Por una Navarra civil y civilizada
El autor del texto, cofirmante con otros 73 "ciudadanos libres" de la comunidad de Navarra, denuncia las contradicciones de oponerse a las grandes obras p¨²blicas, democr¨¢ticamente aceptadas y asumidas, en nombre de una hipot¨¦tica representatividad popular para, una vez m¨¢s, mostrar las cartas marcadas de la agresividad, la intolerancia y el desprecio absoluto a las decisiones mayoritarias e instituciones democr¨¢ticas, a?adiendo a ello la evidente pobreza te¨®rica y l¨®gica primitiva.
En los ¨²ltimos tiempos hay quienes de modo sistem¨¢tico han resuelto oponerse a cuantos proyectos de obras p¨²blicas de envergadura surgen en nuestra Comunidad. Su buena fe ser¨ªa indudable y su prop¨®sito leg¨ªtimo si no fuera porque sus proclamas y sus m¨¦todos han acabado -lo quieran o no- por traicionarles. Pues estos grupos minoritarios, pero que se arrogan fant¨¢sticos respaldos populares, hacen de la incitaci¨®n cotidiana a la actuaci¨®n violenta y a la obstrucci¨®n coactiva su principal raz¨®n de existencia. Y as¨ª han brotado diversas coordinadoras cuyo parad¨®jico fin no parece otro que la subordinaci¨®n de la voluntad com¨²n a la suya.Los firmantes, como ciudadanos libres para manifestar su opini¨®n e identificados en el. deseo de contribuir a la paz social y al desarrollo civilizado de Navarra por la tolerancia y el entendimiento, declaramos:
1. Nuestro rechazo sin paliativos del c¨²mulo de sinrazones pol¨ªticas en que tales grupos incurren. Denunciamos la inmensa contradicci¨®n de quienes consideran factible organizar la, convivencia civil a partir de un supuesto derecho de los individuos a servirse de la fuerza a su antojo. Porque no es s¨®lo este o aquel Gobierno el amenazado por esa violencia; es la sociedad misma la que queda entonces puesta en cuesti¨®n desde su ra¨ªz. Denunciamos asimismo la incoherencia de los que arremeten frontalmente contra el orden institucional cada vez que contrar¨ªa algunas de sus expectativas, pero sin mostrarse dispuestos a prescindir de ninguna de las indudables ventajas que ese mismo orden les procura. Afirmamos que una actuaci¨®n desproporcionada de la fuerza p¨²blica, que reprobamos como el que m¨¢s, podr¨¢ irritar justamente los ¨¢nimos de los golpeados, pero no les otorga ni un ¨¢pice de raz¨®n si antes no la ten¨ªan. Nos repugna que una parte, que s¨®lo ha llegado a ser lo que es gracias a su inserci¨®n administrativa en el conjunto, se asigne privilegios a expensas de los derechos del todo. Denunciamos, en fin, a quienes persisten en comportamientos tribales y a¨²n no han aprendido a ser ciudadanos.
2. Nuestra indignaci¨®n ante la arrogante actitud de menosprecio hacia las instituciones soberanas -por representativas- de la Comunidad que aquellos Intolerantes exhiben. No predicamos la sumisi¨®n incondicional a estas instituciones, como si fueran sagrados objetos de culto. Si las defendemos es desde la convicci¨®n de que constituyen el medio (ciertamente perfectible) dispuesto por las gentes para armonizar sus intereses y orientar las decisiones que requieren el acuerdo de todos. Sin renunciar, por tanto, al derecho que nos asiste a la discrepancia, proclamamos la necesidad de mantener las reglas que hacen posible la vida civil y acatar las disposiciones p¨²blicas mientras ¨¦stas cumplan las garant¨ªas de procedimiento establecidas.
Raz¨®n y fuerza
3. Nuestra condena de tanta aberraci¨®n moral como suele encerrarse en las agresivas reivindicaciones que contemplamos. Ante todo por disfrazar su inter¨¦s particular de bien general, cuando este ¨²ltimo ha sido ya definido gracias al debate y la aprobaci¨®n de la mayor¨ªa. Pero condenamos tambi¨¦n la insidia cada vez m¨¢s arraigada de que lo que no se sabe lograr mediante la raz¨®n se puede arrancar por la fuerza. Condenamos la hipocres¨ªa de convocar al di¨¢logo, al tiempo que se amenaza la integridad f¨ªsica de los interlocutores que no lo entiendan como pura claudicaci¨®n a sus demandas. Repudiamos la sospecha como actitud generalizada ante toda autoridad. Repudiamos esa m¨ªstica del compromiso pol¨ªtico que, asentado en la improbable revelaci¨®n de una verdad absoluta, conduce a considerar al adversario como enemigo irreconciliable. Rechazamos por insolidario todo desmedido narcisismo colectivo, igual nos da que sea del Estado, regi¨®n, valle o caser¨ªo. Nos negamos a que el agresor pretenda pasar por v¨ªctima, y el enga?ador, por enga?ado. Y solicitamos de los justicieros que enderecen sus afanes hacia causas m¨¢s dignas.
4. Nuestro desacuerdo radical con la pobreza te¨®rica y la l¨®gica primitiva de que estos oponentes hacen gala. Ya va siendo hora de que, junto a sus creencias, expresen algunas ideas razonables. Es el momento de arrumbar mitos tales como el de la abominable maldad del Estado y la bondad inmaculada del pueblo. No vale identificar la ley con la opresi¨®n, toda desobediencia civil con un encomiable esfuerzo de liberaci¨®n ni toda resistencia al poder con la virtud suprema. Es sencillamente rid¨ªculo dar por sentado que cualquier rechazo de lo establecido sea, por s¨ª solo, sin¨®nimo de progresismo y talante cr¨ªtico. Es preocupante en estos partidarios de lo concreto su tendencia a fabricar abstracciones a las que los individuos deban someterse. Resulta dudoso, por ejemplo, que un ecologismo consecuente postule unos hipot¨¦ticos derechos naturales de la tierra con olvido de los derechos civiles de sus moradores; del mismo modo que conviene dudar de unos defensores del menor g¨¦nero de vida cada vez que esgrimen la amenaza de muerte para los humanos como su mejor argumento. Es una confusi¨®n, en suma, tomar como s¨ªntoma de vitalidad c¨ªvica y cultural de nuestro pa¨ªs lo que bien podr¨ªa ser simplemente una muestra penosa de su rusticidad.
5. Nuestra alarma creciente ante los efectos que en la mentalidad de los ciudadanos, y sobre todo de los m¨¢s j¨®venes, ejerce todo este difuso clima pol¨ªtico y moral que aqu¨ª denunciamos. Y, antes que nada, el nacido de la violencia. Pues si por un lado fomenta h¨¢bitos de resignaci¨®n y de recelo hacia la participaci¨®n pol¨ªtica, por otro instaura valores e invita a pautas de conducta incompatibles con los principios que han de regir una sociedad que merezca el nombre de humana. A una comunidad escindida entre muchos amedrentados y unos pocos enfurecidos no le cabe esperar un futuro prometedor.
6. En consecuencia, nuestro apoyo decisivo a estos proyectos p¨²blicos aprobados en Navarra, y en particular a la autov¨ªa que habr¨¢ de comunicar Navarra con Guip¨²zcoa. Respaldamos la iniciativa de las instituciones de ambos territorios, la soluci¨®n adoptada, el procedimiento seguido y el indiscutible beneficio econ¨®mico, social y cultura? que derivar¨¢ para toda Navarra de su definitiva construcci¨®n. Animamos a las Instituciones a cumplir los objetivos establecidos y manifestamos nuestra solidaridad con las empresas, los t¨¦cnicos y los trabajadores que padecen la injustificable presi¨®n de la minor¨ªa.
7. Nuestra llamada a la reflexi¨®n privada y p¨²blica de todos. Instamos especialmente a los violentos a recapacitar sobre las inciviles consecuencias de sus premisas te¨®ricas y pr¨¢cticas. Que mediten tambi¨¦n en qu¨¦ grado, aun de manera involuntaria y por desarmados que est¨¦n, alientan con sus actos la anunciada intervenci¨®n sangrienta de los armados. Y exigimos de ETA, causante ya de tantos horrores en otros casos y responsable ¨²ltimo de los que pudieran cometerse en ¨¦ste, que escuche por fin lo que esta tierra hace tiempo que le reclama: que desaparezca.
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