Manu Leguineche
El viajero que prefiere los chatos
Manuel Leguineche, a sus 48 a?os ha dado m¨¢s de 10 veces la vuelta al mundo (una de ellas en un d¨ªa m¨¢s que los 80 de Julio Verne y utilizando, como ¨¦l, transportes terrestres), pero ha encontrado en la calle de Vallehermoso, en la frontera del barrio de Chamber¨ª y Moncloa, su milla dorada. Y es que el periodista prefiere en sus ratos libres hablar del tiempo y de f¨²tbol que de los jemeres rojos o los cambios del Este.
En sus 30 a?os de carrera profesional ha escrito sobre un centenar de acontecimientos mundiales, guerras, conferencias en la cumbre, viajes del Papa y ha entrevistado a 15 personalidades de la pol¨ªtica internacional, desde Per¨®n a Indira Gandhi. Cuando regresa de sus viajes, que por lo general duran varios meses, prefiere que le reciba Yuli, el perro de Enrique, del bar Morales, antes que someterse a las preguntas de una legi¨®n de entrevistadores.
El hombre que conoci¨® a Imelda Marcos-, cubri¨® las guerras de Argelia, la guerra de Vietnam, el conflicto de las Malvinas, los enfrentamientos entre la India y Pakist¨¢n en 1965 y 1971, adem¨¢s de varias crisis de pa¨ªses centroamericanos, y es autor de m¨¢s de una decena de libros, se siente en su salsa jugando al mus, "siempre y cuando gane", seg¨²n sus contrincantes.
Sus compa?eros de partida, los tres Enriques -el del taller, el del bar y el librero- y el Bello Otero, destacan la dificultad que tiene el periodista para encajar las derrotas de los naipes, aunque ¨¦l minimice sus reacciones. El mus es para la gente del barrio "una unidad de destino en lo universal", s¨®lo quebrantada por las discusiones entre los adeptos del club de Mendoza y los del club de Gil.
Manuel Leguineche, a quien todos conocen como Manu, experto en c¨®mo salvar el pellejo en situaciones de conflicto, no entra en ninguno de los dos bandos futboleros que permanecen enconados durante toda la temporada. "Y es que", se disculpa, "cada uno tiene su dignidad, sobre todo los que pierden".
Cat¨¢strofes y guerras
Este peculiar viajero de Guernica que desde hace 30 a?os se ha desplazado a cuantas cat¨¢strofes natu rales, guerras y dem¨¢s conflictos le ha puesto la historia por delante, se siente a gusto en su barrio, y es que a su calle, dice el aventurero, s¨®lo le falta nacionalidad para tenerlo todo. Hasta a los delincuentes los conocen desde ni?os y tambi¨¦n a los vagabundos abonados en la plantilla de los descampados del barrio, aunque con ellos no cruzan nunca palabras cuando les ven dirigirse con su hatillo hacia el solar.
"Manu no nos cuenta nada de sus viajes, a no ser que le preguntemos algo, y aqu¨ª no le vamos a hablar de su trabajo, como los dem¨¢s tampoco hablamos del nuestro", explica Enrique, el del bar; "ya sabemos que es una persona importante, pero aqu¨ª es uno m¨¢s".
En las tres horas largas en las que Manu conversa con sus amigos tan s¨®lo en una ocasi¨®n se cita un tema profesional y es a causa de la noticia que trae Enrique, el de la librer¨ªa, quien le anuncia que ha vendido todos los ejemplares de su ¨²lti mo libro. ?Cu¨¢ntos son esos?", pregunta Leguineche. "Seis, Manu pero todos a desconocidos, puedes estar contento". Y Leguineche le contesta: "El porcentaje que me corresponda vamos a fundirlo en vinos". Vender seis libros en su peque?a librer¨ªa ya es todo un m¨¦rito porque, como dice el librero, "la gente ya s¨®lo lee lo que se anuncia en la televisi¨®n".
A las esquinas de Vallehermoso, como a todo los barrios del mundo que conoce Leguineche, ha llegado el progreso en f¨®rma de pizzer¨ªas que han mordido el casticismo de los locales antiguos arrasando con sus cartas en italiano. ?se ha sido el destino de una antigua tienda de comestibles y de otras tantas convertidas en lugares que "te lanzan una pizza con una llamada de tel¨¦fono y si el material te llega fr¨ªo te devuelven el dinero".
Sin embargo, permanecen las tascas y bares t¨ªpicos, donde todos los d¨ªas acuden sus asiduos con una regularidad casi religiosa. "Yo no s¨¦ qu¨¦ pasa, pero llevo a?os viniendo a este bar y nunca he entrado en el de enfrente", explica Manu, que advierte la negra superstici¨®n que lleva a cada uno a permanecer en su lugar y evitar los locales desconocidos.
"A Bello Otero le ha tocado un Calimero y un Rockefeller de- peluche en la feria. ?Te lo ha contado? ya", se dicen entre ellos. Un poco m¨¢s tarde llega el pescadero y cuenta la ¨²ltima del delincuente que todos conocen, antes de recorrer con nostalgia los a?os y recordar los pedidos de pescado "por kilos" de las familias numerosas del barrio, ahora reducidas a jubilados que compran "un gallo a la semana".
El barrio de Chamber¨ª tampoco ha sido ajeno al cambio sociol¨®gico que ha producido la especulaci¨®n inmobiliaria. Le¨®nidas Alc¨®n, un jubilado que frecuenta los mismos bares de chatos que Manu, lo explica: compr¨® su piso en 1957, cuando en el barrio viv¨ªa el apoderado de El Cordob¨¦s, El Pipo, y futbolistas como Adelardo, Amador, Polo y Jorge Mendoza. Su casa le cost¨® entonces 36.000 pesetas que acab¨® de pagar en 1982, cuando el banco le envi¨® una circular en la que le "perdonaba" las pesetas que le quedaban. Ahora su vecino ha pagado 40 millones por una vivienda m¨¢s peque?a que la suya. Sin embargo, los de siempre siguen por el barrio, "menos los que van muriendo", dice Le¨®nidas.
En el barrio tambi¨¦n est¨¢ uno de los primeros top less, ahora reconvertido, y que por el destape de las trabajadoras era conocido como Las Constipadas.
Llega la democracia
La llegada de la democracia tambi¨¦n ha cambiado los h¨¢bitos de otro de los bares, "el 79", donde Manu explica que hace unos a?os en la barra se colocaban "los de derechas del barrio frente al marisco", y los de izquierdas ten¨ªan que sufrir el calor al lado de la plancha. "Ahora ya estamos m¨¢s mezclados", explica otro -de los contertulios de Manu.
Pasear con Manuel Leguineche por la calle o incluso cruzar paralelo de Cea Berm¨²dez, "que alg¨²n vecino se ha ofendido cuando le propon¨ªa ir al otro lado", es un oscilar de saludos para Manu o don Manuel. "Algunos me llaman don Manuel porque me ven acompa?ado, pero aqu¨ª nadie me trata diferente ni me hacen Dreguntas sobre las evoluciones de los cambios en el Este o cosas por el estilo, y eso es un relajo. F¨ªjate que para desengrasar estoy escribiendo sobre elefantes de Uganda".
En el restaurante Mundi, el camarero Eliseo saluda a don Manuel y se pone a comentar con ¨¦l el ¨²ltimo libro de Umberto Eco. "Est¨¢ bien, pero a m¨ª me gust¨® m¨¢s El nombre de la rosa", opina el camarero, que ha llegado m¨¢s lejos con El p¨¦ndulo de Foucault que muchos intelectuales.Aparte de las excepciones, las conversaciones que se mantienen a?o tras a?o son las mismas. A veces est¨¢n ali?adas con sucesos locales, como el del vagabundo que apareci¨® muerto por Navidad y las leyendas sobre el antiguo cementerio, cuyos terrenos est¨¢n sepultados bajo.el estadio Vallehermoso, y sobre las dos marmoler¨ªas que surgieron al abrigo del negocio de los nichos.
Y Manuel, el periodista que sale por la tele, se siente cobijado en este ambiente casi de pueblo metido en pleno Madrid, donde vive hace 25 a?os. Asegura que no podr¨ªa cambiarse de casa, a pesar de que en sus habitaciones no le caben los papeles, arte el temor de perder el ambiente de hogar que disfruta en la calle.
"Estar aqu¨ª es una terap¨¦utica a tope, con barrios as¨ª no hace falta ir al psiquiatra", dice Leguineche, que se est¨¢ aguantando las ganas de irse a Monrovia, a la frontera saud¨ª con Kuwait o donde estalle el pr¨®ximo conflicto.
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