El ¨ªmperio contraataca
Sin perder la compostura, con los pantalones remangados, se descolg¨® por la borda de la barcaza. Sin temor a que la frialdad del agua le estropeara la digesti¨®n (?c¨®mo se com¨ªa en la flota del Estado Mundial!), su pie desnudo explor¨® el fondo marino con cautela.Ya en la playa, de la barca varada recogi¨® su equipo, prepar¨¢ndose para "extender los beneficios del sistema econ¨®mico a quienes hoy no los tienen". Los estandartes del "imperio que hace respetar los derechos humanos" tremolaban alegremente en el extremo de su lanza, guard¨® en el zurr¨®n unas cajas de galletas Marshall por si los nativos cumpl¨ªan con alg¨²n "inexcusable requisito pol¨ªtico", y tomando en la otra mano el garrote de "ir liquidando el predominio de lo militar sobre lo civil", se intern¨® con gallard¨ªa en la peligrosa jungla alternativa. Reapareci¨® poco despu¨¦s, al l¨ªmite de la vegetaci¨®n, sobre la l¨ªnea blanca de la playa, con el gesto de fastidio de quien se ha dejado en casa los donuts. De nuevo en la barca, extrajo del arc¨®n una hucha que ten¨ªa la forma de un peque?o busto con los rasgos t¨®picos de las etmas b¨¢rbaras. La estrell¨® contra la quilla y recogi¨® las monedas y billetes que se dispersaron por la arena.
Antes de volver a cerrar el arc¨®n, dej¨® caer una beat¨ªfica mirada sobre las cabecillas de barro que le sonre¨ªafi desde el fondo de serr¨ªn: la colecci¨®n de ni?os ¨¢rabes, chinos, negros, suramericanos... parec¨ªan agradecerle con infantil alegr¨ªa todos sus desvelos y sacrificios. Silbando un tango, Fernando Savater volvi¨® a la jungla.-
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