Coto de playa en Menorca
Tras deambular m¨¢s de una hora en coche -por caminos pedregosos e impracticables una veintena de arriesgados turistas se preguntan confusos por el acceso a cala Pregonda, uno de los rincones m¨¢s abruptos del litoral menorqu¨ªn. Al final de la estrecha senda, una r¨²stica valla detiene la caravana de veh¨ªculos. "Este camino no conduce a ninguna playa", reza un rudimentario letrero de madera. "Es mentira", comenta uno de los excursionistas, "pero, a partir de aqu¨ª, habr¨¢ que caminar hasta cala Pregonda". Los turistas desisten, agotados por el calor y por los intrincados laberintos de pinadas, riscos y campos que preceden a la mayor parte de las 70 calas de la isla de Menorca. Cercados, tancas, pastos para los miles de vacas menorquinas, avisos confusos, falta de se?alizaci¨®n adecuada y advertencias de cotos de caza convierten el peregrinaje hasta las playas en un sufrido calvario o en una larga excursi¨®n que requiere de paciencia y un perfecto mapa. Los apenas 60.000 menorqu¨ªnes nunca se han mostrado partidarios de dar facilidades al turismo masivo y este empecinamiento en preservar una isla, que ha vivido de la industria de los zapatos, la bisuter¨ªa y la agricultura, ha convertido al territorio m¨¢s orieptal de Espa?a en un lugar todav¨ªa apacible y tranquilo, saludable y resguardado de las invasiones tur¨ªsticas.
Conciencia de isla
Quiz¨¢s los cercanos ejemplos de Mallorca. e Ibiza, donde lo ¨²nico que parece importar es el precio del metro cuadrado urbanizable, tal vez la influencia de un siglo de dominaci¨®n brit¨¢nica e ilustrada en el XVIII o, a lo mejor, la hist¨®rica preferencia de los menorquines por las industrias de calzado o de bisuter¨ªa, por la ganader¨ªa y la elaboraci¨®n de productos l¨¢cteos, han contribuido a alejar de la isla las tentaciones tur¨ªsticas. "No cuenten lo que se disfruta en Menorca. Ser¨¢ peor y acudir¨¢ m¨¢s gente", observan algunos menorquines en un resumen de la filosofia que ha inspirado a los habitantes de esta isla de 700 k¨ªl¨®metros cuadrados.Como en las seducciones m¨¢s deseadas Menorca juega con, el viajero, se deja querer, se esconde entre sus calas y sus vientos. Pero vuelve. a aparecer, una y otra vez, majestuosa y pl¨¢cida. Subrayan los expertos que a una isla se ha de llegar en barco y nunca en avi¨®n para tomar con.ciencia de insularidad. Y la aseveraci¨®n adquiere todo su valoren Menorca. El acceso en barco a Mah¨®n, uno de los,mejores puertos naturales del Mediterr¨¢neo, permite repasar adem¨¢s la historia de Menorca. En las instalaciones militares de la r¨ªa, en la elegante mansi¨®n que disfrutara el almirante Nelson, en los anuncios de la ginebra aut¨®ctona, en las voces de un catal¨¢n puro y dialectal de los pescadores se hallan muchas de las claves de la isla.
Ciudad fortificada y comercial, Mah¨®n fue elegida por los brit¨¢nicos como capital por las ventajas militares que ofrec¨ªa su abrigado puerto. De este modo, los gobernadores de su Majestad apostaron en el siglo XVIII por el progreso y despreciaron a la nobleza de Ciudadela, situada en el otro extremo de la isla, y testigo de las glorias de la- Corona de Arag¨®n, de los fastos de los obispos, de los se?oriales palacios. La corta distancia de 50 kil¨®metros que separa a las dos ciudades se convierte en un abismo cuando se repasa la historia o, incluso, cuando se analiza el presente. La rivalidad entre la capital administrativa y la cultural est¨¢ definida en una an¨¦cdota que relata el novelista Guillem Frontera en su Gu¨ªa secreta de las Baleares.
Hace unos a?os, el barco que cubr¨ªa la l¨ªnea entre Alcudia, en el norte de Mallorca, y Ciudadela fue desviado por una tormenta y hubo de recalar en el puerto de Mah¨®n. Ni cortos ni perezosos los responsables portuarios enviaron un telegrama a sus colegas de Ciudadela con este texto: "Hemos recibido barco por mar, lo devolvemos en tren". Huelga decir que Menorca no dispone de v¨ªa f¨¦rrea.
Con el paso del tiempo y al comp¨¢s de los atractivos tur¨ªsticos, Mah¨®n y Ciudadela han llegado a compenetrarse como las dos facetas de un mismo encanto. Mientras la primera ofrece su atractivo comercial e industrial, la segunda brinda la marcha nocturna en un puerto atiborrado de envidiables yates y embarcaciones de recreo o en los paseos por una de las ciudades m¨¢s bellas del Mediterr¨¢neo.
Sabor a piratas
Desde el monte Toro, la m¨¢xima altura de la isla con sus 358 metros, puede contemplarse de Occidente (Ciudadela) a Oriente (Mah¨®n) una isla verde, castigada por el viento de tramuntana, llana. Se adivinan los pueblos del interior como Mercadal o Ferrer¨ªes y se intuyen las escarpadas calas, los impresionantes acantilados. La actitud de los menorquines ha impedido que horrorosas urbanizaciones pr¨¦t a porter para alemanes o ingleses hayan destrozado parajes como las calas de Escorxada, de Fustam, de Pregonda, de la propia Macarella, todav¨ªa para¨ªso de hippies trasnochados. Una concepci¨®n racional del turismo ha abierto paso a urbanizaciones bien dise?adas como Binibeca o Son Parc, donde los guiris extranjeros no suelen buscar bronca ni jaleo a base de cervezas y canciones rancias. Y s¨®lo en contadas ocasiones la especulaci¨®n ha podido con la Naturaleza como en el complejo tur¨ªstico de la anta?o maravillosa cala Galdana.El recuerdo de las fechor¨ªas de los piratas turcos o berberiscos est¨¢ presente en monumentos y obeliscos. Invasiones, como la turca de 1558 en Ciudadela, diezmaron la poblaci¨®n y saquearon los palacios. "Todo huele aqu¨ª a piratas", observa un veraneante de' la isla. No se equivoca.
Con una de las rentas per c¨¢pita m¨¢s altas de Espa?a y uno de los ¨ªndices de paro m¨¢s bajos, Menorca se puede permitir el lujo de ciertos cortes de manga a los turistas, a los contempor¨¢neos piratas. Como el comentario del encargado de un restaurante del coquet¨®n puerto de Fornells, en el norte de la isla: "En quince d¨ªas de agosto han llegado 5.000 personas. Esto es una porquer¨ªa". Con observaciones as¨ª Menorca tiene asegurado un coto de playa.
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