Paco, ?cu¨¢ndo te vas a cortar la coleta?
Comentaba yo con un amigo periodista el otro d¨ªa que me deber¨ªa encargar en la imprenta unas nuevas tarjetas de visita para ofrecer a las nuevas amistades o compromisos, donde, a parte de mi nombre y direcci¨®n a?adiese ,,especialista en curas, bandidos y toreros". Porque es verdad que, aunque en el cine, teatro, y televisi¨®n he interpretado una larga y variada colecci¨®n de personajes, han sido estas tres "especialidades" las que con m¨¢s frecuencia he repetido. Y realmente de bandido tengo esa m¨ªnima parte que todos llevamos en el fondo; de cura, la verdad, nada en absoluto. Pero de torero..., de torero algo tengo, creo yo. O ten¨ªa... Porque, ver¨¢n. Recuerdo que en mi pueblo y cuando andaba yo todav¨ªa por los 30 a?os, me dec¨ªa un paisano: "Paco, ?cu¨¢ndo te vas a cortar la coleta?". "Pero hombre", le respond¨ªa muy enfadado, "yo no soy un torero ni un deportista. Los actores podemos seguir trabajando toda la vida. F¨ªjate el ejemplo en Espa?a de don Pepe Isbert, o en Francia de Charles Vanel, que a los 90 a?os hizo un protagonista". Luego, quiz¨¢ por mi aspecto, sobre todo de mis a?os mozos, un tanto agitanado y mediterr¨¢neo, los directores siempre me han ofrecido este tipo de personajes, que unido a mi amistad y admiraci¨®n por muchos toreros, aceptaba encantado de la vida.Ya con los hermanos Domingu¨ªn tuvimos una productora de cine, Uninfi, e hicimos buenas pel¨ªculas, entre ellas Viridiana, de Luis Bufluel. Y tuve -sigo teniendo- una entra?able amistad con Julio Aparicio, Miguel B¨¢ez El Litri, Ortega Cano, Manolo Bl¨¢zquez, Palomo Linares, Pep¨ªn Jim¨¦nez, Cascales, And¨²jar (y adem¨¢s paisanos), Curro Romero, Camino, ?ngel Teruel, El Pireo, Ord¨®?ez... Gregorio S¨¢nchez.
Durante mucho tiempo me confund¨ªan con Gregorio S¨¢nchez; en ese tiempo indefinido en que habiendo hecho cuatro o cinco pel¨ªculas y tu rostro, a¨²n no muy conocido, se confund¨ªa con otra gente popular, como futbolistas, vocalistas o toreros. Muchas veces me saludaban: "Hasta luego, maestro", "?C¨®mo est¨¢s, Gregorio?", y yo, orgulloso como un pavo, procurando no dejar mal al torero admirado, contestaba al saludo ech¨¢ndole toda la torer¨ªa del mundo y hasta firmaba aut¨®grafos, rematando una revolera con la firma. Otro d¨ªa, viniendo de M¨¦rida, donde en su teatro romano acababa de representar Edipo rey adaptado por mi respetado amigo Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n, paramos a comer con Tamayo en un pueblo de Toledo. Nos sirvi¨® un camarero diligente que, al despedirnos, me dec¨ªa: "Hasta siempre, maestro. Que lleva usted una temporada que no se puede aguantar. Horrible de buena". "Normal", le contestaba yo con una falsilla modestia, pues ven¨ªa muy ufano de mi ¨¦xito teatral. Y el camarero: "Qu¨¦ normal ni qu¨¦ normal. Otros, protestas, saludos desde el tercio. Y usted, cada d¨ªa, orejas y rabo, rabo y orejas, salida por la puerta grande". Otra vez me hab¨ªan confundido con Gregorio S¨¢nchez.
Bueno, pues a pesar de mi amistad con los toreros y de mis experiencias en Los clarines del miedo, A las cinco de la tarde, Currito de la Cruz, Juan Belmonte, Sangre en el ruedo y, sobre todo, la reciente serie Juncal, tengo que confesaros que no entiendo nada de toros. Claro que ya lo dec¨ªa el Papa Negro: "De toros no saben m¨¢s que las vacas". Quiero decir que no domino ese rom¨¢ntico arte del toreo, ni la larga po¨¦tica de su lenguaje, ni los nombres de las suertes, ni los apelativos de los toros seg¨²n su edad, su color, su forma. Puedo confundir un burriciego de un mog¨®n del izquierdo, un utrero de un negro bragao. Sin embargo, parece que s¨ª he sentido y captado una envidia sana en los toreros por su honda calidad humana, ese sentido elegante de la educaci¨®n y el respeto, la noble tarea de jugarse la vida, su generosidad y su coraje.
Por eso estoy un poco disgustado con Jaime de Armi?¨¢n, amigo y creador de Juncal. Porque ¨¦l, que s¨ª sabe de este mundo de los toros, me cre¨® un personaje de una pieza como Juncal, y cuando ya me hab¨ªa cre¨ªdo que algo grande y serio hab¨ªa crec¨ªdo en mi coraz¨®n de torero, va y me lo hace romper por Matajacas, un toro negro en la Real Maestranza de Sevilla. Y adem¨¢s, obliga al buen doctor Vila de esa plaza a que fingiese que no pod¨ªa salvar la vida de Juncal, con gran disgusto, por cierto, de la afici¨®n de Sevilla, que tanto cree en su doctor Vila. Y lo que m¨¢s siento es que cuando vuelva a ?guilas, mi pueblo, ya no voy a poder replicar a mi paisano cuando me diga "Paco, ?cu¨¢ndo te vas a cortar la coleta?". Porque me la han cortado. La coleta.
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