Muertes paralelas
La extrema decisi¨®n de quitarse la vida no la toma el suicida de repente aunque, naturalmente, su ejecuci¨®n, cuando llega, sea fulminante. Es como si una mala hierba brotara en su alma y fuera germinando hasta que florecen las flores del mal. El azar puede salvarle o perderle. Un golpe de fortuna, la llegada de algo que se ten¨ªa ya por imposible o de alguien que abre perspectivas ins¨®litas pueden aplastar esa ciza?a, que si arraiga va, poco a poco, ocluyendo la conciencia. Un hecho fortuito, la conversaci¨®n con un amigo pueden ser la gota de agua que desborde el vaso y encamine al suicida hacia su muerte buscada.Aquel lunes 13 de febrero de 1837, Larra se despierta contento. Decide ir a ver a su esposa, Pepita, que anda acatarrada. "?Por qu¨¦?" se pregunta Carmen de Burgos, Colombine, "un hombre con el alma llena de otra mujer va a ver a su esposa, de la cual se separ¨® a los pocos a?os de casado, aunque se preocupa de c¨®mo va resolviendo su vida?". Est¨¢ en esa ¨¦poca tranquilo porque gana la bonita suma de 20.000 reales anuales por dos -colaboraciones semanales en El Espa?ol -"una de las mejores revistas de Europa", en su opini¨®n- y ha podido regularizar las entregas de dinero a sus padres, con quienes viven sus hijos. Dolores le ha mandado recado de que ir¨¢ a verle al anochecer. Su gran pasi¨®n es ella, "la m¨¢s bella entre las bellas, la estrella de Sevilla-, de negros cabellos trenzados por los dedos del Amor, la andaluza de piececitos hechiceros, de t¨ªmidos andares, de senos alabastrinos... que surg¨ªa ante sus ojos con todos los encantos de la belleza espa?ola, esa belleza morena, imagen y compendio del fuego de su alma".
"Su imagen me persigue, que duerma o que vele; ella sola llena toda mi alma. Cuando cierro los p¨¢rpados, distingo sus ojos negros", dice Werther a su amigo. "Es imposible que te lo explique. Me duermo y los veo tambi¨¦n, siempre est¨¢n all¨ª, fascin¨¢ndome sobre el abismo".
Ya sabe F¨ªgaro que el marido de Dolores, el se?or Cambronero, para arrancar a su esposa de los brazos de su amante, poniendo en este caso mar por medio, ha conseguido ser nombrado secretario de la Capitan¨ªa General de Filipinas y le ha pedido a ella que corte esas relaciones.
"Te ruego, Carlota", le pide Alberto, su marido, "que trates de dar otro giro a las ideas de Werther y a sus relaciones contigo, dici¨¦ndole que escasee sus visitas".
?l sabe que "las penas y las pasiones han llenado m¨¢s cementerios que los m¨¦dicos y los necios..., que el amor mata como matan la ambici¨®n y la envidia". Despide a su criado con el pretexto de la visita pero deja las pistolas encima de la mesa.
Werther llama a su criado cerca de las diez. Mientras le vest¨ªa, le dice que va a hacer un viaje de algunos d¨ªas y que era preciso, por tanto, arreglar la ropa y las maletas, y le manda con un mensaje a Alberto, que dice: "?Quieres hacerme el favor de prestarme dos pistolas para un viaje que he proyectado?".
Una y otra ver¨ªan las pistolas porque as¨ª lo quisieron los amantes. Incluso Carlota, llena de terribles presentimientos, se las dio ella misma, por orden de su marido, al criado, lo que produjo en Werther una especie de placer al saber que ven¨ªan de sus manos.
F¨ªgaro se ha vestido con esmero: su elegante levita azul y bien ajustados los pantalones de gris plata. Se mira al gran espejo que hay frente a la mesa de trabajo y le parece que no refleja su figura, como si estuviera empa?ado.
Son las seis de la tarde y las companas de la iglesia de Santiago, a cuya espalda queda la casa n¨²mero 3 de la calle de Santa Clara, donde ¨¦l habita, tocan a muerto. Piensa por un momento en Dios pero Dios est¨¢ ya muy lejos de su alma, aunque le echara de menos cuando dec¨ªa que "s¨®lo un Dios y un Dios Todopoderoso puede amar, una cosa como la vida".
"Respeto la religi¨®n, bien lo sabes", escribe Werther a su amigo; para el que desmaya, es un apoyo..., pero ?puede y debe dar a to dos la salud? ?A cu¨¢ntos ha deja do de d¨¢rsela y a cu¨¢ntos no se la dar¨¢ jam¨¢s, la conozcan o no ... ? Cuando el hombre no se encuen tra a s¨ª mismo, no encuentra nada".
El reloj de la sala da las siete y por las ventanas s¨®lo entra ya una luz extinguida. Oye pasos en la escalera y en el marco de la puerta, que ¨¦l ha dejado abierta como otras veces, aparece, celestial, Dolores, "con la mantilla blanca que cae sobre su seno deslumbrante, como si fuera su pr¨®pia nube". Dolores le trae todas las cartas que ¨¦l le escribi¨® apasionadamente durante los los a?os de sus amores, quiz¨¢ las cartas m¨¢s sinceras que escribiera F¨ªgaro nunca. Viene a despedirse porque, entre el amor y el deber, ha optado por este ¨²ltimo. No se pod¨ªa prolongar. Era una locura. F¨ªgaro se indigna, vocifera, luego se humilla, le suplica que abandone al marido y se vayan juntos a vivir fuera de Espa?a.
Carlota sinti¨® entonces'el vago presentimiento de un siniestro prop¨®sito. Turbado su juicio, cogi¨® las manos de Werther y las coloc¨® sobre su coraz¨®n..."Es la ¨²ltima vez, Werther; no volveremos a vernos".
F¨ªgaro intent¨® besarla porque bien sab¨ªa ¨¦l que a¨²n estaba enamorada. Pero Dolores se desprendi¨® de sus brazos y se retir¨® lentamente hacia la puerta.
La amargura del desenga?o, el hacerse a?icos ese ¨²ltimo eslab¨®n que le ataba al mundo, hizo en F¨ªgaro como si se abr¨ªese su memoria y en una especie, de,n¨¢usea metafi?sica fu¨¦ronse sucediendo en su conciencia, vertiginosamente, todas las frustraciones y contradicciones de su vida: su dolorida infancia, cuando tuvo que estudiar en el colegio de Burdeos, sordo y mudo porque no entend¨ªa el franc¨¦s de sus camaradas ni ¨¦stos su castellano, al emigrar su padre, m¨¦dico militar al servicio de Jos¨¦ Bonaparte. Y el mal trato que recibi¨®, cuando regres¨®, de nueve a?os, del exilio, de sus compa?eros del instituto de Madrid, porque le tildaban de afrancesado.
La terrible experiencia, a los 16 a?os, de su primer enamora miento de una bella joven de Valladolid que lo manejaba como un pelele y que luego result¨® ser la querida de su padre. ?Nunca llor¨® como entonces la destrucci¨®n de la luminosa imagen paterna! La muerte en el sitio de Bilbao, en la guerra carlista, de su ¨²nico amigo verdadero, el con de de Campo Alange: "La suerte ha sido injusta, cruel, con los que le hemos perdido; con ¨¦l, misericordiosa... Entre los que le lloran hay muchos quetienen que pasar antes por el dese.nga flo que por la muerte, que ¨¦sos viven muertos y le envidian".
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Muertes paralelas
Viene de la p¨¢gina anteriorEl fracaso de su matrimonio con aquella mujer que, seg¨²n su nieta, "era fr¨ªa, infantil, inconsciente..., que no pod¨ªa sufrir ni un grito ni una palabra fuerte sin ponerse enferma".
El derrumbe de sus ilusiones pol¨ªticas al obtener el acta de diputado en unas Cortes que se disolvieron antes de constituirse, por la sargentada de La Granja.
Su lancinante contradicci¨®n entre sus claros y valientes sentimientos liberales y su temperamento aristocr¨¢tico, "que deja la igualdad de los hombres para la otra vida, porque en ¨¦sta no la vemos tan clara como la quieren suponer".
Vio de verdad, en su coraz¨®n abierto, aquella frase de: aqu¨ª yace la esperanza que puso en un famoso art¨ªculo premonitorio.
Toda esa avalancha de decepciones pas¨¦ por su conciencia, porque as¨ª parece funcionar el alma en el breve lapso transcurrido desde que Dolores abandon¨® la habitaci¨®n hasta que, en los ¨²ltimos pelda?os de la escalera, oye el pistoletazo que se disparaba F¨ªgaro frente al espejo y huye despavorida.
Al d¨ªa siguiente, su hija Alicia se encontr¨® con el cad¨¢ver. El tiro hab¨ªa entrado entre la oreja y la sien derecha, y la bala, salida por la sien izquierda, atraves¨® una puerta vidriera y se clav¨® en la pared.
Un vecino de Werther vio el fogonazo y oy¨® la detonaci¨®n, pero como todo permanec¨ªa tranquilo no se cuid¨® de averiguar lo ocurrido. A las seis de la ma?ana siguiente entr¨® el criado en la alcoba con una luz y vio a su amo tendido en el suelo, ba?ado en sangre y con una pistola al lado.
Dos puntos extra?os: 1) El comisario de polic¨ªa viv¨ªa en el piso de arriba del de Larra, estaba en casa esa noche, tuvo que o¨ªr el ruido del pistoletazo y, sin embargo, no baj¨® por la casa hasta el d¨ªa siguiente. 2) El hecho de que, a pesar de ser un suicidado, se expuso el cad¨¢ver de Larra en la iglesia del barrio y se le enterr¨® en sagrado. Bien es verdad que el vicario general, a quien el p¨¢rroco de Santiago consult¨® el caso, lo resolvi¨® de esta forma humanitaria: "?Los locos no se entierran en sagrado? Pues los que se suicidan est¨¢n locos y debe ¨¦ste tambi¨¦n ser enterrado en sagrado".
El administrador hizo enterrar el cad¨¢ver por la noche, a las once, en el sitio que hab¨ªa indicado Werther. Fue conducido por jornaleros al lugar de la sepultura. No le acompa?¨® ning¨²n sacerdote.
La ca¨ªda es m¨¢s brusca en quienes han puesto muy altos sus ideales y ¨¦stos se han malogrado, como la cascada es m¨¢s estruendosa cuando es grande el salto. Larra "muri¨®... de tener raz¨®n", frase suya que Carlos Seco Serrano, su m¨¢s autorizado bi¨®grafo, propon¨ªa para su epitafio. M¨¢s bien muri¨® de lo que era, un rom¨¢ntico, es decir, un hombre de su tiempo.
Nota: El escrito anterior forma parte de un libro del autor, Relatos en espiral, proximo a aparecer. Los p¨¢rrafos que se transcriben en cursiva, de Penas del Joven Werther, se han tomado de la ad mirable traducci¨®n que hizo Eugenio Imaz para la edici¨®n que public¨® la Revista de Occidente en 1932, a?o del centenario de la muerte de Goethe.
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