La sombra de Einstein es alargada
Por fin lleg¨® tambi¨¦n a Espa?a, aunque con retraso (ya hab¨ªa aparecido la noticia hace aproximadamente un mes en publicaciones como The Economist o New Scientist). Era inevitable. La verdadera Einstein titulaba EL PA?S su informaci¨®n, olvid¨¢ndose en semejante encabezamiento, entre otras cosas, de dos signos de interrogaci¨®n, signos que, sin haber alargado mucho el titular, habr¨ªan expresado correctamente lo que realmente se dec¨ªa en el texto.Brevemente resumido, el asunto es el siguiente: el volumen primero de los Collected papers de Albert Einstein, publicado en 1987, y que cubre el per¨ªodo que va de 1879 hasta. 1902, contiene, entre otros materiales, 51 cartas intercambiadas entre Einstein y Mileva Maric, su futura esposa. En esa correspondencia se refleja c¨®mo fue evolucionando la relaci¨®n entre ambos, incluyendo el nacimiento de una hija en 1902, un a?o antes de que contrajesen matrimonio; una hija de cuya existencia nunca se hab¨ªa o¨ªdo y cuya suerte posterior se ignora. Pero tambi¨¦n hay otras cosas: en estas cartas a su novia, Einstein comparte con ella, estudiante como ¨¦l en la secci¨®n de Matem¨¢ticas, F¨ªsica y Astronom¨ªa del Polit¨¦cnico de Z¨²rich, sus pensamientos en materias cient¨ªficas. Apoy¨¢ndose casi exclusivamente en estos apartados de sus ep¨ªstolas a Mileva, en los que Einstein, en alguna ocasi¨®n, utiliz¨® el t¨¦rmino "nuestra teor¨ªa", un f¨ªsico que trabaja en un instituto dedicado a estudios sobre el c¨¢ncer en Maryland y una ling¨¹ista de Bonn han argumentado, en una reuni¨®n de la Asociaci¨®n Americana para el Avance de la Ciencia celebrada en febrero en Nueva Orleans, que Maric particip¨® de manera decisiva en al menos los trabajos que Einstein terminar¨ªa publicando en 1905, y entre los que se cuenta la teor¨ªa de la relatividad especial. La conclusi¨®n, impl¨ªcita o expl¨ªcita, es que Einstein ser¨ªa "menos Einstein"; que su prestigio habr¨ªa comenzado con una primera y soberana mentira.
Hay tan poco rigor, tan poca informaci¨®n documentada en las argumentaciones que se manejan, que bien valdr¨ªa la pena no prestarles atenci¨®n; pasar de ellas como sobre tantas cosas absurdas que nos inundan todos los d¨ªas. Ocurre, sin embargo, que este peque?o caso brinda la ocasi¨®n de reflexionar acerca de ciertas caracter¨ªsticas del mundo actual que merecen, en mi opini¨®n, ser desveladas tantas veces como sea preciso con la esperanza de eliminarlas. Veamos, antes de pasar a identificar tales caracter¨ªsticas, lo infundado del caso de La verdadera Einstein.
Nos encontramos con dos novios, Einstein y Mileva, compartiendo sus experiencias. Para comprender el esp¨ªritu de las manifestaciones del joven Albert en sus cartas hay que tener en cuenta, en primer lugar, la intimidad que deb¨ªa proporcionar un proyecto de futuro com¨²n, y en segundo t¨¦rmino, el hecho de que, tras abandonar el Polit¨¦cnico despu¨¦s de graduarse en ¨¦l, Einstein se encontr¨® sin empleo (salvo como maestro ocasional), completamente apartado de los ambientes acad¨¦micos, pr¨¢cticamente incapacitado, en definitiva, para discutir con investigadores en activo. Ante semejante situaci¨®n, Mileva constitu¨ªa, y no fue poco, alguien con quien pod¨ªa hablar de f¨ªsica; era su casi ¨²nica audiencia. Es cierto que en algunas ocasiones, en especial refiri¨¦ndose a su finalmente poco afortunada teor¨ªa de las fuerzas moleculares, Einstein emple¨® la expresi¨®n "nuestra teor¨ªa", pero no es menos cierto que tambi¨¦n podemos leer frases como referida a la futura relatividad especial- "estoy trabajando mucho en una electrodin¨¢mica de los cuerpos en movimiento, que promete convertirse en un tratado capital. Ya te he dicho que dudaba de la correcci¨®n de las ideas sobre el movimiento relativo". El uso de la primera persona es inequ¨ªvoco y significativo.
Mileva Maric debi¨® de ser, evidentemente, una mujer notable: la ¨²nica mujer en el curso de Einstein, la quinta en matricularse para estudiar ciencias fisico-matem¨¢ticas en toda la historia del Polit¨¦cnico de Z¨²rich; por poner un ejemplo, en 1896-1897, cuando comenz¨® sus estudios superiores, solamente 20 mujeres estudiaban esos temas en todas las universidades de Prusia. Pero una cosa es la inteligencia, la independencia, y otra el genio creador, un atributo escaso entre los seres humanos, y del que Maric no dio ninguna muestra.
Einstein se separ¨® de Mileva a mediados de 1914. M¨¢s de a?o y medio despu¨¦s, a finales de 1915, alcanzaba la cumbre -en modo alguno el final- de su carrera cient¨ªfica al formular la teor¨ªa general de la relatividad, la ¨²nica de entre todas sus contribuciones a la ciencia que puede calificarse de "fuera de su tiempo", original, radical, sin paralelo en las restantes ¨¢reas de la f¨ªsica. No es necesario articular, por evidentes, las consecuencias que se pueden extraer de este ejemplo para el caso que estoy discutiendo.
En la utilizaci¨®n de la correspondencia que mantuvieron en su juventud Albert y Mileva, para rebajar el valor cient¨ªfico del primero y aumentar el de la segunda entran en juego, en mi opini¨®n, distintos factores. Por un lado, la satisfacci¨®n que muchos encuentran al atentar contra lo establecido, y para quienes Einstein, uno de los valores m¨¢s universalmente reconocidos de la cultura contempor¨¢nea, resulta objetivo apetecible. Descubrir inconsistencias en ¨¦l es no s¨®lo atractivo, sino que tambi¨¦n es presumible que revierta en ventajas de distinta ¨ªndole para el descubridor. El que se haya dado tanta difusi¨®n a argumentaciones tan d¨¦bilmente sustentadas es perfectamente consistente con el auge que en la actualidad est¨¢n adquiriendo en el dominio p¨²blico el esc¨¢ndalo y la acusaci¨®n no probada.
Otro elemento que hay que tener en cuenta en este caso es el de su valor simb¨®lico para ilustrar la marginaci¨®n de la mujer. Resulta, cuando menos, parad¨®jico que se utilicen estas cartas de Einstein para tal prop¨®sito, cuando es en ellas en uno de los lugares en donde m¨¢s humano, m¨¢s dispuesto a compartir, se nos aparece el genial f¨ªsico. Aunque es sabido que Einstein sinti¨® con gran intens¨ªdad muchas de las injusticias que afligieron durante su tiempo a los seres humanos, fueron los suyos sentimientos basados m¨¢s en el reconocimiento y en la contemplaci¨®n intelectuales que en el contacto con esos mismos seres. As¨ª, lo que sabemos de las relaciones que mantuvo con sus dos esposas, e incluso con sus hijos, le muestran como una persona que sacrificaba su vida familiar por la ciencia. Que muchos nos alegremos de que as¨ª lo hiciera, y que hoy podamos gozar con la lectura de sus trabajos cient¨ªficos, no significa que, para algunos, su estatura moral no se vea disminuida al nivel de la pr¨¢ctica, ya que no de la teor¨ªa.
Al estudiar la vida, contribuciones e influencia ejercida por Einstein, uno se encuentra con que les caracteriza una permanente actualidad. Aunque genial, fue, en general, hijo de su tiempo, consistente con ¨¦l, con sus grandezas, al igual que, en m¨¢s de una ocasi¨®n, con sus miserias. Sorprendentemente, su muerte no signific¨® el final de semejante actualidad; a trav¨¦s de su imagen y de la lectura de sus ideas (utilizada aqu¨¦lla y ¨¦stas para fines tan variados como contradictorios) ha seguido presente entre nosotros, m¨¢s vivo que muchos vivos. El tratamiento que algunas personas han realizado de sus inocentes cartas de juventud no es sino una muestra m¨¢s de que su sombra es, efectivamente, alargada.
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