tambi¨¦n a los pa¨ªses europeos participantes.
Es manifiesto adem¨¢s que todo lo sucedido en el este de Europa ha afectado profundamente el temple diplom¨¢tico de Estados Unidos, y no ser¨ªa de extra?ar que se produjera un retorno, parcial al menos, a sus viejos modos monro¨ªstas respecto a Am¨¦rica Latina, m¨¢s indefensa que nunca. La triple (o cu¨¢druple) alianza mencionada ofrecer¨ªa tambi¨¦n a los pa¨ªses latinoamericanos un considerable apoyo negociador con Estados Unidos. Es pertinente citar aqu¨ª que el lenguaje intelectual de Am¨¦rica Latina es patentemente europeo, por lo que una reuni¨®n de fil¨®sofos de las dos Am¨¦ricas resulta bab¨¦lico, por no decir pat¨¦tico. Podr¨ªa as¨ª decirse que Am¨¦rica Latina -en la geografia intelectual del planeta- est¨¢ mucho m¨¢s cerca de Europa que de Estados Un?dos. Y supongo que las actividades del Quinto Centenario en 1992 dar¨¢n espacio a di¨¢logos aut¨¦nticos de europeos y latinoamericanos. De momento me es muy grato se?alar que el pr¨®ximo octubre en Cartagena de Indias -en los d¨ªas colombinosse celebrar¨¢ una reuni¨®n (que cuenta ya con la asistencia prometida de dos antiguos presidentes de Venezuela y Colombia) dedicada a considerar el fin de siglo en su regi¨®n. Pero me permito sugerir a los organizadores -autoridades municipales e importantes empresarios- que ampl¨ªen su horizonte; y, sobre todo, espero que el Gobierno espa?ol pueda enviar delegados que no acudan con estad¨ªsticas y s¨ª con ofertas como la indicada en este sue?o de un proyectista, nada moderno y muy siglo XX.
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