Mi vuelta a Rute
"?Oh, qu¨¦ viejo soy, Dios Santo! / ?Oh, qu¨¦ viejo soy!/ ?De d¨®nde viene mi canto, / y yo ad¨®nde voy?". Estaba recit¨¢ndome esta estrofa de Rub¨¦n Dar¨ªo, cuando me lleg¨®, a trav¨¦s del tel¨¦fono, una sorprendente invitaci¨®n desde Rute: mi nombramiento como arriero honorario dentro de una semana dedicada a la defensa del borrico. Acept¨¦ gustoso y maravillado. D¨ªas despu¨¦s recorr¨ª, desde El Puerto de Santa Mar¨ªa -donde me encontraba-, casi 300 kil¨®metros en autom¨®vil para recibir este extra?o y divertido honor. Atraves¨¦ las maravillosas y ordenadas sierras cordobesas de olivos para llegar a Rute. No lo ve¨ªa desde 1926. Viv¨ª all¨ª durante dos inviernos trabajando mucho, componien do un conjunto de canciones que llam¨¦ El negro alhel¨ª y que inclu¨ª como tercera parte del libro El alba del alhel¨ª. All¨ª plane¨¦ lo que posteriormente ser¨ªa mi obra de teatro El adefesio y escrib¨ª muchas prosas, algunas publicadas en un libro que mi hija Aitana recogi¨® y dio a conocer en la revista malague?a Litoral, con el nombre de Cuaderno de Rute.Supe, a mi regreso a Espa?a, que todav¨ªa durante el franquismo se celebr¨® en Rute un homenaje a mi poes¨ªa en el que, entre otros, particip¨® el que hoy es vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, y siempre, de modo disperso, me fueron llegando noticias a Buenos Aires, a Roma, a Madrid, de esta ciudad inquietante.
Durante mi amistad con Pablo Picasso, cuando ¨¦l hab¨ªa cumplido ya m¨¢s de 70 a?os, alguna vez, de forma divertida, me preguntaba:
"Oye, Rafael, c¨®mo era aquello que t¨² escribiste de Lino el del peo".
"Esto me pasaba a m¨ª en Rute", le respond¨ªa, "un pueblo de la sierra corbobesa donde pas¨¦ dos inviemos cuando yo ten¨ªa m¨¢s o menos 25 a?os. All¨ª hab¨ªa un aceitunero, de esos que van a varear los olivos, al que llamaban Lino el del peo. Una noche, yendo a ver en el teatro municipal de Rute una obra, creo que de Echegaray, que era muy violenta y terrible, Lino, que estaba en la cazuela, se hab¨ªa impresionado tanto que se solt¨® un peo. Y claro, caus¨® una gran hilaridad en el teatro, y se tuvo que interrumpir la obra. El alcalde, que estaba abajo, en la primera fila, con las dem¨¢s autoridades, se levant¨® entonces, y dirigi¨¦ndose a la cazuela pregunt¨®: '?Qui¨¦n se ha tirado ese peo?. Nadie quer¨ªa decirlo. 'Si no lo dice nadie', amenaz¨®, 'toda la cazuela ir¨¢ al cuartelillo esta noche'. Y la gente, considerando injusta la decisi¨®n del alcalde de que tuvieran que pagar todos, grit¨®: '?Ha sido Lino, Lino, Lino!'. Lo cogieron del brazo, lo ense?aron a todo el teatro y estuvo detenido esa noche. Poco despu¨¦s lo encontr¨¦ por la calle y me cont¨®: 'Mire usted, don Rafaelito, ?sabe usted lo que pas¨®? Pues que despu¨¦s de aquella cosa, todo el mundo me conoce como Lino el del peo".
El culto al peo, que es un culto ¨¢rabe, existe muy extendido en algunos lugares de Andaluc¨ªa. Esta historia me pareci¨® siempre un cuento oriental, son muchos los relatos ¨¢rabes que comienzan contando el episodio de un sastre, un zapatero o un mercader al que se le escap¨® un peo.
Rute me pareci¨® ahora que no hab¨ªa variado mucho, encontr¨¦ casi intacta la calle de Toledo, donde yo hab¨ªa vivido con mi hermana y mi cu?ado, y quise saber de Lino. Hab¨ªa muerto hace a?os, pero, en medio de tanta gente que me acompa?aba, me presentaron muy solemnemente a un descendiente suyo que llevaba con gran seriedad el recuerdo de aquella historia.
Rute es un pueblo lleno de gracia, con gente que bebe mucho y con muchos troveros que echan desaf¨ªos entre unos y otros. Cuando Pascual Rovira, el muchacho organizador del homenaje, me fue a dar el burro que me hab¨ªa asignado como premio, yo no pude llev¨¢rmelo a casa. Se llamaba Carabina, y era un animal precioso, perfectamente enjaezado, al que s¨®lo pude acariciar, y que ha aceptado un sobrino m¨ªo que dirige el zool¨®gico de Valencia para exhibirlo como burro excepcional.
Despu¨¦s de la extra?a fiesta de Rute, visit¨¦ un pueblo de las alturas, Izn¨¢jar, que me pareci¨® m¨¢s hermoso de lo que yo recordaba. Es un pueblo perfecto, de una blancura maravillosa, encalado hasta el frenes¨ª y con el car¨¢cter secreto de los romances de Garc¨ªa Lorca. Un grupo de gente encantadora que me acompa?¨® durante la visita me llev¨® hasta la Corre m¨¢s alta, donde hab¨ªa un azulejo con un poema m¨ªo que le dediqu¨¦ en 1925:
"Prisionero en esta torre, prisionero quedar¨ªa. / (Cuatro ventanas al viento). / -?Qui¨¦n grita hacia el norte, amiga? / -El r¨ªo, que va revuelto. / (Ya tres ventanas al viento). / -?Qui¨¦n gime en el sur, amiga? -El aire, que va sin sue?o. (Ya dos ventanas al viento). -?Qui¨¦n suspira al este, amiga?/ -T¨² mismo, que vienes muerto. / (Y ya una ventana al viento). / -?Qui¨¦n llora al oeste, amiga?/ -Yo, que voy muerta a tu entierro. / ?Por nada yo en esta torre / prisionero quedar¨ªa!".
Volver a los lugares en los que no he estado desde mi primera juventud me produce siempre un estremecimiento alegre.
Lo sent¨ªa al regresar de Rute y de Izn¨¢jar entre los geom¨¦tricos dibujos que abren los olivos por la dram¨¢tica sierra cordobesa.
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