La hora de la verdad
Para la mayor¨ªa de los norteamericanos, la vida sigue igual pese al conflicto
El cineasta David Lynch acaba de estrenar su ¨²ltima pel¨ªcula, Wild at heart: los equipos de rugby americano est¨¢n calentando motores y la Liga de b¨¦isbol est¨¢ en su mejor momento; los teatros al aire libre de Virginia se llenan cada noche, y las playas de California est¨¢n llenas a rebosar. Mientras, centenares de soldados entonan las canciones del adi¨®s y la tensi¨®n en el golfo P¨¦rsico aumenta segundo a segundo. Pese al peligro de un conflicto b¨¦lico, para muchos norteamericanos la vida sigue igual, pero para otros todo ha cambiado porque ha llegado la hora de la verdad.
Los familiares de los soldados estadounidenses desplazados a Arabia Saud¨ª o de los 3.000 norteamericanos retenidos en Irak y Kuwait han experimentado un cambio brusco en sus vidas. El adi¨®s fue lacrimoso y desde hace 17 d¨ªas las puertas de sus casas lucen las tradicionales cintas amarillas que simbolizan el recuerdo del ausente y la esperanza de un pr¨®ximo regreso.Donnita Cole vive en Odessa (Tejas) y desde hace m¨¢s de dos semanas no sabe nada de su esposo John. Seg¨²n su relato, la invasi¨®n iraqu¨ª le sorprendi¨® trabajando en Kuwait, donde intentaba ganar el dinero suficiente "para comprar un bote de pesca una nueva casa y conseguir un buen retiro".
Estos d¨ªas, para las familias que se encuentran en la misma situaci¨®n que los Cole, el tel¨¦fono se ha convertido en una obsesi¨®n. Cada llamada es un sobresalto, como el que sufri¨® Charlene, la esposa del sargento John Campisi, la noche del pasado d¨ªa 12, cuando un oficial del Pent¨¢gono llam¨® a su hogar para darle una mala noticia. Su esposo, aplastado por un cami¨®n en Arabia Saud¨ª, se hab¨ªa convertido en la primera baja militar estadounidense del conflicto.
El sargento Campisi fue enterrado el pasado s¨¢bado en West Covina (California) con todos los honores y su ata¨²d fue cubierto con una bandera con barras y estrellas. Durante el funeral, un oficial explic¨® a su viuda y a sus cuatro hijos que la muerte del sargento Campisi represent¨® "un sacrificio por la paz".
Muchos comerciantes tambi¨¦n tendr¨¢n que sacrificarse estos d¨ªas. Norfolk, Chesapeake, Jacksonville, Fayetteville y otras poblaciones de Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia, donde se hallaban acuarteladas la mayor parte de las unidades militares trasladadas al golfo P¨¦rsico, se han quedado vac¨ªas.
"No estamos en crisis, estamos acostumbrados a que los soldados se vayan de vez en cuando, pero reconozco que algunos locales sentir¨¢n el traslado de las tropas", explica a este diario el presidente de la C¨¢mara de Comercio de Fayetteville (Carolina del Norte), John Swope. Fayetteville tiene 82.000 habitantes y est¨¢ situada junto a Fort Bragg, una de las mayores bases militares del mundo.
"El tr¨¢fico mejora"
Los habitantes de esta zona han vivido otras situaciones similares -Vietnam, Granada y Panam¨¢-, pero Jason Brady, un funcionario municipal, explica que "cuando los soldados se van el tr¨¢fico mejora, pero cuando no est¨¢n nos damos cuenta de lo importante que es su presencia para la vida de esta zona".
La campa?a de Arabia empobrecer¨¢ a muchos comerciantes en las Carolinas y en otros Estados, como Kentucky y Tennessee, pero la movilizaci¨®n ha servido para que, en cambio, unos pocos trabajen a destajo. Los bancos, por ejemplo, han tenido que cambiar la titularidad de las cuentas, actualizar las deudas de sus clientes-soldados y los abogados han tramitado miles de testamentos.
Las armer¨ªas tambi¨¦n han hecho su agosto porque han vendido gran cantidad de material y centenares de rev¨®lveres y pistolas. Muchos soldados, a pesar de que existen regulaciones militares que impiden el uso de armas personales, se van a Arabia provistos de sus propias herramientas.
Son muy pocos los norteamericanos que se han quedado de este traslado masivo de tropas a Arabia Saud¨ª, que le costar¨¢ al contribuyente 1.200 millones de d¨®lares s¨®lo hasta el 30 de septiembre. Algunas manifestaciones en Nueva York y San Francisco han reclamado ayuda econ¨®mica para Irak y no amenazas militares.
El eco de las protestas se ha apagado con el aplastante resultado de algunas encuestas. En una consulta llevada a cabo el pasado mi¨¦rcoles por The New York Times y la CB S, el 77% de la poblaci¨®n norteamericana apoya la decisi¨®n del presidente Bush de enviar tropas a Arabia Saud¨ª, el 18% est¨¢ en contra y el 5% no contesta.
El primer s¨ªntoma de la crisis, y la primera alteraci¨®n que sufrieron los estadounidenses, fue la subida de la gasolina, pero los precios se congelaron de forma inmediata y las aguas volvieron a su cauce. Poco despu¨¦s las fuerzas expedicionarias iniciaron su largo camino hacia Arabia y el presidente George Bush decidi¨® iniciar sus vacaciones en Kennebunkport (Maine), desde donde compagina sus llamadas al Pent¨¢gono con el golf y la pesca.
Los acontecimientos le han obligado a regresar dos veces a Washington, pero el mensaje lanzado por el jefe del Ejecutivo ha sido y sigue siendo claro: "No quiero convertirme en un reh¨¦n de esta situaci¨®n y hay que dar a los americanos la confianza de que la vida sigue".
Para la gran mayor¨ªa, la vida sigue inalterable y, de hecho, todo seguir¨ªa Igual si no fuera por la televisi¨®n y por la radio. Como ya ocurri¨® durante el conflicto de Vietnam y, mucho m¨¢s recientemente, en Panam¨¢, la televisi¨®n no cesa de ofrecer im¨¢genes de soldados embarcando y del presidente explicando lo ¨²ltimo sobre el conflicto.
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