Peque?os inquisidores
Puede que en algunas cosas sea bueno parecerse al t¨ªo Sam pero lo lamentable es que aqu¨ª tengamos tambi¨¦n, como all¨ª, nuestros peque?os inquisidores. Los problemas que ha tenido una exposici¨®n del dibujante Nazario en C¨®rdoba no permiten pensar que en Espa?a haya una nefasta mayor¨ªa moral pero s¨ª, y eso es todav¨ªa peor, que alguna autoridad no quiere disgustos -y menos preclectorales- en temas de moral, aunque esa m¨ªsera moral ni tan siquiera sea la Suya.Todos hemos disfrutado del orgullo casero de poder ver sin problemas una pel¨ªcula de Pedro Almod¨®var que en los Estados Unidos ha sido clasificada X y castigada, de hecho, con una distribuci¨®n restringida. Las tribulaciones de Almod¨®var nos parec¨ªan denunciables pero ex¨®ticas; eso aqu¨ª no pasaba. Nos podemos jugar algo, adem¨¢s, que nadie -salvo, quiz¨¢, alg¨²n p¨¢rroco rural- mover¨ªa un dedo para prohibir una exposici¨®n de Mapplethorpe. Los contenciosos americanos con sus fotos han terminado de situarlo en el lugar sagrado de lo culto. Los europeos nunca har¨ªamos el paleto, como alguno de sus convecinos norteamericanos, con una obra que ya est¨¢ en los cat¨¢logos de la historia de la fotograf¨ªa y, en cierto sentido, momificada por esa cultura. Pero, Nazario lleg¨® a C¨®rdoba a pelo, sin chantajes culturalistas y, encima, con un trabajo de comic, un g¨¦nero narrativo y plet¨®rico que no se pide en las bibliotecas ni se cuelga en los museos.
Siempre queda la consolaci¨®n de pensar que lo de C¨®rdoba ha sido una an¨¦cdota, una patinada de las autoridades auton¨®micas andaluzas, que, encima, no se atreven a prohibir descaradamente sino que recurren a la marginaci¨®n (s¨®lo remediado, por el propio Ayuntamiento de la ciudad). Alquien dir¨¢ que algunos artistas ya est¨¢n c¨®modos y satisfechos con esta marginaci¨®n, que juegan a ser marginales, que venden eso, ser alternativos. Quiz¨¢ alguien comercie con esta pose pero la mayor¨ªa de creeadores pensamos que los circuitos culturas, los endomingados y los cures, deben ser para todos y s¨®lo la clientela, que debe acceder libremente a todo, es quien debe escoger desde esa libertad, desde esa posibilidad de ver y disfrutar una obra sin preavisos de la autoridad. Porque el cambio de recinto de tina exposici5n no es banal.
Si La maja desnuda, en lugar de ser una obra de corte colgada en los palacios hubiera sido la distracci¨®n de un magn¨ªfico pintor rural quiz¨¢ todav¨ªa ahora el Museo del Prado se estar¨ªa pensando si lo colgaba en sus respetables paredes. Cuando las autoridades culturales niegan el albergue prefijado para una exposici¨®n faltan al respeto de los pactos y faltan el respeto a la obra, aunque ¨¦sta les parezca "agresiva".
La dignidad (le la obra de Nazario, en s¨ª misma, no la pone en entredicho la Delegaci¨®n de Cultura de la Junta de Andaluc¨ªa pero su actitud puede dar a entender a algunos que el trabajo de Nazario no es lo suficientemente respetable para que disfrute del cobijo de una autoridad cultural.
Lo que ha sucedido en C¨®rdoba debe servir para no bajar la guardia ante el ejercicio de la libertad de expresi¨®n. La democracia clausur¨® la censura franquista y es obvio que Espa?a respira otros aires, pero no se ha conjurado el peligro de las cacicadas culturales. Es l¨ªcito que cada cual tenga su moral pero no el tratar de imponerla a los dem¨¢s o reprimir cautelarmente una manifestaci¨®n art¨ªstica por miedo a esa moral ajena, cuyos militantes, ante tales victorias, se crecen y pueden tener la tentaci¨®n de ir a mayores. Es cre¨ªble que alguien pueda escandalizarse pero es intolerable que la autoridad quiera proteger al resto de ciudadanos de ese supuesto esc¨¢ndalo. Este paternalismo podr¨ªa llegar a justificar unas acciones que no tienen otro nombre que el de la censura.
Firman este art¨ªculo, adem¨¢s de
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